Llegó la hora, es el momento de que las cosas cambien

18 de Noviembre de 2010

UN SALUDO A TODOS LOS CIUDADANOS AZUDENSES QUE CREEN QUE LLEGÓ EL MOMENTO DEL CAMBIO

La crisis económica y social amarga nuestras vidas. No es la primera vez que ocurre algo así. En el siglo XIX, desde la primera convulsión del capitalismo allá por 1848, las crisis económicas se sucedieron con una regularidad que impresiona hasta sumar cinco episodios, uno por década. En el siglo XX el capitalismo generó otras seis grandes crisis (1906, 1920, 1929, 1973, 1992 y 2000) y una de ellas, la Gran Depresión, desembocó en la mayor carnicería de la historia de la humanidad bajo la forma de guerra mundial, totalitarismos y holocausto. En el siglo que acaba de comenzar padecemos otra crisis especialmente virulenta y equiparable en parte a la crisis del 29: la que estalló entre los años 2007-2008. El balance general que nos brinda la historia del capitalismo es, por lo tanto, muy claro: doce crisis en poco más de siglo y medio o, lo que es lo mismo, aproximadamente una crisis económica cada catorce años.

Todas estas crisis tienen puntos en común y, sobre todo, un desenlace idéntico: sus consecuencias inmediatas las pagaron siempre los más desfavorecidos.

Además de ser intrínsecamente inestable, el capitalismo ha dejado en la cuneta al 80% de la población mundial. El capitalismo, por tanto, es un sistema económicamente ineficiente porque no es capaz de sastisfacer las necesidades básicas de los seres humanos, a lo que une su condición de depredador de los recursos de un planeta que ya no aguanta más y que está comenzando a rebelarse contra la humanidad.

En la actualidad los grandes partidos nacionales se han convertido, por convicción o por impotencia, en abanderados de una visión del capitalismo singularmente dañina: el neoliberalismo. Parece que les importe más el bienestar del gran capital que el de los ciudadanos. Esos partidos aprueban paquetes multimillonarios de ayudas para una banca codiciosa e irresponsable mientras que endurecen la legislación laboral, rebajan el sueldo a los trabajadores y anuncian la reducción de las pensiones.

Para mantener sus cuotas de poder esos partidos mantienen un tinglado, el del bipartidismo, que pervierte el ideal representativo de la democracia. Para ello cuentan con la inestimable ayuda de pequeñas formaciones nacionalistas que, a cambio, reciben cuotas de poder muy por encima de la realidad social y política a la que representan. Obviamente, en este juego de suma cero, quien sale perdiendo es Izquierda Unida ya que el exceso de representación del PSOE, del PP y de los nacionalistas es el resultado del robo de la representación política que legítimamente deberíamos tener.

En Izquierda Unida de Azuqueca de Henares estamos convencidos de que el cambio no es una opción sino una obligación. El tiempo se agota y el margen se estrecha. Estamos llegando al límite físico de un sistema que atenta gravemente contra el equilibrio ecológico, la justicia, la igualdad y la paz social. El número de ciudadanos conscientes de esta realidad tan grave aumenta a diario aunque su voz no se escucha aún lo suficiente.

Por eso hemos creado este blog. En él los miembros de la candidatura de Izquierda Unida de Azuqueca de Henares y otros afiliados de nuestra organización expondremos nuestras reflexiones y propuestas para contribuir a una discusión serena sobre los graves retos a los que hemos de hacer frente, tanto a nivel general como local.

Pretendemos animar un debate social pervertido por gente que se escuda en el anonimato que proporciona internet para insultar cobardemente al adversario, por tertulias escandalosas y por mercenarios de la opinión que cobran por envenenar las conciencias. ¡Basta ya de rebuznos, de groserías, de zafiedad y de silencios cómplices!

Hay quienes considerarán que nuestros objetivos son muy ambiciosos. Cierto. Pero la urgencia de afrontarlos no es menor que la magnitud del desafío ante el que hemos de medirnos.

