Llegó la hora, es el momento de que las cosas cambien

18 de Noviembre de 2010

UN SALUDO A TODOS LOS CIUDADANOS AZUDENSES QUE CREEN QUE LLEGÓ EL MOMENTO DEL CAMBIO

La crisis económica y social amarga nuestras vidas. No es la primera vez que ocurre algo así. En el siglo XIX, desde la primera convulsión del capitalismo allá por 1848, las crisis económicas se sucedieron con una regularidad que impresiona hasta sumar cinco episodios, uno por década. En el siglo XX el capitalismo generó otras seis grandes crisis (1906, 1920, 1929, 1973, 1992 y 2000) y una de ellas, la Gran Depresión, desembocó en la mayor carnicería de la historia de la humanidad bajo la forma de guerra mundial, totalitarismos y holocausto. En el siglo que acaba de comenzar padecemos otra crisis especialmente virulenta y equiparable en parte a la crisis del 29: la que estalló entre los años 2007-2008. El balance general que nos brinda la historia del capitalismo es, por lo tanto, muy claro: doce crisis en poco más de siglo y medio o, lo que es lo mismo, aproximadamente una crisis económica cada catorce años.

Todas estas crisis tienen puntos en común y, sobre todo, un desenlace idéntico: sus consecuencias inmediatas las pagaron siempre los más desfavorecidos.

Además de ser intrínsecamente inestable, el capitalismo ha dejado en la cuneta al 80% de la población mundial. El capitalismo, por tanto, es un sistema económicamente ineficiente porque no es capaz de sastisfacer las necesidades básicas de los seres humanos, a lo que une su condición de depredador de los recursos de un planeta que ya no aguanta más y que está comenzando a rebelarse contra la humanidad.

En la actualidad los grandes partidos nacionales se han convertido, por convicción o por impotencia, en abanderados de una visión del capitalismo singularmente dañina: el neoliberalismo. Parece que les importe más el bienestar del gran capital que el de los ciudadanos. Esos partidos aprueban paquetes multimillonarios de ayudas para una banca codiciosa e irresponsable mientras que endurecen la legislación laboral, rebajan el sueldo a los trabajadores y anuncian la reducción de las pensiones.

Para mantener sus cuotas de poder esos partidos mantienen un tinglado, el del bipartidismo, que pervierte el ideal representativo de la democracia. Para ello cuentan con la inestimable ayuda de pequeñas formaciones nacionalistas que, a cambio, reciben cuotas de poder muy por encima de la realidad social y política a la que representan. Obviamente, en este juego de suma cero, quien sale perdiendo es Izquierda Unida ya que el exceso de representación del PSOE, del PP y de los nacionalistas es el resultado del robo de la representación política que legítimamente deberíamos tener.

En Izquierda Unida de Azuqueca de Henares estamos convencidos de que el cambio no es una opción sino una obligación. El tiempo se agota y el margen se estrecha. Estamos llegando al límite físico de un sistema que atenta gravemente contra el equilibrio ecológico, la justicia, la igualdad y la paz social. El número de ciudadanos conscientes de esta realidad tan grave aumenta a diario aunque su voz no se escucha aún lo suficiente.

Por eso hemos creado este blog. En él los miembros de la candidatura de Izquierda Unida de Azuqueca de Henares y otros afiliados de nuestra organización expondremos nuestras reflexiones y propuestas para contribuir a una discusión serena sobre los graves retos a los que hemos de hacer frente, tanto a nivel general como local.

Pretendemos animar un debate social pervertido por gente que se escuda en el anonimato que proporciona internet para insultar cobardemente al adversario, por tertulias escandalosas y por mercenarios de la opinión que cobran por envenenar las conciencias. ¡Basta ya de rebuznos, de groserías, de zafiedad y de silencios cómplices!

Hay quienes considerarán que nuestros objetivos son muy ambiciosos. Cierto. Pero la urgencia de afrontarlos no es menor que la magnitud del desafío ante el que hemos de medirnos.

Concluyamos esta presentación con una frase inmortal de nuestro Francisco de Quevedo que, a pesar del tiempo transcurrido desde que se escribió, viene muy a punto: si quieres leernos "léenos, y si no, déjalo, que no hay pena para quien no nos leyere."

Consejo Político Local de IU

jueves, 29 de septiembre de 2011

La crisis general del capitalismo

George Soros, especulador y multimillonario, nos advierte de la pulsión de muerte de los mercados

Se desata el escándalo porque un tipo, de nombre Alessio Rastani y bróker de profesión, cuenta en la BBC lo siguiente:

"Yo soy trader, voy donde hay oportunidad, a la mayoría de inversores no nos importa cómo arreglar la economía, sino cómo hacer dinero. Y voy a la cama cada día soñando con otra recesión. Los gobiernos no dirigen el mundo, lo gobierna Goldman Sachs, y a ellos no les importan los planes de rescate"

Es decir, el tal Rastani, si es que existe, cosa que a estas alturas ya da lo mismo, nos dice que en el mundo de las finanzas se está para ganar dinero, que la economía real importa un bledo y que las personas aún menos. Para los amos de las finanzas lo nominal es la ganancia rápida y máxima. Poco importa si para conseguirla hay que llevar a la miseria a millones de ciudadanos, hundir países, arruinar empresas viables, arrasar bosques, pisar cabezas o matar de hambre. La ventaja del dinero, dicen, es que no huele aunque los negocios que lo multiplican apesten. Rastani, con su corbata rosa y su pelo engominado, nos lo aclara todo por si aún quedasen dudas.

Este personaje, ficticio o real, no descubre ningún secreto. En todo caso, la novedad que aporta es que nos hace un corte de mangas en la cara y nos llama imbéciles. Por lo demás, lo que dice es plausible.

En los estantes de la sección de economía de cualquier librería encontramos decenas de obras en los que los Rastani de este mundo, que son tropa, nos cuentan cosas parecidas y aún peores. Los títulos son más que elocuentes: Retírate joven y rico, La bolsa en tu bolsillo, Cómo me hice rico, Cómo conseguí dos millones de dólares en bolsa, Cómo ganar un millón de euros en bolsa automáticamente, Sistemas de especulación en bolsa, El arte de especular y así hasta la náusea.

Las Escuelas de Negocios también están superpobladas de Rastanis: allí los incuban. En los consejos de administración de los bancos y de las grandes empresas medran: allí los sueltan. Y qué decir de los gobiernos, en los que los Rastanis de turno tienen cada vez más predicamento: allí mandan. Se comprende que lo de menos es si Rastani es quien dice ser o no, asunto en el que incidirán los amigos de este tinglado para desviar la atención airada del público hacia un lugar menos comprometedor.

Es esclarecedor observar que los más incomodados y nerviosos con este sujeto han sido algunos presidentes de bancos y ministros de economía. La explicación es sencilla. Rastani ha mostrado con absoluta desvergüenza cómo se comportan, retratándolos al natural. Además, este bróker de medio pelo, farsante o lo que sea, ha alterado los mercados y puesto en cuestión a los gobiernos de medio planeta, lo cual indica que la situación de la economía mundial es aún peor de lo que creíamos. Espeluznante.

Rastanis al margen, la crisis del capitalismo es tan grave que algunos de sus abogados más fieles alertan de los peligros de su actual deriva y de su posible autodestrucción. Traigamos algunos casos.

