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El gobierno de Rajoy gobierna (en interés de otros), legisla y quiere interpretar las leyes. ¡Menuda democracia! |
Hace ocho meses que el Partido
Popular, tras ganar las elecciones, empezó
a gobernar y a legislar cómodamente gracias a su mayoría absoluta en el
Congreso. Como era de prever, el Gobierno de Rajoy centró su atención en
aplicar la mal llamada política de austeridad que “impone” la Troika (Comisión
Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional), con el
objetivo de desmantelar el Estado del Bienestar. Dicho de otro modo, tras las
mentiras de la campaña electoral los incumplimientos del PP no tardaron
en verse.
Durante este tiempo el PP, a través de su Gobierno, ha
promovido una acción legislativa que se ha concretado en la eliminación de
derechos individuales y sociales. El instrumento elegido para destruirlos no ha sido otro que el decreto-ley, que permite una
aplicación inmediata de la voluntad del gobierno, antes de pasar por la
convalidación o aprobación parlamentaria tras el obligado trámite bajo la forma
de proyecto de ley. La consecuencia del abuso en el uso de los decretos-leyes es
clara: cada día que pasa nuestro país es menos democrático.
La Dictadura de Primo de Rivera impuso en nuestro país la afición por el
decreto-ley que, a su vez, trajo la moda nefanda de la Italia de Mussolini,
país que sufría el abuso de la potestad legislativa excepcional del Ejecutivo.
El gobierno por decreto tiene, por tanto, un origen contrario a la democracia
y, por supuesto, al parlamentarismo. Hasta la etimología de la palabra revela
este contenido, porque decretum significa también dogma, que es antesala del acatamiento. Esto lo sabían muy bien los
zares, nuestros reyes absolutistas o Franco, que aconsejaba a
los demás que no se metieran en política.
En lo que lleva de legislatura, el PP ha aprobado 22
decretos, con los que ha soslayado cualquier proceso parlamentario previo de
estudio, debate e informe en los asuntos capitales en los que ha legislado,
adoptando medidas gravísimas a espaldas, pues, de la sociedad que las padece.
Decretos-leyes de todo pelaje y condición se plasman en el Boletín Oficial del
Estado, resultado de la actividad de los Consejos de Ministros de los viernes,
que se han convertido en una especie de legislativo de primera instancia.
El abuso del decreto-ley por este Gobierno priva al
Parlamento de su facultad de legislar con la normalidad que impone un sistema
parlamentario, que es el que establece nuestra Constitución. Pero no sólo se
menosprecia a las cámaras cuando se abusa de los decretos-leyes sino que,
también, se degrada el debate democrático y se hace burla del principio de seguridad jurídica, de la
“certeza del derecho” que debe tener el individuo de que su situación no
será modificada más que por procedimientos regulares y conductos legales
establecidos, previa y debidamente publicados. Aunque poco sorprende el nulo
escrúpulo de este gobierno en esta materia, después de haber presenciado la
forma elegida hace poco más de un año para modificar el artículo 135 de la
Constitución, en la que los dos partidos mayoritarios, PSOE y PP, impidieron,
además, que el pueblo opinara a través del correspondiente referéndum.
En España la figura del
Decreto-ley está regulada en el artículo 86.1 de la Constitución, bajo
estrictas condiciones y precisamente para casos de “extraordinaria y urgente
necesidad”:
Artículo 86. 1. En caso de extraordinaria y
urgente necesidad, el Gobierno podrá dictar disposiciones legislativas
provisionales que tomarán la forma de Decretos-leyes y que no podrán afectar al
ordenamiento de las instituciones básicas del Estado, a los derechos, deberes y
libertades de los ciudadanos regulados en el Título I, al régimen de las
Comunidades Autónomas ni al Derecho electoral general.
Es indiscutible que el precepto constitucional limita las
materias en las que opera el decreto-ley, no pudiendo afectar a derechos fundamentales, ni al régimen de las CCAA, ni al Derecho electoral. Pero,
además, pone de manifiesto que sólo se justifica cuando concurra una situación
de extrema urgencia, de ahí que en su exposición de motivos cada decreto-ley
deba incluir las razones objetivas que lo fundamentan, que nunca pueden ser una
cuestión de estilo que se soslaya con cuatro frasecitas de rigor.
En este punto hay que denunciar que el Gobierno, sin pudor
alguno, interpreta la Constitución a su antojo y viola los límites que
establece la Carta Magna en materia de legislación de urgencia que,
además, debiera siempre interpretarse de la manera más restrictiva para no
convertir en habitual lo que sólo es excepcional. Pero parece que la
prudencia constitucional no importa a este gobierno que piensa que el
devenir cotidiano del país se ha tornado “extraordinario” y “urgente”, porque de lo que se trata es de aplacar las iras y ganar la confianza
de unos desconcertantes y desconsiderados mercados, mientras que hace mangas y
capirotes de su programa electoral y de la confianza ciudadana.
Este modo de “legislación excepcional” al que recurre
constantemente el Gobierno está alterando las bases del modelo constitucional y
rompiendo el equilibrio político que mantenía la premisa de que el Parlamento
era el órgano dotado de legitimidad democrática para legislar. Con su normal
actividad se garantizaba el proceso deliberativo y, por consiguiente, se
permitía a las diferentes fuerzas políticas expresar sus puntos de vista,
concediéndole a la opinión pública la oportunidad para formar su propio
criterio antes de que las leyes fuesen aprobadas.
Al abusar de los decretos-leyes el Partido Popular destruye
las premisas del pluralismo y desvirtúa el debate público que debe
regir la elaboración de las leyes. El gobierno de Rajoy se contenta con
representar una farsa parlamentaria consistente en defender en el Congreso
medidas ya aprobadas y aplicadas que, además, recibirán un refrendo seguro en
una cámara dominada por su mayoría absoluta. El resto de los grupos políticos y
los ciudadanos no participan en la deliberación, que ha sido sustituida por una
sucesión de monólogos irritantes e improductivos, aunque no es descartable que
en el futuro, a medida que aumente la tensión socio-política, no quepa ni este
desahogo, prohibición que se hará a golpe de decreto-ley.
En esta adulteración del proceso normativo que practica el
Gobierno no hay análisis, estudio o reflexión previas y, menos aún, una
motivación convincente. Se nos cuenta que la urgencia de los mercados manda,
pero ya no cuela esta explicación que no resiste el más somero análisis. En
cualquier caso, el destrozo institucional provocado por el gobierno es de
consideración porque todo nuestro esquema jurídico se está desguazando.
Mientras tanto, fiel al tancredismo, Mariano Rajoy toca la lira y justifica sus
decretos inmorales diciendo que “ha gobernado mucho y bien”.
Ante semejante espectáculo reiterado semana tras semana, en
el que el Gobierno del Partido Popular aprueba decretos-leyes donde no concurre
urgencia alguna y con los que se cree legitimado para tratar materias vedadas
por la Constitución (como es el caso de los derechos fundamentales), la
comunidad jurídica debería reaccionar de inmediato, instando al Tribunal
Constitucional a que acabe con un abuso que se acerca peligrosamente al
autoritarismo. Porque una cosa es alcanzar una mayoría absoluta en unas
elecciones, sencilla de conseguir cuando se engaña de manera descarada, se
reciben los pluses de un sistema electoral vergonzoso y se vive bajo la
protección de los poderes fácticos, y otra bien distinta es que este Gobierno
crea que España es el Partido Popular.
María José Pérez Salazar es integrante del Consejo Político Local de IU de Azuqueca de Henares