Concluyamos esta presentación con una frase inmortal de nuestro Francisco de Quevedo que, a pesar del tiempo transcurrido desde que se escribió, viene muy a punto: si quieres leernos "léenos, y si no, déjalo, que no hay pena para quien no nos leyere."

Consejo Político Local de IU

domingo, 28 de abril de 2013

6.202.700 parados




Márquese con fuego en la frente de los más humildes, para que no haya duda: los recortes indiscriminados en el gasto público producen paro, recesión y miseria. 

Los datos cuantitativos lo sentencian. Tras varios años de austericidio tenemos 6.202.700 parados (27'16%), de los cuales casi tres millones son de larga duración, dos millones de hogares en los que no trabaja nadie, un paro juvenil que roza el 60%, una tasa de actividad del 59%, un número de activos igual al de hace una década (16'6 millones) y trece millones de pobres. 

Con Rajoy la población decae, los jóvenes se marchan, los cerebros huyen, los derechos se evaporan, los salarios se hunden, las prestaciones desaparecen, los ricos engordan, las colas en los comedores sociales aumentan, los bancos de alimentos se vacían y la gente humilde rebaña en la basura. 

Rajoy prometió crear tres millones y medio de puestos de trabajo en la legislatura y en sólo quince meses nos ha regalado un millón más de parados, alcanzándose una marca inédita, desconocida, descontrolada. 

Así que, Rajoy, en poco más de un año en el cargo nos debe ya cuatro millones y medio de puestos de trabajo, deuda que aumentará en los próximos trimestres, con empeño y buena letra, la de Bárcenas, el tesorero muñidor de la calle Génova, si hemos de creer las previsiones del inquilino de la Moncloa. 

Estas son las torpes credenciales de un presidente del gobierno en minúsculas, del campeón del paro, del hombre sin ocurrencias, de la efigie de plasma, del perfil esquivo y cobarde que huye por los garajes, del don Tancredo de la obviedad, del mentiroso sin tasa que engañó al pueblo para alcanzar un cargo que ni merece ni entiende.

Con Rajoy superamos marcas, rompemos barreras, viajamos a lo desconocido, al corazón de las tinieblas, al más allá, al fondo abisal, a la isla del Carajo. 

Rajoy vino a cumplir un recado y bien que se aplica. Cuando su obra llegue a término será recompensado. A quien sirve siempre paga y con generosidad.

El discurso de Rajoy, que escriben los poderes financieros y las multinacionales, es una pamema, el anestésico con el que tapar una confiscación monumental de derechos y de rentas a los pobres y a las clases medias, es el humo que amodorra las conciencias de los agraviados, por eso hay que desmontarlo, sacarle las vergüenzas, abrirle las tripas. 

Es sabido, y si hubiere duda se reseña y se subraya, que el déficit y la deuda se miden con relación al PIB, de donde se deduce que a un PIB que se contrae le corresponden porcentajes mayores de deuda y de déficit que a uno que crece, aunque a la economía que merma se le hayan practicado previamente sangrías dolorosas del gasto público, lo que convierte la supuesta causa de la crisis (el aumento de la deuda) en consecuencia de la misma (la deuda sube porque hay crisis) exactamente lo contrario de lo que predice la vulgata neoliberal. 

La lógica lleva a la conclusión de que basta con que el impacto del recorte en el PIB sea superior al peso del recorte en sí para que la magnitud de la deuda y del déficit aumenten, lo que significa que después de los recortes una economía puede estar peor que al principio y, además, con una sociedad devastada, empobrecida y rota por diferencias insalvables entre ricos y pobres, germen del que tarde o temprano brotarán la violencia y la lucha.

No hace falta tocar en la filarmónica para concluir que cuanto más pobre se es más pesan las deudas, aunque el pobre haga lo posible por pagar lo que debe, sea mucho o poco, y rebaje sus necesidades a lo mínimo, volviéndose faquir. Vale lo dicho tanto para las personas como para los Estados.