Empecemos con Florence Noiville, licenciada en la elitista HEC (Escuela Superior de Estudios Comerciales) de París y ex-asesora de multinacionales como analista financiera. En el año 2009 publicó un libro titulado Estudié en la HEC y os pido disculpas, en el que se declara culpable, junto con sus compañeros de estudios entre los que abundan los retoños de las grandes familias de Francia (los Pinault, Mulliez, Oddo, Lescure, Giscard…), de la debacle económica y social en la que vivimos. Noiville se sincera con los ciudadanos cuando afirma que fue formada para “servir al espíritu del capitalismo desenfrenado” y que las dos disciplinas reina de las escuelas de negocios, las financias y el marketing, sólo han servido para producir “montañas de deudas y de falsas necesidades” que han conducido al mundo a un callejón sin salida. Según ella, el objetivo básico de la economía capitalista se reduce a una frase: ”make more profit, the rest we don’t care about”. Que esta doctrina lleve a cumplir la escalofriante profecía de Huxley “que preconizaba la existencia de los Alfas del dinero y los Epsilones de la miseria” es algo irrelevante. Una condición que ha de darse para que funcione la locura del capitalismo salvaje es, según Noiville, que quienes la impulsan no han de sentir ninguna responsabilidad ni sobre el presente ni sobre el futuro. El experto en finanzas o marketing ha de ser, por tanto, hedonista, autocomplaciente, individualista y cínico, además de un profundo desconocedor de la vida y de la historia, anticipo del mundo inviable que ayuda a construir. Como premio recibirá una remuneración insultante directamente proporcional a su falta de escrúpulos, y vivirá una vida globalizada sin raíces ni compromisos. Décadas de excesos y la explosión de la crisis llevan a Noiville a concluir que ya “no se trata de cambiar las reglas del juego sino de cambiar el juego”.

Prosigamos con Marc Roche, corresponsal de economía del diario Le Monde en Londres, que se define liberal y defensor del capitalismo. Ha publicado dos ensayos en los años 2010 y 2011, titulados respectivamente La Banca: cómo Goldam Sachs dirige el mundo y El capitalismo fuera de la ley, en los que aboga por reglamentar el capitalismo, acabar con los paraísos fiscales, imponer una tasa a los flujos financieros internacionales, hacer que los ricos paguen impuestos, liberar a la política de la esclavitud de los señores de las finanzas y movilizar a la sociedad para evitar la catástrofe de un sistema económico que, libre de excesos, considera irremplazable.

Continuemos con John R. Talbott, ex-banquero de Goldman Sachs, que nos advierte de las grandes mentiras que han difundido los economistas oficiales para mayor gloria de un sistema económico, el norteamericano, inviable. Talbott identifica 86 mentiras, diez de las cuales son atribuibles a los economistas en particular: 1) la tasa de paro en EEUU no es tan baja como se dice sino que alcanza al 25%; 2) las cifras oficiales de contracción del PIB son mucho menores que las reales, con lo que la crisis es aún mayor de lo que se reconoce; 3) la inflación no la provocan el sobrecalentamiento de la economía, el bajo desempleo y la demanda de salarios más altos por parte de los trabajadores, sino el exceso de dinero en circulación; 4) la Reserva Federal está controlada por los bancos y no trabaja por el interés de la ciudadanía; 5) las recesiones y los ciclos económicos no son inevitables; 6) puede crecer el empleo pero no la prosperidad si los trabajos que se crean son de baja remuneración; 7) la idea de que el recorte de impuestos estimula el crecimiento es mentira ya que los ricos nunca pagan impuestos; 8) a partir de un cierto punto, el aumento de la riqueza no genera más felicidad sino lo contrario; 9) el crecimiento ilimitado del PIB no sólo no es deseable sino que resulta imposible; y 10) el avance de la productividad no es la panacea, especialmente si se somete al consumismo y al materialismo más groseros, como ocurre en la actualidad. Talbott, ex-banquero, nos dice que otros banqueros se ríen de nosotros con la inestimable colaboración de los economistas y de los políticos cómplices. La podredumbre no puede ser más completa.

Terminemos la relación recordando a George Soros, uno de los mayores especuladores mundiales, que lleva años advirtiéndonos de que el sistema capitalista global, abandonado a sus instintos, se está desintegrando y poniendo en peligro la democracia y las libertades en todo el mundo. Sus propuestas son claras: controlar los tipos de cambio y los movimientos de capitales, regular los mercados financieros y reforzar las instituciones económicas y políticas para que sujeten la incontrolable pulsión de muerte de las fuerzas del mercado.

La lista de opiniones similares desde dentro del sistema podría continuar, pero no queremos aburrir al lector con más referencias. Por ahora baste decir, para completarlas, que dos multimillonarios norteamericanos, Warren Buffett y Doug Edwards, piden a su Gobierno que deje de mimar a los ricos y les haga pagar impuestos como lo hacen los trabajadores. 

Las señales de alarma procedentes del sistema, activadas por personas muy comprometidas con el capitalismo, son cada vez más numerosas. Nada de consignas de rastafaris o de alternativos que acampan en las calles tocando la flauta. Del peligro nos avisan multimillonarios, profesionales acomodados y gentes que han trabajado a favor de un sistema económico podrido al que le han visto su auténtica faz.

En España, en cambio, a lo nuestro. Cunde la idea de que la culpa del desastre la tienen los trabajadores, los sindicalistas, los jubilados, los estudiantes, los parados, los becarios y los enfermos, y que la solución consiste en sacrificarlos para ver si el Moloch del mercado se apacigua. Con la crisis revive un aspecto repugnante de nuestra sociedad: cebarse en el débil porque se acobarda ante el poderoso.

¿Por qué esta tendencia al acanallamiento colectivo?. ¿Cuándo llegará el momento en que toda la gentuza que nos está sacando los untos pague por sus delitos?. ¿A qué esperar para meter en la cárcel al que hoy especula con la deuda soberana y mañana traficará con el petróleo, los alimentos, las medicinas, los órganos, las armas o el agua potable?.

Emilio Alvarado Pérez es Portavoz de IU en el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares

lunes, 26 de septiembre de 2011

Cospedal, Salgado y la tala del Estado social

Las manos de Eduardo Manostijeras antes de ser subastadas. Quién pujaría por ellas

Las Comunidades Autónomas, como prestadoras de los servicios que definen el Estado del bienestar, destinan una gran porción de sus presupuestos al mantenimiento de la educación, la sanidad y los servicios sociales. Esto es consecuencia del reparto competencial que establece la Constitución y del desarrollo del Estado de las Autonomías. Las cifras no admiten dudas: las Comunidades Autónomas gastan un tercio de todo el gasto público del Estado, un 84% del gasto total en educación y un 90% del gasto total en sanidad. Hablar del gasto de las Comunidades Autónomas es, por tanto, hablar de educación y de salud. Del mismo modo, plantear reducciones significativas del gasto público autonómico equivale a proponer recortes en estas dos grandes partidas. Conviene saber esto antes de lanzarse con entusiasmo por la pendiente, siempre poco empinada para algunos, de aplicar el hacha sobre la cosa pública autonómica.

Sentado lo anterior, interpretaremos con más solvencia el significado del tijeretazo al presupuesto autonómico alentado por el gobierno central y perpetrado por la Presidenta de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, que asciende a 1.815 millones de euros, esto es, un 21% del total. A la vista está que hablamos de magnitudes de guerra o de catástrofe natural.

Según los datos aportados por el gobierno autonómico del PP, el recorte presupuestario previsto que afectará a los pilares del Estado Social se desglosa del siguiente modo:

·Sanidad pública: 400 millones de euros. Esto quiere decir que no se construirán nuevos equipamientos médicos y que se venderán con opción a recompra los ya existentes. Además, se reducirá el presupuesto del funcionamiento cotidiano de hospitales y centros de salud, quedando en suspenso muchas obras ya iniciadas: por ejemplo, la ampliación del hospital provincial de Guadalajara y la reforma de nuestro viejo centro de salud de la Plaza de la Concordia.

·Educación: 254 millones de euros. Esto supone reducir los gastos de funcionamiento de los centros educativos y, muy especialmente, las plantillas de profesores. Los mecanismos para lograr este propósito son dos. Por un lado, congelar la oferta pública de empleo, lo cual significa no sustituir las bajas producidas por jubilaciones. Por otro, prohibir contratar a personal interino, mandando al paro automáticamente a casi mil docentes que venían trabajando ya en cursos anteriores en la enseñanza secundaria. Al haber menos profesores la calidad de la educación pública cae, deteriorándose además la convivencia en las aulas. Justo lo contrario de lo que necesita España en este momento.

·Servicios Sociales: 40 millones de euros de reducción.

En total, casi 700 millones de euros de recorte inmediato del gasto en sanidad, educación y servicios sociales. Dicho de otro modo, aproximadamente el 39% del tijeretazo presupuestario propuesto por el PP afectará a materias esenciales del Estado Social. En resumen, el presupuesto de la Comunidad Autónoma va a mermar  en el año 2012 una quinta parte. De esa contracción, casi la mitad la soportarán  los servicios elementales que conforman una sociedad civilizada. Asistimos a la tala del Estado social por la vía autonómica.

