|
Cospedal y el Delegado del Gobierno, Jesús Labrador, presentan a los Subdelegados del Gobierno. Cargos represores para repartir entre amiguetes |
La crisis financiera provocó una crisis
económica muy profunda que, a su vez, ha degenerado en crisis política y social envuelta en una crisis ecológica planetaria. Dicho de modo conciso, el mundo se va a hacer puñetas.
En vez de poner remedio a la debacle, los
gobiernos del sistema, cohechados con intereses espurios y entre sí, sacrifican a los ciudadanos para acelerar el holocausto, en
la esperanza criminal de que la minoría a la que representan se salvará una vez
eliminado el sobrante de escoria, que somos el resto.
La democracia ha sido sustituida por la
necrocracia, que es gobernar a favor de la muerte de casi todos para mantener el privilegio de unos pocos. Soportamos gobiernos de enterradores,
negociados de funeraria pero sin velones ni coronas, cuadrillas de robadores y
facinerosos que practican la depredación.
Olvidados quedan los tiempos de Orfeo
y Anfión en los que parecía posible el milagro de la multiplicación sin
esfuerzo.
El escenario ya no engaña. Ocurre que los
deudores ahogan a media Europa que, a su debido momento, ahogará a la otra
media, que los bancos chinos comienzan a estrangular a los EEUU por mediación
del control de su deuda y que los chinos se ahogan al respirar los gases
tóxicos que salen de los tubos de escape y de las chimeneas de su falsa
prosperidad. En el capitalismo de casino unos ahogan a otros, con la
intermediación impagable de gobiernos títeres encargados de ejecutar el trabajo
sucio con involuciones legales, represión selectiva, limitación de derechos y empobrecimiento de la población.
Los bárbaros que gobiernan dicen que
sobran personas y derechos, normas y moral, principios y rectitud, conciencia y
vergüenza. Imponen la fuerza bruta, que se sostiene en un
arsenal tecnológico que nos vuelve transparentes, vulnerables. Se confirma la tesis de Trasímaco y Calicles, personajes de los diálogos de Platón, de que la justicia es el
interés del más fuerte. Dos mil quinientos años para concluir en
esto. Qué desperdicio.
Resulta indiscutible que el hombre ha
cambiado muy poco desde que abandonó la última caverna, excepto que ha
procreado exponencialmente y que ha refinado mucho su capacidad de hacer daño. A lo que parece, la evolución del género humano es la
historia de un fracaso colosal. ¿Tenemos remedio, merecemos perdón como
especie? Pronto se sabrá porque el desenlace está cerca. Los presagios
no son favorables.
Siglos de evolución intelectual para acabar
en el laissez faire, en el struggle for life o en el homo
homini lupus, variantes intelectuales del acto de abrirle los sesos al vecino con una quijada de asno. Resulta descorazonador sospechar que las
sonatas de Bach, los cuadros de Rembrandt o las coplas de Jorge Manrique fueron
un error y que lo real, lo verdadero, lo que se impone inevitablemente allá
donde hay hombres es el impulso de muerte, la sed de sangre y la violencia.
Pero la crisis, como Jano, tiene dos caras.
De una parte, un perfil siniestro, el del no
futuro que nos aguarda si nos dejamos avasallar; de otra, un perfil
esperanzador, que refleja la ratio
oculta del poder, mostrando sus miserias, mentiras, debilidades y fines
verdaderos. La crisis puede ser, por tanto, el final de la esperanza o la
levadura de un cambio fructífero.
El sistema, en esta fase nihilista que
vivimos, aplica crecientes dosis de violencia estructural contra las personas,
buscando una supervivencia cada vez más incierta. La violencia se llama
estructural porque forma parte de la naturaleza de un orden que ha entrado en una
etapa destructiva. Quiere esto decir que el sistema necesita la violencia para
sobrevivir y que la violencia no es un accidente sino que es expresión fiel del sistema al que sirve. En
la fase aguda de la crisis se llega a la intersección de dos líneas: la que
representa a un sistema enganchado a la violencia y la de la violencia que
refleja el desorden del sistema.
Vivimos tan rodeados de violencia que no la
percibimos, como el pez abisal que no siente la presión abrumadora y que no echa
de menos la luz y el calor que nunca conoció. Violencia económica contra el
trabajador que es explotado. Violencia de los medios de desinformación contra
el espectador que es engañado y adoctrinado. Violencia de las leyes contra los
ciudadanos a los que se priva de derechos y de medios de defensa ante el abuso y el atropello. Violencia
contra el humilde que tiene miedo de caer en la miseria si no acepta la penúltima extorsión. Violencia contra el
hipotecado al que se le quita la casa y es tratado peor que la basura. Violencia de la
marginación contra el parado al que se le niega un subsidio. Violencia del
lenguaje oficial para impedir pensar en lo que no conviene. Violencia física contra
el que no se resigna y protesta harto y desesperado. Violencia contra el enfermo que carece de medios y al que se abandona
a su suerte. Violencia contra el inmigrante al que se le niega su condición
de persona. Violencia contra uno mismo, del que no ve salida y, desesperado, se
arroja al vacío o arde a lo bonzo. Violencia contra la mujer que es víctima del machismo. Violencia gratuita, artística o elevada a ideal que
abunda en el mal cine, la peor televisión, los seriales de consumo barato, las covachas de Internet y los videojuegos infames, formas masivas de perder el tiempo y de envenenar las mentes. En todos los casos, violencia del poder que busca el
sometimiento, la disciplina, la humillación y que alienta el desequilibrio
mental, la falta de empatía, la desconfianza y el odio hacia el semejante.
La violencia estructural es material y
simbólica, preventiva y reactiva, está por todas partes y amenaza siempre con
su furia. Basta que se pulse la tecla correcta para que la maquinaria punitiva
se active. Para dar apariencia legal a la violencia se cambian las leyes, se amenaza,
se inocula el miedo, que es un paralizante social muy eficaz, y se aplica de
manera selectiva la presión sobre disidentes significados. Al principio, con
advertencias, multas y cargas policiales. Después, con sanciones penales.
Finalmente, si lo anterior no basta, con medidas definitivas, de las cuales hay
una riquísima variedad. Se puede oscilar del palo a la horca, recorriendo sendas ya
trilladas.
A menor legitimidad de las instituciones más
violencia. Cuando el sistema no convence intenta vencer, imponiendo su voluntad
contra la voluntad de los cuerpos y de las mentes de los que se niegan a obedecer, violentándolos. La
imposición se vuelve tanto más aguda cuanto menor es el consenso sobre el que
se sostiene el poder oficial. Cuando la fe en el orden desaparece sólo hay salvajismo, licencia absoluta del poderoso, atropello del forajido, dominio de
una minoría de matones, yugo sobre la masa, gemido del que sufre. Pero todo
tiene un límite. Lo que está por suceder proyecta ya su sombra sobre el
presente.
Tantísima violencia organizada por parte de
la casta gobernante y luego es noticia que un desesperado quema una papelera, que los ciudadanos se defienden de la enésima carga policial como buenamente
pueden o que se persiga al diputado mentiroso que no da la cara emulando al cobrador del frac.
El círculo se cierra para una civilización
que vive de quemar montañas de residuos orgánicos en hogueras sofisticadas y de
asfixiarse en su propia mierda.
Emilio Alvarado Pérez, portavoz del grupo municipal de IU