Pero no sólo la lógica conduce a esta conclusión. Los hechos también la corroboran. Por ejemplo, se suele decir que en España el déficit y la deuda son la causa de la crisis cuando, si se miran con honradez las estadísticas económicas, ambas magnitudes se degradaron sólo tras la crisis financiera, la explosión de la burbuja del ladrillo y la destrucción pavorosa de puestos de trabajo que vino a continuación, en exacto cumplimiento del refrán que dice que quien torpemente sube a lo alto, más pronto cae que subió. Por otra parte, los datos también sostienen que los recortes del gasto público no sirven para reducir la deuda y el déficit en un período de profunda recesión, puesto que una vez realizados estas cifras aumentan y la crisis es aún más profunda, como atestigua nuestro ejemplo con dolor y tozudez. Además, otros países que han padecido antes que nosotros la peste del austericidio han acabado acumulando un porcentaje mayor de deuda y de déficit tras los ajustes brutales, a lo que se añade otra consecuencia aún peor: sus sociedades han sido pulverizadas, machacadas y sacrificadas en beneficio de una minoría rectora globalizada, criminal y cobarde.

Lo relevante del caso, por tanto, es cuánto cae el PIB (asunto que está directamente relacionado con el número de trabajadores activos) y no cuánto se reduce el gasto público sin más y aisladamente, de donde se infiere que lo vital ahora es cambiar la base de la economía, estimularla, alentar la producción social, tecnológica y sostenible, reducir las brechas entre clases y moldear una sociedad nueva. En pocas palabras, hacer algo diferente para intentar salir de un círculo vicioso que ahoga y mata. Esta es la razón por la que tenemos una cifra de parados insólita, que produce pánico, que parece insalvable y que se reseñará en los libros de historia.

Cualquiera entiende este relato, menos los que mandan, aunque no por falta de seso sino por mala voluntad. Las élites globalizadoras y sus franquicias nacionales quieren un planeta más libre en el que falta tierra y sobra turba, siendo la crisis un buen sistema de fumigación masiva. Y si no funciona el gas, se construirán Elíseos inexpugnables, tanto da en una isla artificial como en la azotea de un rascacielos.

Igual que a un anémico no se le roba el hierro de la dieta, de la crisis no se sale con más pobreza. Si el comienzo de la salud es conocer la dolencia del enfermo, con estos gobernantes estamos lejísimos de enfilar un camino viable, una salida, una esperanza, aunque sea remota. Sépase de una vez: los que nos gobiernan no vinieron a curarnos sino a rematarnos.

Todo este enjambre de embustes sobre el déficit y la deuda, al que llamaremos doctrina de los acreedores (que son menos que un puñadito) ha contaminado el sentido común artificialmente gracias a las toneladas de forraje noticiado que han creado y esparcido los medios de desinformación, siendo tragado el tóxico de buena gana por una ciudadanía poco dada a la reflexión sobre la cosa pública. 

Para lograr el engaño masivo los manipuladores no han escatimado en medios, además de los clásicos como el ocultamiento y la coacción (salarial y económica) sobre quienes disentían. Los tergiversadores crearon un nuevo vocabulario destinado a taponar las mentes y coartar el pensamiento de los ciudadanos, con el fin de hacernos creer que la realidad es cosa muy distinta de lo que percibimos.

Los magos de la comunicación crearon otra Lingua Tertii Imperii, que es idioma del poder para ser leído del derecho. Cinco años después del comienzo de la crisis contemplamos un intento a gran escala de, con el lenguaje, invertir las pruebas, de darle la vuelta a lo que es, de travestir la mentira, de desustantivizar la verdad, de impedir que la sucia realidad sea nombrada, de desviar la atención, de marear la perdiz, de vivir en una simulación, en un mundo paralelo en el que, a pesar de todos los espejos, propagandas y deformaciones, hace frío y se pasa hambre. 