Estas son las cifras proporcionadas por Cospedal. Entonces, ¿cómo es posible que esta señora siga afirmando, sin que ello acarree consecuencias políticas contundentes e inmediatas, que con su plan no se tocan los derechos sociales?. Por otra parte, ¿en qué lugar queda el gobierno central que exige recortes presupuestarios brutales a las Comunidades Autónomas mientras que justifica cualquier ayuda a los bancos con fondos públicos?. ¿Cuál es la diferencia entre las mentiras del PP y los engaños del PSOE?

Decía Galdós, no sin pena, que en España el despecho es una idea política. Creo que Galdós, en su juicio, pecaba de ingenuo debido a su optimismo vital. El panorama actual es mucho peor que el descrito por Galdós: lo que en España se ha constituido como una idea política es la mentira, cuanto más descarada mejor.

El PP ganó las elecciones regionales prometiendo a la vez trabajo y respeto a los derechos sociales. Como era de esperar, en su primera decisión ha pisoteado ambas promesas. Ha echado a la calle a trabajadores públicos de la enseñanza y va a aplicar con entusiasmo un plan de recortes sobre la sanidad y los servicios sociales que dañarán gravemente ambas prestaciones públicas. Mientras empuñan la tijera los señores del PP guardan silencio cartujo sobre los conciertos educativos, la restauración del impuesto sobre el patrimonio, la lucha contra el fraude fiscal o la ignominia de los bancos. Algunos dirán luego que la política de clases no existe.

Visto el ejemplo, vale decir que en España nos tomamos a chirigota la palabra dada por los políticos. A una porción significativa de la población le da igual que la engañen con tal de que gobiernen los suyos. A otra porción, aún mayor, no le preocupa si la explicación que se les ofrece desde la política es verdadera o no. Y el resto, aún pequeña minoría, contempla entristecido el espectáculo. Así nos va.

Aquí se me caerán unas palabrillas sobre el referente de la señora Cospedal, el espejo en el que se mira y en el que bien haríamos también en contemplarnos si queremos adivinar por dónde discurrirá nuestro futuro: Esperanza Aguirre.

Sabido es que la señora Cospedal tiene poco interés en Castilla-La Mancha. Sus pretensiones son más elevadas. Vino aquí para impulsarse en un trampolín y dar un salto mayor, a la política nacional. Se apoya en una doctrina, que llamaremos liberalismo de peineta, caricatura del liberalismo auténtico que sonrojaría a sus creadores. El liberalismo de peineta es la versión manchega del liberalismo de gorguera de la señora Aguirre. En este último se mezclan sin decoro un poco de palabrería neoliberal y un mucho de privilegio nobiliario que huele a polilla, como corresponde a una burguesía que se quedó en el camino y que sólo aspira a ser la prolongación del hidalgo decadente y hambrón. Por derecho de cuna la señora Aguirre se conduce con desempacho. Al hablar acusa tanta grosería como impertinencia, defecto muy español de la aristocracia de gotera, poco desbastada por la evolución de los tiempos y de la cultura. Enseguida se encumbra, habituada a que nadie la trate con igual campechanía y desparpajo. Habla con mucha soberbia, con maneras de condesota habituada a ordenar al servicio repasar la plata con Sidol. Sus modales armonizan bien con un discurso basado en acusaciones inicuas y mentiras al por mayor, sin que hasta ahora haya pagado tasa alguna por él. Sus disparates y provocaciones alcanzan eco porque convienen a importantes grupos de poder político, eclesiástico, económico y mediático. Vamos, a los que consideran que nacieron con el derecho a mandar porque son de la estirpe de Coburgo Gotha. Si lo que dice la señora Aguirre lo dijera el tendero de mi pueblo nadie le haría caso. Pero es que esta señora lleva tras de sí un pesebre de periodistas y tertulios que le ríen las gracias y le magnifican un credo que es un guisote. Este modo de hacer política, faltón y grosero, cala en ciertos estratos del pueblo llano, aquel que es amante de la brusquedad y del exabrupto, que en su ignorancia se complace en buscar un enemigo de cartón en aquellos que viven un peldaño por debajo de su nivel. Mientras tanto, en Madrid, tapado por el rebullicio, se ejecuta un plan de deterioro implacable de los servicios públicos. Para cuando se quieran dar cuenta, los ciudadanos castellano-manchegos, al igual que los madrileños, habrán dejado de serlo para devenir en súbditos.

Este es el futuro que nos aguarda si la ciudadanía continúa apegada al bipartito, a las mayorías absolutas y a las mentiras consolidadas. Repitamos una vez más, por si valiera de algo, el aforismo del clásico: pueblo dormido es seguridad del tirano.

Emilio Alvarado Pérez, Portavoz de IU en el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares

lunes, 19 de septiembre de 2011

La última reforma laboral de Zapatero

Llamazares, desde su escaño, asiste con preocupación al nuevo golpe contra los derechos de los trabajadores

El pasado 16 de septiembre el Congreso de los Diputados convalidó el decreto ley del Gobierno que contiene las últimas medidas en materia laboral para el empleo juvenil y la “estabilidad” en el trabajo. Tal cosa se logró gracias a la complicidad de la derecha política parlamentaria, al sumarse a la voluntad favorable del grupo socialista la abstención necesaria del Partido Popular, CiU, Coalición Canaria y UPN. Las derechas del país unidas con el Gobierno para asestarle un nuevo golpe a los trabajadores. ¿Hace falta más claridad?

Con su abstención consentidora, el PP deja la puerta abierta a futuras reformas laborales tras las elecciones del próximo 20 de noviembre, en las que se ve como seguro triunfador.

Izquierda Unida, como no podía ser de otra manera, votó en contra de esta medida, la enésima en el camino de ahondar la precariedad laboral que ya sufren millones de trabajadores.

A los pocos meses de realizar una profunda reforma del Estatuto de los Trabajadores, el Gobierno vuelve a reformar su propia reforma, afectando a dos artículos del texto:

1.- Se elimina el tope del artículo 15.5 del Estatuto: “...los trabajadores que en un periodo de treinta meses hubieran estado contratados durante un plazo superior a veinticuatro meses, con o sin solución de continuidad, para el mismo o diferente puesto de trabajo con la misma empresa o grupo de empresas, mediante dos o más contratos temporales, sea directamente o a través de su puesta a disposición por empresas de trabajo temporal, con las mismas o diferentes modalidades contractuales de duración determinada, adquirirán la condición de trabajadores fijos”.

A partir de la entra en vigor de este nuevo decreto, se suprime la obligación de hacer indefinido a un trabajador cuando encadena 24 meses de contrato en un período de 30 meses. Este Gobierno, para poder justificar semejante atrocidad, argumenta que con esta medida se logran “más contratos y se evitan así los miedos de los empresarios a contratar a trabajadores.” “Preferimos tener a un trabajador temporal antes que un parado”, esta es la célebre frase con la que el señor Ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, intenta convencer a una población desesperada a la que se le ofrece elegir entre la horca o el látigo. El Ministro Valeriano Gómez probablemente pasará a la historia no por sus logros en el gobierno sino por lo hiriente de su doctrina, con la que queda justificado el abuso futuro y sin medida contra los trabajadores.

2.- Se modifica el artículo 11.2 a) del Estatuto: “se podrán celebrar contratos formativos con trabajadores mayores de dieciséis y menores de veinticinco años que carezcan de la cualificación profesional reconocida por el sistema de formación profesional para el empleo o del sistema educativo requerida para concertar un contrato en prácticas”.

Esta redacción se ve modificada al aumentar la edad máxima para contratar bajo la modalidad de “contrato en prácticas” a los 30 años hasta el 2013. Con esta decisión se permiten salarios más bajos (el 65 y 75% de los fijados en convenio) que los estipulados para los mismos puestos si los presta un trabajador con un contrato normal.

Con esta reforma del Estatuto de los Trabajadores se termina una legislatura moribunda. El final de Zapatero no puede ser más indigno: casi cinco millones de desempleados y un nuevo golpe a los escasos derechos de los trabajadores que tanto costó ganar.