Más a lo llano: Rajoy y lo suyos nos atracan de píldoras azules para encadenarnos al sueño de Matrix, a una realidad virtual, a una modorra que entontece y resigna, porque necesitan un pueblo que pique la migaja en el puño que le golpea.

Pero esto se acabó.

La maraña de lenguarajos y de embustes infames se va deshaciendo porque el vendaval de la crisis puede con todo, también con los justos por culpa de los pecadores.

La realidad se impone y las incomodidades vitales despiertan a los durmientes. No hace falta que nadie administre la pastilla roja de la verdad para que el ciudadano sienta el dolor en su piel.

En un país con casi seis millones y cuarto de parados ya no cuela el discursito de los acreedores sobre la deuda y el déficit, por mucho que lo cante el coro de afines al gobierno, que es un orfeón situado en la derecha reaccionaria y traidora, unida a la cleptocracia estructural.

La crueldad de la crisis nos muestra que los harapos no son sedas, que los sueldos devaluados no son un privilegio, que el paro no es una desgracia natural, que los desahucios no son hijos de la irresponsabilidad del deudor, que los ricos no son infelices, que los parásitos son eso, parásitos, que los trabajadores no son vagos y que las condiciones paupérrimas que soporta el común no son mercedes, dádivas y promesas para alcanzar un futuro radiante sino sólo lo que aparentan: miseria y cadenas.

No hay telón, adjetivo, capa, pildorita, sigla, consigna, barba o bigote que tape a 6.202.700 parados, porque son muchos más que demasiados. Ni argucia de Floriano, chascarrillo de Pujalte, gracieta de Pons o simulación tartamudeante de Cospedal que excuse el daño que este gobierno le está haciendo a un país que, desarbolado y sin soberanía, va a la deriva contra los acantilados.

Más vale soberanía sin bandera que bandera sin soberanía, porque una bandera sin respaldo es un trapo, un símbolo muerto, una insignificancia.

En la España de hoy los que más agitan la bandera son los que menos defienden la soberanía, que es alboreo de dignidad. Fantoches.

Emilio Alvarado Pérez es portavoz del grupo municipal de IU

martes, 16 de abril de 2013

Ding dong, the witch is dead

Thatcher tomando el te con sus amigo Pinochet

La sociedad no existe (…) No existen ni la conciencia colectiva, ni la bondad general, ni la generosidad colectiva ni la libertad colectiva”.

Este falaz y viejo prejuicio era uno de los ingredientes de la doctrina de Margaret Thatcher, que al frente del Partido Conservador ganó los comicios de 1979, convirtiéndose en Primera Ministra, cargo que desempeñó durante diez años al ganar otras dos elecciones consecutivas, victorias explicables no por la brillantez de su pensamiento o por la justicia de sus ideas, sino por la crisis económica que sufría Gran Bretaña y por la descomposición del laborismo que en el último cuarto del siglo pasado cerró un ciclo que aún no ha  sido capaz de superar.

Hay algo en el pensamiento de Thatcher que por obvio no ha sido señalado como merece: la paradoja de que alguien se postule a gobernar una entidad que no existe (la sociedad) y que convenza a los ciudadanos que forman esa sociedad de que tal cosa es siquiera decente puesto que, de partida, a los que van a ser gobernados se les niega su naturaleza de seres sociales, que en eso consiste la condición de ciudadanía, vivir en la ciudad, la polis, la comunidad, la sociedad política, y tener derechos y desarrollarse plenamente con y junto a otros, y no como salvajes, bestias o anacoretas. Algo sabían de esto los clásicos cuando afirmaban que vivir fuera de la sociedad es un castigo, siendo la expulsión de la polis una pena muy severa porque el hombre que vive más allá de los muros de la ciudad queda reducido a la condición de animal o de dios.

Thatcher, por tanto, imponía el exilio del hombre de la sociedad y un gobierno sobre los exiliados, siendo ambas cosas por separado un disparate y juntas un engendro. Es un hecho que la sociedad permite la civilización y que los mamíferos superiores se organizan en sociedades. Por eso tenemos el lenguaje, para comunicarnos, cooperar y desarrollar pautas comunes. Incluso los insectos también se organizan en sociedades que maravillan a quienes tienen la curiosidad de estudiarlas. Lo contrario, la no sociedad, es la guerra de todos contra todos, la victoria del bruto, la soledad, la vida miserable, la imposición, el mercado salvaje, la no-comunicación, el homo homini lupus: Thatcher, en una palabra.

Además, Thatcher sostenía que sólo existen individuos que persiguen su egoísmo, (en transposición de su personalidad egoísta, insensible y hosca) y que el egoísmo es un impulso virtuoso que recompensa a los fuertes y elimina a los débiles, lo cual es ideal de justicia pero al revés. Thatcher afirmaba que aumentar la riqueza es algo moralmente neutro y que la riqueza trae tentaciones igual que la pobreza. No explicaba a qué tentaciones se refería porque es evidente que las del rico se parecen poco a las del pobre, especialmente si el pobre pasa carpanta y no tiene dónde doblarse, cosa muy común hoy por desgracia, mientras que el rico ya no sabe dónde guardar lo que le sobra.

Si ya resulta excéntrico negar que la sociedad existe, lo de que el egoísmo es virtud se aproxima a la desvergüenza, siendo, además, por qué no decirlo, una idea muy poco original. Sobre este particular la patente de la ocurrencia la tiene el Príncipe de Marcillac, más conocido como La Rochefoucauld (1613-1680) que sentenció aquello de que nuestras virtudes son, frecuentemente, vicios disfrazados. Por otra parte, en Inglaterra la paternidad del dislate le corresponde a Mandeville (que defendió la abolición de las escuelas de caridad, para horror de su época), que en 1714 difundió esta equivalencia tan dañina en un libro que tuvo un gran éxito por lo escandaloso de sus principios, titulado La fábula de las abejas o los vicios privados hacen la prosperidad pública. En tal obra Mandeville afirmaba, por ejemplo, que los grandes vicios individuales conducen al paraíso y la grandeza, lo mismo que el hambre al comer, mientras que la honradez es cosa de tontos y lleva a la ruina, siendo así que el vicio es el fundamento de la prosperidad y la felicidad nacionales o bien que como hay que ser malo, más vale ser perverso y próspero o que el cortesano que no pone límites a su lujo y el heredero derrochador son los mejores amigos de la sociedad o que suprimir la pobreza es ruinoso porque hacen falta pobres para desempeñar los trabajos más desagradable, de modo que criar en la ignorancia al pobre, para que acepte su destino sin percatarse, es de lo más conveniente ...

El tercer ingrediente de la doctrina de Margaret Thatcher era la defensa de la desigualdad, a la que atribuía, falazmente, el valor positivo de acicate para el esfuerzo personal. Thatcher no dudó nunca de la virtud de la desigualdad, promoviéndola sin complejos, al estilo de los liberales del siglo XIX que no creían ni en la democracia ni en la igual dignidad de los seres humanos, de ahí su afirmación de que si los ricos son un poco menos ricos, los pobres serán un poco más pobres, justificación falaz para que al rico no se le toque el bolsillo.

La imposición thatcherita de una desigualdad artificial dividió a la sociedad británica, empobreció a muchos ciudadanos y sembró la semilla de la delincuencia, la discordia y las revueltas urbanas (los riots, que tanto abundaron desde su llegada al poder), efectos que Thatcher nunca reconoció y a los que atribuyó otras causas disparatadas. Sobre este particular, Andy McSmith, en su breve historia sobre la década de los ochenta en Gran Bretaña, señala un hecho tan revelador como que Maurice Cowling, historiador de la Universidad de Cambridge que tuvo un gran ascendiente sobre algunos thacheritas, reconociera que "los conservadores no quieren la libertad sin más; lo que desean es una clase de libertad compatible con el mantenimiento de las desigualdades existentes o con la restauración de las desigualdades perdidas". Ahí queda.