Si a principios de septiembre sufrimos el ataque bipartidista del PSOE-PP a la Carta Magna para constitucionalizar en secreto una política de ajuste permanente, imponiendo un techo de gasto que nos condena a la depresión económica y al raquitismo de los derechos sociales, ahora asistimos a un nuevo atentado contra lo poco que queda del Estatuto de los Trabajadores. Con el PSOE se consolida un contrato becario indefinido y un contrato temporero permanente, ejemplos claros de lo que el Gobierno entiende que han deben ser las relaciones laborales. En su larga trayectoria legislativa, el PSOE ha abaratado y facilitado el despido y ha optado por homologar claramente los contratos, rebajándolos a la condición fijada para los temporales. Equiparación a la baja, se llama. En definitiva, gracias al PSOE se ha abaratado el despido y se ha extendido el contrato precario. Estas dos medidas suponen un empeoramiento de la situación de los trabajadores, una pérdida de poder político y adquisitivo para éstos y, por supuesto, una mejora de las rentas empresariales. Por supuesto, el que no quiera verlo es libre de preferir el prejuicio a la verdad. Pero los hechos son tozudos.

Es el pueblo el que tiene que mostrar ya un rechazo a este bipartidismo que nos oprime. Tanto PSOE como PP siguen una misma línea política que no es otra que la de satisfacer las necesidades de los poderosos a costa de la destrucción del Estado del bienestar.

De nada les vale a los socialistas manifestarse ahora en defensa del sector público ante los recortes anunciados por algunos mandatarios autonómicos del Partido Popular como Esperanza Aguirre o María Dolores de Cospedal, cuando han sido ellos los que han establecido un límite de gasto en nuestro texto constitucional priorizando absolutamente el pago de los intereses y el capital de la deuda pública sobre cualquier otra necesidad social, especialmente la educación y la sanidad públicas.

En esta legislatura el Gobierno del PSOE ha ido incorporando a su programa y a su quehacer diario la doctrina económica neoliberal, siempre con el beneplácito del PP, el otro partido del turno político que, en jerga de mecánico, se diferencia del primero en el par de apriete que le aplica a la sociedad. Cualquiera similitud entre los dos no es una mera coincidencia: es fruto de la convergencia de ambos en la aceptación de una doctrina profundamente contraria a los intereses generales. Es lo que tiene ser parte del sistema.

María José Pérez Salazar es militante de IU de Azuqueca de Henares

El miedo a la recesión: recetas para la crisis



El creciente miedo de los operadores económicos, la situación de estrés de los “mercados”, el abismo en el que se encuentra Grecia que puede arrastrar a Italia, España e incluso a Francia, entre otros hechos, muestran un panorama muy preocupante. Las políticas fiscales restrictivas basadas en subidas de impuestos a los más desfavorecidos y en la contención del gasto público han resultado un fracaso, al alejarnos aún más de la senda de crecimiento que abandonamos allá por el año 2007. Los continuos accesos de pánico de los mercados ante cada nuevo dato (real o no) de la economía, la desconfianza sobre la utilidad de la política y el riesgo de “empacho de crecimiento” de los países emergentes como China y Brasil, hacen que la amenaza de “recesión” mundial sea cada vez más probable.

Veamos cómo han influido estas variables en el desarrollo de los acontecimientos que un día sí y otro también nos sobresaltan sin tregua.

La volatilidad de los mercados manifiesta una total desconfianza del sistema en los órganos financieros internacionales. El FMI y el Banco Mundial, en vez de gobernar la economía mundial para capear la crisis, van a la deriva. Las instituciones económicas internacionales, al mostrar una debilidad extrema, dejan un vacío de poder que ocupan entidades privadas como las “agencias de calificación”, que difunden rumores interesados sobre la situación de las economías nacionales a los que los “mercados” conceden total credibilidad, generando olas de pánico con un contenido fuertemente especulativo que ponen en graves apuros a los Estados. La respuesta de los Gobiernos nacionales a la crisis también ha sido decepcionante. Lejos de proteger a los ciudadanos a los que se supone que representan, han acometido reformas con el único objetivo de mantener el sistema, abrazando sin pudor las posiciones más conservadoras (neoliberales), las mismas que nos han sumido en la crisis.

Uno de los grandes pretextos oficiales para justificar este proceso de involución económica ha sido la necesidad de frenar el avance imparable del índice de la Deuda Pública Soberana, a lo que se une la dificultad de recaudar impuestos en una sociedad en la que el número de desempleados es cada vez más elevado. En el caso de nuestro país, los que así argumentan pasan por alto un hecho que resulta muy importante y que representa nada menos que un 25% de nuestro PIB (por cierto, uno de los más altos de los países desarrollados). Se trata de la “economía sumergida”, cuyo desmantelamiento supondría unos ingresos del mismo calibre para las arcas del Estado, y que haría innecesarias las medidas de recorte social que se aplican con máxima diligencia por el bipartidismo allá donde gobierna. Está visto que a los gobiernos del turno político (hoy PSOE, mañana PP y viceversa) les resulta más fácil recortar en educación y en sanidad que destinar recursos para desenmascarar el fraude y a quienes están detrás. En consecuencia, el bipartito español es, en tanto que consentidor necesario, partícipe del fraude fiscal y de llevar a la sociedad española, con sus recortes, a un callejón sin salida.

Desafortunadamente y a pesar de los pasos que los gobiernos han dado para satisfacer a los mercados, éstos desconfían de que las disposiciones adoptadas por los primeros sean eficaces, debido fundamentalmente a que están basadas en la austeridad de las cuentas públicas. Paradójicamente, los prestamistas internacionales exigen garantías cada vez mayores para la devolución de sus préstamos, lo cual lleva a los gobiernos a asegurar que su gasto prioritario será, por encima de cualquier otra consideración, pagar las deudas contraídas, aunque ello suponga poner en grave riesgo la garantía más sólida con la que podían contar los acreedores: el crecimiento económico.

No es un misterio que la demanda interna está sumida en una profunda depresión agravada por los recortes del gasto público, y todo a pesar de que el índice de precios (la tasa de inflación) se ha mantenido relativamente estable durante todos estos años de crisis. El consumo privado ha caído a niveles muy preocupantes, lo cual provoca cierre de empresas y desempleo que, a su vez, causa contracciones ulteriores de la demanda privada y así hasta el infinito. Es un hecho evidente que los gobiernos se han olvidado de la lucha contra el desempleo al suponer que el objetivo prioritario es hoy la disminución del déficit, y que en su decisión, quizás inadvertidamente, están erosionando el consumo, que es una de las bases sobre las que se sostiene el capitalismo. En conclusión, si no hay estímulos a través de políticas fiscales expansivas mediante un gasto público eficiente que genere una demanda agregada que facilite el crecimiento, difícilmente crearemos los medios adecuados para salir de la crisis. ¿Sería imaginable un capitalismo sin consumidores? Evidentemente, no.

Otro de los motivos que también siembra el pánico en los “mercados” es el excesivo crecimiento de las economías emergentes tales como China y Brasil, que están manteniendo la economía mundial a base de sostener una gran porción de la oferta global. Todos los analistas advierten de la necesidad de una desaceleración controlada de estos países, puesto que es obvio que no pueden crecer indefinidamente a un ritmo del 10%. Si estos países no controlan la inflación y la llegada masiva de capitales que hinchan burbujas especulativas (como la burbuja inmobiliaria española), un accidente económico sobre cualquiera de ellos podría sumir al mundo en una “Gran Recesión”, y la imagen de supermercados con las estanterías vacías sería una realidad. A este panorama se une otro problema: el temor a que las grandes economías emergentes monopolicen el consumo privando, desplazando a los llamados países desarrollados de su posición de dominio en el orden mundial.

Sabemos que los recursos del planeta son limitados y que de la producción total destinada al consumo sólo se beneficia un 10% de la población mundial, quedando el resto sumida en la más absoluta pobreza. En definitiva, el sistema capitalista, lejos de pretender un reparto equitativo, favorece las desigualdades y la existencia de países de segunda y tercera, lo que se viene en llamar el Tercer Mundo y los países olvidados.