Recapitulemos la doctrina, de una pobreza intelectual que deprime: no hay sociedad, sólo individuos, que son egoístas, lo cual es bueno, siendo la desigualdad social el mejor acicate para el esfuerzo y el sacrificio personales.

Estas eran las ideas políticas de Thatcher, malas de una en una y peores aún todas juntas, que constituyeron una teoría a favor del poder que se propagó como el fuego en un bosque seco y cuyas consecuencias perduran hoy para desgracia general.

Thatcher no fue, por tanto, original en su pensamiento. Se limitó a recoger los restos de algunos autores oscuros y olvidados, les dio un barniz moderno (globalización, monetarismo) y los lanzó a un debate amañado que acabó ganando gracias a la debilidad de sus oponentes y al apoyo que recibió de grandes corporaciones mediáticas y de grupos financieros muy poderosos. El resultado de esta operación fue una victoria basada en un mejunje ideológico al que llamamos pensamiento único.

Thatcher sostenía que la colectividad es el demonio, de donde se deduce que el único orden aceptable es el que nace “espontáneamente” del mercado, espectro que está dirigido por un fantasma llamado “mano invisible” que, de forma ininteligible distribuye convenientemente los premios y los castigos mediante incentivos monetarios. El mercado no tiene distorsiones, no genera injusticia, no alienta el monopolio, el amaño, el timo o el abuso. En el mercado no hay burbujas, ni reventones, ni excesos, ni concentración de poder, ni ineficiencia, ni fallos, ni errores ni, tampoco, crisis. Bien al contrario, en el mercado hay honradez, transparencia e igualdad, porque en él concurren igualados ricos y pobres, grandes y pequeños, blancos y negros, tontos y listos, como en el coliseo lo hacían leones y cristianos, lo cual no parecía muy equilibrado si nos atenemos al resultado de los combates en la arena de Roma, pero esto es sólo un detalle sin importancia. En resumen, el mercado es el paraíso para los que triunfan y el infierno para los que fracasan, destinos ambos perfectamente justísimos ante los que no cabe apelación o queja. Inmortalizó Thatcher esta idea con un ejemplo elocuente: un joven que pasados los 26 años se encuentra que aún va en autobús puede considerarse un fracasado

Si no hay sociedad tampoco existen diferencias sociales (de origen, por el privilegio, por el chanchullo o la trampa) que marquen o condicionen el destino de las personas. El rico es rico porque se lo merece y el pobre también, por perezoso, imbécil, inconstante, borracho, débil o un compendio de lo anterior. No extraña, así, que durante su paso por el Ministerio de Educación a comienzos de los setenta, Thatcher decidiera suprimir la ración de leche que recibían los niños en las escuelas públicas, decisión infamante de todo punto que hizo que su figura comenzara a ser repudiada públicamente (que una mujer que además es madre ordene retirarles la leche a los hijos de otras madres es un caso clínico digno de análisis, que quizás explique la personalidad de uno de sus hijos gemelos, Mark, que hizo fortuna en negocios oscuros a la sombra del poder de su madre, y que ha llevado una vida escandalosa como defraudador fiscal, especulador, mercenario, traficante de armas, multimillonario con cuentas en paraísos fiscales y bon vivant, además de Sir, título que heredó de su padre a pesar de su biografía impresentable). 

Si no hay diferencias sociales no hay injusticia que corregir ni situación que compensar, de donde se deduce que la idea de Estado, de lo público o de una administración igualadora es absurda y perniciosa. El pobre que no llega a ser rico es culpable de su condición, como el niño menesteroso que no puede beber leche, y el que nace rico y se enriquece aún más, acierta con su ejemplo a sostener una teoría tan ridícula que sorprende que haya tenido tanto éxito, lo cual demuestra de qué oscuridad venimos.