No creo que existan “recetas milagrosas” que nos permitan volver a periodos económicos estables y de crecimiento. La crisis ha llegado y viene para quedarse, sobre todo gracias a la pasividad y el error de los gobiernos empeñados en contener el gasto público por la vía de reducir y eliminar los servicios públicos a petición de los mercados, lo que da a lugar a la paradoja que antes describíamos: a menor demanda por parte del Estado (menor gasto público) en periodos de estancamiento de consumo privado, mayor dificultad para el crecimiento privado.

Hoy más que nunca son necesarias políticas fiscales eficaces y contrarias a las que se están aplicando, que generen riqueza y disminuyan el desempleo, acompañadas por una fiscalidad progresiva que “incremente la contribución de las rentas más altas al esfuerzo nacional para salir de la crisis, así como  un plan serio contra la economía sumergida”. 


Miguel Ángel Márquez Sánchez es militante de IU de Azuqueca de Henares

jueves, 15 de septiembre de 2011

La decadencia del pensamiento económico



No es un secreto que los medios de comunicación que forman parte del sistema censuran las opiniones incómodas, trabajan al dictado de sus propietarios y fabrican consensos ideológicos artificiales para mayor gloria del orden al que sirven. La mayoría lo hacen con sigilo, sin que se note, porque no hay dominio más firme que el que no se siente. Los caminos para lograr tal cosa son variados y cada medio se distingue de los demás por el modo en que teje su disimulo. Unos ponen el acento en seleccionar ideológicamente a periodistas y colaboradores. Otros buscan de buena gana patrocinios privados para limitar una libertad que nunca pretendieron. Los más groseros ridiculizan y ocultan los pareceres discordantes. Sutilidades al margen, en lo que todos coinciden es en reivindicar la libertad de información y la pluralidad cuando alguien les sorprende en la adulteración, que consiste en jerarquizar las noticias con arreglo a criterios no profesionales para fabricar una imagen falsa de la realidad. Ya sabemos que, en ocasiones, la intensidad de la defensa de un principio es inversamente proporcional a la adhesión que suscita.

Lo mismo ocurre con los economistas. Se pensaba que eran científicos sociales y los acontecimientos han demostrado que no eran tal cosa y, si nos apuran, que ni siquiera lo pretendían. Más bien eran ministros de una doctrina, la neoclásica, aderezada con unas buenas dosis de sermones escritos por dos premios Nobel: Milton Friedmann y Robert Lucas. Por eso los economistas no previeron la crisis y por la misma razón sus recomendaciones no son más que vino picón y negro: formas de enterrarnos profundamente en un agujero del que afirman que saldremos, aunque no dicen que será por las antípodas y convenientemente chamuscados. Es lo que tiene atravesar el núcleo incandescente del planeta.

Los planes de estudio de las facultades de económicas sirvieron al propósito de convertir una ciencia noble en una esclava al servicio del poder. Se marginó el estudio de las teorías económicas, desaparecieron prácticamente las referencias a una comprensión global de los hechos, se borró de un plumazo el análisis de la historia económica y la relación de la economía con la sociedad, se arrojó al olvido la tradición venerable de la economía política. Sólo una isla resistió la furia destructiva del vendaval, la macroeconomía, aunque no salió ni mucho menos indemne de la borrasca. El resultado de este asalto académico es evidente: la ciencia económica quedó reducida a doctrina y efectos especiales proporcionados por las matemáticas. La dogmática neoclásica quedó convenientemente disfrazada para parecer cosa distinta de lo que era. Las matemáticas le dieron el tono hueco y retumbante necesario para ahuyentar vocaciones incómodas y dificultar la comprensión de un mensaje que cotizaba en bolsa a condición de ser ininteligible. Ya lo decía el clásico: “para ser tenido por caballero o hidalgo hay que montar a caballo, hacer mala letra y hablar despacio y recio…

Las escuelas de negocios colonizaron los planes de estudio de las facultades de economía. Donde antes se licenciaban economistas ahora salían brókers instruidos por otros brókers que dirigían los departamentos, centros de investigación, fundaciones y servicios de estudios, cobrando un extra por cada informe “convenientemente” redactado o por cada opinión “correcta” encargada por un banco, un gobierno o una institución reguladora. En este carnaval la reina de la fiesta fue la microeconomía, teoría neoclásica enmascarada en la que la fábula del individualismo metodológico alcanza la más alta cima.

Ilustremos lo dicho con el ejemplo que nos proporciona un humilde texto de microeconomía, uno de tantísimos, titulado Introducción a la Economía (siendo el título el primer engaño), escrito por los profesores Trujillo del Valle y Cuervo Arango, que servía de manual en la Universidad Complutense allá por el año 1983. En el capítulo primero, aquel en el que todo libro se justifica, los autores afirmaban lo siguiente: a) que el análisis económico que pretenden realizar se basa en la construcción de un modelo que refleja lo fundamental de la realidad; b) que es imprescindible introducir en el análisis la noción de “equilibrio”, que es quizás el concepto más importante de la teoría económica, que presupone que los agentes económicos siempre cumplen sus objetivos y que en todos los mercados la oferta es igual a la demanda; y c) que poco importa si la noción de equilibrio se cumple en la realidad.

La contradicción de estos tres postulados es evidente: primero se sostiene que el modelo teórico debe reflejar lo esencial de la realidad, después se introduce una exigencia teórica sin la cual el modelo es impracticable y, finalmente, se reconoce que da igual que el modelo y la realidad tengan o no algo que ver.

Con toda razón denuncian la inconsistencia de la microeconomía dos profesores de la Sorbona, Bernard Guerrien y Sophie Jallais, economistas ambos, en una obra de reciente aparición titulada Microeconomía: una presentación crítica. Según Guerrien y Jallis, en el mundo de la microeconomía hay competencia perfecta (algo que no existe en la vida cotidiana), elección del consumidor bajo unos parámetros completamente ficticios, una idea de equilibrio que no se da en la realidad, una eficiencia paretiana que es un mito, y suma y sigue. Hablando en plata, la microeconomía es pura especulación intelectual porque se sostiene en una sarta de metiras. La conclusión de Guerrien y Jallais es lapidaria y por ello merece la pena citarla íntegramente: “¿puede la microeconomía servir para algo? Hemos mostrado que no, porque la microeconomía aplica el método deductivo de manera extrema, suponiendo comportamientos y capacidades de cálculo poco verosímiles y formas de organización de los intercambios que tienen poco, o nada, que ver con las economías de mercado (…) La microeconomía –y más generalmente, la teoría neoclásica- tendría que enseñarse exclusivamente en los cursos de Historia del pensamiento económico. Los estudiantes podrían reflexionar entonces sobre las razones por las que esa extraña teoría ha podido ser dominante en un momento dado, y probablemente breve, de la historia de la humanidad.” En resumen, no se puede comprender el mundo y las sociedades a partir de comportamientos individuales y fuera de contexto como hacen los microeconomistas.

De todas las disciplinas sociales, la economía fue la que más se subordinó al poder, perdiendo su carácter crítico y su capacidad de comprensión de la realidad. De ciencia social pasó a dogma, petrificándose en ideología legitimadora de un sistema que decía entender y que sólo estaba en su imaginación. Al cabo, los economistas entendían tanto de economía como de cantar la epístola. La desdicha es que sus desvaríos han provocado y justificado millones de desempleados y de pobres. Y esto es sólo el comienzo.

Para ser justos debemos reconocer que hubo algunos economistas que no se dejaron arrastrar por la corriente de las escuelas de negocios, y que no participaron de las prebendas asociadas al pensamiento domesticado. Son los que anunciaron con anticipación la crisis y son los únicos a los que debemos escuchar con respeto. A los demás, planes de reciclaje y oídos sordos.

Emilio Alvarado Pérez, es portavoz de IU en el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares

sábado, 10 de septiembre de 2011

Anatomía de la especulación



Un paseo por Valdeluz prueba que la economía española ha vivido instalada en una locura especulativa basada en el endeudamiento privado, el crédito temerario, el “pelotazo” recalificador, la corrupción política, el bipartidismo intolerable, la vivienda por las nubes, el empleo de muy baja cualificación y los planes urbanísticos disparatados que se vienen abajo. Puro desvarío neoliberal aderezado con gotas de genio patrio.

La historia de Valdeluz comenzó el día en que el Gobierno de Aznar decidió llevar el tren de alta velocidad a la luna, ubicando una estación del AVE Madrid-Lérida en un páramo del término municipal de Yebes, pueblecito de unos 300 habitantes gobernado también por el PP, del que muy pocos habían oído hablar antes. Los terrenos en los que se iba a construir la estación eran propiedad de Fernando Ramírez de Haro, consorte de Esperanza Aguirre, que experimentaron una revalorización astronómica al pasar de secarrales a la condición de suelo residencial. El alcalde de Yebes dio el visto bueno al negocio jugosísimo ordenado por sus jefes políticos de la calle Génova. Se suponía que al calor del AVE, como en el salvaje oeste, iba a florecer en medio del páramo una ciudad de más de 30.000 habitantes, en la que se mezclarían a partes iguales la tranquilidad, el lujo contenido, los equipamientos avanzados, un parque temático y un veloz sistema de transportes hacia Madrid. Una parte del desarrollo afectaba también al término municipal de la ciudad de Guadalajara, por lo que se necesitaba la aprobación de la capital, que se logró con el acuerdo del PP y del PSOE. La única fuerza política que denunció la insensatez de todo este enjuague fue IU, que ya advirtió por aquel entonces, julio del año 2007, que este proyecto era pura especulación, un negocio para los familiares de Aguirre y una idea urbanística apócrifa e insostenible que había que paralizar inmediatamente. Por desgracia, las advertencias proféticas de IU no fueron atendidas y el bipartidismo se impuso una vez más cometiendo su enésima fechoría. Román y Alique acordaron embutirse e ir juntos apoyando la infamia, mientras que IU defendía la dignidad y el sentido común. Sobra decir que en aquel momento IU sufrió las invectivas del PP, del PSOE y de sus promotores amigos. Fue acusada de ir en contra de la creación de miles de puestos de trabajo, del bienestar de los futuros vecinos de Valdeluz y del progreso económico general. Como la memoria selectiva es frágil, hoy nadie se acuerda de este episodio. El PP revalidó el gobierno de Guadalajara con una mayoría absoluta aún más amplia, y Alique fue premiado por sus jefes socialistas con un cómodo escaño en el Congreso de los Diputados. A la inversa, a IU nadie le reconoció su integridad ni su capacidad de acierto, quizás porque sus denuncias fueron censuradas por los medios de comunicación provinciales y regionales, todos en manos de constructoras y promotoras o atrapados en la red clientelar de la Junta de Comunidades.

¿Qué hay en Valdeluz cuatro años después?. Para empezar, que la profecía de IU se cumplió punto por punto. Lo visible es una ciudad fantasma formada por edificios vacíos, calles desiertas, accesos cortados con barricadas, solares abandonados, esqueletos de hormigón y habitantes solitarios. Valdeluz, ciudad postnuclear, patria de Salicio y Nemoroso en la que componer bonitas églogas, risco olvidado donde habita el silencio, negocio malogrado, sueño de grandeza convertido en pesadilla, gatillazo urbanístico de proporciones siderales, pecio varado en la playa y petardazo de fin de fiesta en la que corrían sin tasa los billetes de 500 euros, los trapicheos, los notarios y las nóminas en B.

Pero hay otros estratos de la ciudad fallida que no por invisibles son menos reales. Valdeluz es también esperanzas truncadas, las de sus escasos pobladores, a los que les prometieron una ciudad habitable, con personas, con sonrisas y con vida en sus calles y parques. La realidad es bien diferente. Hay en Valdeluz un aire a melancolía que lo impregna todo, de lo que no pudo ser porque era imposible. El poblador de Valdeluz ha adquirido un aire de colono. Ha aguzado el oído debido al silencio que lo envuelve. También tiene la vista más desarrollada, porque se ve en la obligación de otear al congénere ocasional que camina a lo lejos por una avenida desierta.

En un estrato más profundo, Valdeluz es también una losa. Para los vecinos de Yebes, también para los de Guadalajara y, sobre todo, para sus propios habitantes. ¿Cómo sostener los servicios municipales en una ciudad proyectada para más de 30.000 personas en la que viven como mucho unas mil, de las cuales están empadronadas la mitad? ¿Quién va a pagar el mantenimiento de una ciudad vacía y qué servicios se podrán sostener sin que resulte una carga insoportable para los vecinos que no viven allí?. Aunque la construcción es muy reciente, comienzan a observarse en la ciudad los primeros signos del paso del tiempo y de la ausencia de un mantenimiento adecuado: baldosas rotas, plantas sin podar, una fachada de la que se cae el enfoscado, un solar en malas condiciones, carteles sin retirar que ya no anuncian nada. Con el tiempo, el deterioro irá agravándose y, a la par, las quejas de los habitantes de Valdeluz, que denunciarán el desamparo en el que viven. Estas peticiones irritarán a los ciudadanos de Yebes y de Guadalajara, que argumentarán que no se sienten responsables fiscalmente de la suerte de quienes decidieron voluntariamente irse a vivir a un páramo. Así que el abandono de Valdeluz es ya palpable. Por eso menudean en sus fachadas las cámaras de videovigilancia que todo lo observan. A falta de otros medios ahí están para limitar el pillaje y la patada en la puerta. Ya sabemos que la naturaleza tiene horror al vacío.

En otro nivel de profundidad, Valdeluz es un gran agujero de la economía nacional. Impresiona ver la cantidad de horas de trabajo, de materias primas, de riqueza y de deuda que yacen bajo la forma de edificios vacíos y de calles desiertas. Montañas de capital despilfarrados de una manera completamente improductiva. Cuesta imaginar cuánto habría progresado nuestro país si este esfuerzo baldío se hubiera empleado en mejores causas. Cada inmueble parece un moái que anuncia el colapso general de un sistema. Banqueros irresponsables prestaron dinero para cubrir apuestas inmobiliarias temerarias porque se las prometían felices. Ahora, tras la explosión de la burbuja, esos banqueros exigen a los ciudadanos que paguen sus descubiertos porque ellos han venido al mundo sólo para ganar. En esto consiste la deuda privada que ahoga la economía nacional. En una estimación moderada, los Valdeluz de toda España se han comido un 7% del PIB y ahora toca que devolvamos los capitales a los bancos que concedieron los créditos fallidos que permitieron su construcción. Según nuestros gobernantes, cada inmueble abandonado, cada calle vacía y cada parque sin uso equivale a decenas de profesores, de médicos, de pensiones o de becas públicas a los que hay que renunciar. No aceptemos esta infamia. Impongamos la razón: en vez de recortes, pico y pala para los culpables.

Y en el estrato más bajo, Valdeluz refuta uno de los axiomas de la Escuela de Chicago: que la competencia del mercado impide la irracionalidad de sus actores. En la realidad, la burbuja inmobiliaria, como cualquier otra que se produce en la economía capitalista, se basa en la expansión de la irracionalidad fruto de las decisiones en el mercado. Esta es una idea muy vieja que ya apuntó en 1841 el periodista escocés Charles Mackay en su obra Delirios multitudinarios. La manía de los tulipanes y otras famosas burbujas financieras. Tal y como nos explica John Cassidy al hablar del caso, la burbuja de los Mares del Sur de 1720 se basaba en la promesa de riquezas sin fin producidas por el comercio ultramarino. Muchos de los inversores que ponían en riesgo su dinero sabían a ciencia cierta que las expectativas se habían exagerado y que numerosas sociedades que emitían acciones en el mercado londinense eran fraudulentas, pero a pesar de todo aprovecharon la oportunidad de conseguir algo de dinero rápido en la esperanza de que abandonarían a tiempo el barco antes de su hundimiento. Se cuenta que un banquero le llegó a decir a Mackay que “cuando todo el mundo está loco, debemos imitarlo en cierto modo.” Porque, efectivamente, eso es lo que ocurre cuando hay una burbuja especulativa: casi todos pierden el norte. Una minoría que domina la información alienta la demencia general espoleando la avaricia y el egoísmo individuales. En la medida en que se van cumpliendo las promesas de beneficio, muchos otros son infectados por el virus de la irracionalidad invirtiendo su dinero, que automáticamente provoca el efecto de aumentar aún más las rentas esperadas. A partir de ese momento la alienación es completa y los inversores entran en un estado de euforia que les lleva a pedir prestado para sostener sus apuestas temerarias. Al final, los que incitaron la locura, conocedores de que no hay burbuja eterna, abandonan sus posiciones recogiendo enorme beneficios. Entonces, el castillo de naipes se viene abajo, dejando a la mayoría de los inversores en la ruina y al país, si la burbuja que se pincha es muy grande, en una situación muy comprometida. A todos los efectos, aquello con lo que se especula es indiferente: acciones, tulipanes, empresas puntocom, viviendas, alimentos, materias primas o divisas, sin importar que algunas de estas mercancías sean bienes básicos para la vida. Esta historia, tan vieja como el capitalismo, ocurrió en Valdeluz porque el ser humano, cuando ha de elegir entre la avaricia y la racionalidad, si ve que sus congéneres eligen la avaricia desprecia la racionalidad. Es la ética del rebaño.