Thatcher aplicó a conciencia el neoliberalismo, que es la ideología que legitima el mercado salvaje y la supremacía de los bancos sobre la economía que se dedica a crear, producir y transformar (cuando ganó las primeras elecciones recibió un telegrama de felicitación de Milton Friedman, que vio en ella, acertadamente, a una aliada imprescindible, como a Pinochet, de sus disparates económicos). A Thatcher le debemos la guerra contra los sindicatos y cualquier otra forma de organización obrera, la devastación de lo público, el individualismo venenoso, el refuerzo del privilegio para los ricos, la mercantilización total de la vida, el fomento de la desigualdad, el abandono del débil, la criminalización de la protesta y la globalización brutal. Thatcher trajo las sociedades líquidas, término acuñado por Bauman, aquellas en las que los hombres han sido desarraigados de su identidad social y, aislados y temerosos, viven engordando para engordar a otros, tras lo cual son arrojados a la basura como si fuesen una mercancía consumida.

Thatcher impuso el darwinismo social. A ella y a sus seguidores (Aznares, Aguirres, FAES, PP y demás camaradas) les debemos el desastre que ahora sufrimos, la devastación criminal producida por sus ideas, porque hay principios que matan más que un pelotón de fusilamiento.

Thatcher, Primera Ministra desde mayo de 1979 a noviembre de 1990, coincidió con otro defensor del capitalismo salvaje, Ronald Reagan, que fue elegido presidente de los EEUU en enero de 1981, y que inauguró en su país una década conocida como “de la codicia”, en alusión a la figura del especulador corrupto Ivan Boesky, sujeto en el que se inspiró el Gordon Gekko de la película Wall Street dirigida por Oliver Stone (a veces el arte imita a la naturaleza), que afirmó sin sonrojo en 1986 en la Universidad de California que “la codicia es saludable, se puede ser codicioso y sentirse bien con uno mismo” entre la admiración y los aplausos del respetable. Lástima que Boesky se equivocase en su análisis de la codicia, porque la codicia saludable le arrastró al delito, y éste a la cárcel, de la que salió para estudiar judaísmo en un seminario teológico, anticipando con su ejemplo otras vidas paralelas mejor conocidas en España, como la de Mario Conde, por ejemplo, que pasó de ser banquero ejemplar, estrella, fenónemo, figura, monstruo de la gomina y de las finanzas, homo novus de la economía española y Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense (en acto presidido en 1993 por el rey Juan Carlos y con el entonces embajador de Israel en España, Shlomo Ben Ami, pronunciando una laudatio vergonzosa) a ser felón, delincuente, estafador, presidiario, tertulio de la caverna y, por lo que se rumorea, difusor de delirios místicos, brujerías y promotor hoy de un partido político fantasmal al que no votan ni sus familiares. El auge de los Mario Conde y de lo que simbolizaron no habría sido posible sin el thatcherismo, que deslumbró a un país, el nuestro, con el brillo del dinero fácil y la astucia de los defraudadores y maquilladores de balances y cuentas de resultados.

Thatcher fue precursora al imponer el monetarismo, que es la ideología económica del capitalismo financiero que nos ha conducido a la ruina actual. Ella y su Ministro de Hacienda, Geoffrey Howe, abolieron los controles de cambio, convirtiendo a la City en un centro mundial de las finanzas ajeno a todo control, abierto a la especulación, al exceso, al engaño y al dinero del crimen internacional. Thatcher, además, inoculó el individualismo en las clases populares junto con un patrioterismo ínfimo y un populismo compuesto por fútbol, hooligans, cerveza barata, casas en propiedad compradas a base de deuda, prensa amarilla dirigida por delincuentes, guerras coloniales, terrorismo de Estado y unas gotas de rigidez victoriana. Ella, que no creía en la sociedad, afirmaba la patria, en otra pirueta ideológica imposible que se tragaron sus compatriotas y después otros, porque sin sociedad la patria es imposible.