En definitiva, Valdeluz es a la vez confirmación de una profecía, ciudad deshabitada, losa insostenible, agujero en la economía nacional, refutación de un tiempo y de unas ideas, sueños traicionados y epítome de la locura. Basta mirar la ciudad con algo de atención para comprender la magnitud de lo que simboliza.

Valdeluz forma parte de la geografía fallida de la España del pelotazo. Junto con Seseña, Costa Miño, La Muela, El Toyo, Costa Escuri, La Torre Golf Resort, etc., es una parada más en la ruta de la especulación. Es un museo al aire libre que nos recuerda las secuelas de sufrir la demencia de la fiebre del ladrillo. El testimonio que brindan los miles de edificios casi vacíos de estas ciudades fantasmas es igual al de los mamuts que fueron sorprendidos por el último cataclismo mientras pastaban tranquilamente.

Valdeluz, exteriores de la España retratada por Bigas Luna en Huevos de Oro, en la que dominaban la codicia, la ordinariez y lo hortera, y que en su estrepitoso crecimiento llevaba encadenada, fatalmente, la penitencia de su caída. Valdeluz, símbolo de una época que nos ha conducido a la bancarrota y que debemos impedir que resucite para siempre jamás.

Emilio Alvarado Pérez es Portavoz de IU en el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares

lunes, 5 de septiembre de 2011

La nueva Gran Depresión


Este país pide acción y acción inmediata… Debemos actuar y rápidamente.” Estas palabras pertenecen al discurso inaugural del presidente Franklin Delano Roosevelt en su toma de posesión. Es difícil hoy en día reconstruir la urgencia y el sentimiento de desesperación contra los cuales fueron pronunciadas estas palabras el 4 de marzo de 1933. Unas cuantas horas antes de que se llevara a cabo la ceremonia de toma de posesión, todos los bancos de Estados Unidos habían cerrado sus puertas. El sistema monetario había llegado al punto en que podía sobrevenir un colapso. Cerca de trece millones de estadounidenses estaban sin trabajo. El año anterior, una marcha de 15.000 veteranos en Washington había sido dispersada con gases lacrimógenos, tanques y bayonetas. En el campo había reuniones de partidarios del levantamiento de las hipotecas, durante las cuales se exhibía con tacto un lazo corredizo, las cuales servían de elementos poderosos de disuasión para cualquier representante de los bancos o de las compañías de seguros que estuviesen pensando en juicios hipotecarios. Entretanto, un desfile de dirigentes de negocios frente a las oficinas del Comité de Finanzas del Senado, había producido una depresiva sensación de impotencia. El presidente de un gran ferrocarril dijo: “La única manera de combatir la depresión es llegar hasta el fondo y desde allí empezar a construir lentamente.” El presidente de uno de los bancos más grandes de Nueva York declaró: “No tengo ninguna solución.” El presidente de la U. S. Steel afirmó: “No se me ocurre ningún remedio.” Un considerable número de expertos exponía con apremio: “Por encima de todo debemos equilibrar el presupuesto.” La crisis era profunda y auténtica; es dudoso que los Estados Unidos alguna vez hayan estado más cerca del colapso económico y de la violencia social.

La respuesta del nuevo presidente fue inmediata y vigorosa. Según escribe Arthur Schlesinger, en los tres meses que siguieron a la toma de posesión de Roosevelt, “el Congreso y el país estuvieron sujetos a una inundación de ideas y programas presidenciales que no se parecían a ninguna otra cosa en la historia de los Estados Unidos”. Éstos fueron los famosos Cien Días del New Deal (Nuevo Trato): días durante los cuales, mitad intencionalmente y mitad por accidente, se colocaron las bases para una nueva norma de relaciones entre gobierno y economía privada, que habría de provocar un importante cambio en la organización del capitalismo estadounidense.

En total se aprobaron unos quince proyectos de ley principales: la Ley Bancaria de Emergencia, que abrió nuevamente los bancos bajo una especie de fiscalización gubernamental; el establecimiento del cuerpo Civil de Protección de las cosechas para absorber, por lo menos, una parte de los jóvenes cesantes; la Ley Federal de Ayuda de Emergencia para suplir las exhaustas provisiones de socorro en los estados y ciudades; la Ley Hipotecaria de Emergencia para el Campo, que en siete meses prestó a los agricultores el cuádruple de todos los préstamos federales concedidos durante los cuatro años precedentes; la Ley de Dominio sobre el Valle del Tennessee, instituyendo la TVA, una operación arriesgada y completamente nueva emprendida por el Gobierno; la Ley Bancaria Glass Steagall que privó a los bancos comerciales de sus facultades para emitir acciones y bonos, garantizando los depósitos bancarios; la primera de las Leyes sobre Valores destinada a frenar la especulación con los mismos y la temeraria piramidación de las empresas.

Los Cien Días sólo fueron la iniciación del Nuevo Trato, de ninguna manera lo completaron. Todavía no se habían aprobado: el Seguro Social, la legislación sobre Viviendas, la Ley de Recuperación Nacional, la disolución de las compañías financieras de servicios públicos, el establecimiento de la Autoridad Federal de la Vivienda.

Efectivamente, no sería sino hasta el año de 1938 cuando se terminara el Nuevo Trato con la promulgación de las Fair Labor Standard Acts (Leyes de Estándar de Trabajo Justo), que establecían salarios mínimos y horas de trabajo máximas, prohibiendo el empleo de menores en el comercio interestatal.”

Esto es lo que escribía Robert L. Heilbroner, economista norteamericano, hace medio siglo, cuando analizaba la respuesta del gobierno estadounidense a la Gran Depresión de 1929. Por lo visto, la historia se repite y el ser humano no aprende.

La Gran Depresión del 29 produjo el New Deal. La que padecemos ahora engendra políticos mezquinos y cobardes que destruyen el Estado y la sociedad. Un ejemplo: Artur Mas, recientemente elegido presidente de Cataluña y experto en desmantelar la sanidad pública. Su última frase sobre la crisis desvela "un fino análisis" y un mejor remedio: si peta todo estaremos en el cacao general. Estos son los gobernantes que nos toca padecer. ¿Hasta cuándo?

Roosevelt pasó a la posteridad con brillantez. En cambio, los gobiernos actuales serán recordados por su inutilidad e indignidad, porque en vez de encarar la crisis con valentía contribuyeron a provocarla, sacrificando a los ciudadanos ante el altar de los mercados. 

Emilio Alvarado Pérez, es Portavoz de IU en el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares

domingo, 4 de septiembre de 2011

Liquidación por cierre



Los Estados no deben gastar más de lo que ingresan”. Frase lapidaria que todos entienden porque es engañosamente simple. Si lo consentimos, esta es la medicina que nos van a administrar. Los banqueros y políticos que provocaron la crisis han encontrado en este principio el antídoto del mal. El remedio para superar la crisis consiste en gastar muy poco, porque muy poco es lo que van a recaudar los Estados de una economía que de nuevo roza la depresión. Banqueros y políticos del sistema sentencian que lo contrario, gastar más, es agravar la enfermedad y llevar al paciente a la tumba. En su diagnóstico, intencionadamente, confunden consecuencias con causas, síntomas con enfermedad. Pero les da igual, porque viven encerrados de buena gana en el blindaje que les otorga un poder cada vez más ajeno a la realidad de la calle y porque gobiernan para sus intereses.

Con este lema que parece salido de un manual remilgado de urbanidad, los responsables de la crisis pretenden convencer a los ciudadanos de que renuncien a la sanidad, a la educación, al empleo digno, a sus derechos y a los derechos de sus hijos, como si la causa de la crisis fuesen los ciudadanos, la atención médica, la enseñanza o los recién nacidos.. 

Hay que combatir esta idea económica de saldillo, propia de un país que va directo a la ruina y acuñada por unos políticos, los del bipartito, arrodillados en posición sospechosa. Debemos hacerlo porque el principio no gastar más de lo que se  tiene, que en su simplicidad parece puro sentido común, algo obvio que por evidente nos lleva a considerarlo un axioma de la naturaleza equiparable a la ley de la gravedad o a la fórmula del área del triángulo, esconde la dominación de clase, de casta o de grupo. Por eso, si se toma aislado, este lema engañoso, puro beleño, narcotiza rápidamente a quien lo escucha volviéndolo manso, poltrón, consentidor resignado de su sacrificio.

Descubramos el engaño o, como dicen los finos, deconstruyamos el principio.

Lo primero que hay que explicar es por qué se gasta más de lo que se ingresa. Las razones son, al menos, cuatro: a) porque las finanzas privadas desreguladas provocaron una crisis económica equivalente a la Gran Depresión de 1929; b) porque se regaló sin tasa dinero público a unos banqueros manirrotos, convirtiendo un problema privado, el de la deuda privada, en un problema público, el del déficit de la administración; c) porque no se recauda lo suficiente dado que a los ricos se les perdonan impuestos, se consiente que la economía sumergida no tribute y se hace la vista gorda a los paraísos fiscales; y d) porque hay que atender a las víctimas inocentes de la crisis y mantener los compromisos constitucionales del Estado social. 

Sentado esto, el precepto no gastar más de lo que se tiene se despoja de su aparente sencillez y se vuelve problemático. Lejos de ser inocente, la observancia de este mandato significa abandonar en el desamparo a las víctimas de la crisis. En cambio, nada dice de los responsables de la anarquía financiera, de los que la provocaron, que siguen  libres y dispuestos a provocar la siguiente catástrofe. Por tanto, esta prescripción es del todo menos inocua.

Nos vamos a permitir poner un ejemplo que ilustra mejor el caso que nos ocupa. Imaginemos una familia en la que el padre se “pule” la nómina en la taberna y no contento con ello, dado que su ansia por el juego no conoce límite, pide prestado hasta que nadie le fía. A la madre le ocurre igual, aunque su debilidad es el bingo ¿Cómo remediar esta situación tan calamitosa? Lo sensato y humano sería curar a ambos progenitores de su adicción patológica, impedirles que administraran los jornales, negociar con los acreedores de buena fe el pago de la deuda y no abandonar en la miseria a los hijos inocentes. Esto es lo digno. En cambio, lo que nos proponen los partidarios del no gastes más de lo que tienes es de una inhumanidad rampante: que los padres sigan siendo ludópatas, que continúen guardando la llave de la caja fuerte y que sean sus hijos los que paguen las deudas personales contraídas tan irresponsablemente, aunque ello les lleve a mendigar por las calles. 

Con un simple ejemplo, la supuesta virtud del precepto no gastar más de lo que se tiene se esfuma. Pero nuestra tarea de desmontaje no ha terminado. Expliquemos ahora en qué consiste gastar más de lo que se tiene

Una economía capitalista que entra en barrena necesita del apoyo público para cambiar el rumbo. El gasto público mantiene la paz social, incrementa la demanda, genera riqueza y tiene un efecto multiplicador si es bien empleado. Si en momentos de depresión de la economía privada se practica la abstinencia pública el resultado es evidente: más abatimiento, más desigualdad, menos ingresos, más pobreza, más paro y más inestabilidad social: es decir, más crisis. Mantener el déficit cero en una situación como la actual es administrar al paciente la receta de Molière, que en su Enfermo imaginario decía: “dar un enema, luego sangrar y enseguida purgar”. Con estas medidas, el enfermo, en vez de recuperar la salud, corre peligro de ir al cementerio. No extraña que en la época de esplendor de estas prácticas bárbaras, los pacientes temían mucho a las sangrías y a los vesicatorios, porque era más fácil morir en brazos del practicante que por la enfermedad. Como ellos, haríamos bien en temer la receta del déficit cero, que es el enema que nos quieren aplicar aquellos que se dieron el atracón y andan aún empachados y eructantes. Con la excusa de que les sobra bilis nos quieren sacar los higadillos.

Pongamos otro ejemplo que ilustre lo dicho. Volvamos a nuestra familia, aunque ya con padres ejemplares. ¿Quién criticaría que se endeudara para proporcionar una mejor educación a sus hijos, o que gastara un poco más de lo que ingresa con el fin de tener una vida más saludable, siendo más frugal en lo accesorio? Seguro que nadie. Hay ocasiones, por tanto, en las que resulta no sólo necesario sino virtuoso gastar más de lo que se tiene si se quiere progresar o crear riqueza futura. Y en cuanto a las deudas, pueden aplazarse, renegociarse o, incluso, algunas de ellas pueden prescribir, porque hasta los crímenes más horrendos acaban caducando.

Caído el velo de la obviedad cabe preguntarse si es posible otra política distinta a los remedios de botica medieval que nos quieren administrar el PSOE y el PP. Y la respuesta es afirmativa.  Por ejemplo, ¿por qué no se equilibran los gastos y los ingresos regulando con mano de hierro a la banca privada para evitar que vuelva a ocurrir otra crisis financiera?; ¿no sería mejor que la economía real se beneficiara del crédito para generar actividad y empleo productivo y socialmente útil?; ¿hasta cuándo habrá que esperar para que se imponga la justicia contributiva y pague más el que más tiene?; ¿por qué no ponemos toda nuestra inteligencia, medios y tecnología para construir un mundo más justo en el que desaparezcan el hambre y las guerras?; en definitiva, ¿por qué no nos atrevemos a ser libres? 

Terminemos nuestra tarea deconstructora. El político que afirma que los Estados no deben gastar más que lo que ingresan parece que dice algo sensato, pero no. Es como el médico que afirma que si se tiene frío lo mejor es taparse, porque si el frío es consecuencia de unas fiebres muy altas tanto abrigo puede producir daños irreparables. 

Pudiera ser que estuviéramos equivocados en nuestros razonamientos. Hay que admitirlo. Pero sentimos alguna seguridad en lo afirmado al saber lo que los dichosos mercados han opinado sobre el principio salvador, subiendo la prima de riesgo de la deuda soberana española al punto más alto desde el pasado 5 de agosto.   

Hora es de concluir. ¿No habíamos quedado en que la crisis estalló por un problema de deuda privada contraída por la banca, también privada, para alimentar la especulación urbanística que también tenía una naturaleza privada? ¿Se nos ha olvidado ya que sólo hace tres años los bancos en apuros exigían a los Estados que gastasen a paletadas el dinero de los contribuyentes para salvar sus balances? ¿No recordamos ya que el entonces presidente de la patronal española, Díaz Ferrán, pidió la suspensión temporal del capitalismo y que Sarkozy exigía su refundación, con la ayuda económica de las administración pública? ¿Es que no nos acordamos de que los mismos políticos que hoy recortan los derechos de los ciudadanos, hace tres años mostraron una generosidad sin límites con los desvergonzados que nos han conducido a la ruina? 

Nuestras sociedades no tienen un problema de recursos. No vivimos en la Edad Media, ni la crisis económica actual es resultado de una calamidad natural. En realidad, nuestras sociedades soportan una distribución inadecuada y una asignación errónea de recursos y preferencias. A eso se le llama capitalismo y eso es lo que hay que cambiar.

Emilio Alvarado Pérez, es Portavoz del Grupo Municipal de IU