Pero lo más importante de todo es que Thatcher no sólo vino a gobernar sino a cambiar las reglas del juego para que su nefasta ideología sobreviviera a su gobierno y a ella misma, sin decirlo, sin avisar. Desde el número diez de Downing Street contribuyó a cambiar la sociedad a traición. Quería la inmortalidad de sus obras y para eso rompió los consensos sociales previos desarticulando a los de abajo (la inmensa mayoría) para favorecer permanentemente a los de arriba (un puñadito de privilegiados). Thatcher destruyó al último núcleo  combativo de la clase obrera, el más tradicional, el de los mineros, siguiendo un plan urdido un año antes de llegar al poder. El autor intelectual de la guerra contra los mineros, que incluía hasta importaciones masivas de carbón para ahogar la producción interna era Nicholas Ridley, hijo de vizconde y diputado conservador, que en premio a sus afanes fue nombrado ministro del primer gobierno de los tories y nombrado barón poco antes de fallecer. Thatcher cambió sociológicamente una Gran Bretaña que sufría una grave crisis industrial, sustituyendo a los obreros por desclasados o por yuppies, dinkies, nimbies y demás tribus de individualistas desarraigados y globalizados surgidos al calor del auge del sector servicios, especialmente el financiero, a los que la sociedad británica y la unión jack les traían al fresco. Como gustaba decir, las grandes causas no se ganan diciendo: estoy a favor del consenso. Se consiguen o no. Trabajó para los poderosos fomentando un clasismo irritante. Provocó la dislocación social, esparció la desigualdad, la injusticia y la violencia estructural contra los de abajo a mayor gloria de una sociedad a medida de los ricos, lo cual es ejemplo de cobardía suprema, por lo que resulta sorprendente que su figura pase a la historia con el apelativo de dama de hierro, a no ser que la historia la acaben escribiendo los aduladores del poder, lo cual es tan cierto como la tabla de multiplicar.

Roma recompensa a los suyos porque tras ser Primera Ministra, Thatcher fue nombrada baronesa, título que recibió por los servicios prestados y que le permitió disfrutar de la condición vitalicia de miembro de la Cámara de los Lores. En cuanto al peculio, la multinacional tabaquera Philip Morris, la misma que ocultó informes que demostraban que tanto los fumadores activos como los pasivos tenían más riesgo de desarrollar el cáncer o que buscaba en los niños un mercado de adictos al tabaco, la nombró asesora geopolítica, cargo extravagante sin duda, remunerado a razón de 250.000 dólares anuales, más otro tanto anual para su fundación y otros 50.000 por conferencia impartida. 

Thatcher falleció en un lugar muy apropiado para su trayectoria y aspiraciones vitales: el Hotel Ritz de la calle Picadilly, muy cerca del Palacio de Buckingham, en una suite de las de más de 1.000 libras por noche.

La última desvergüenza de la trayectoria de Thatcher es su funeral, que sus partidarios quieren convertir en una cuestión de Estado, cuando ella abominaba del Estado, sufragada con fondos públicos, cuando era archienemiga de lo público, para elevarla a la condición de icono británico como si fuese un nuevo Winston Churchill, cuando dividió a la sociedad, esa que decía que no existía, con fracturas que aún sangran. 

En España nuestros thatcheritas que gobiernan en Madrid han acordado ponerle su nombre a una calle, cambiando en su provecho la norma que regula tal cuestión y aduciendo que Thatcher se lo merece por europeísta y demócrata, cuando fue una de las mayores euroescépticas conocidas, además de amiga de Pinochet, con el que tomó el te en su residencia de Virginia Waters en 1999, mientras Garzón intentaba echarle el lazo al dictador por golpista y asesino. Para redondear el chiste, a los thacheritas del PP les faltó añadir a su encomio que la dama de hierro fue una gran feminista, cuando se reía del feminismo y de las feministas, a las que menospreciaba profundamente. 

Cuando un nuevo gobierno dirija la capital de España tendrá que afrontar una tarea más, entre las miles pendientes: restituir el honor de esa calle madrileña, que es un espacio público para la sociedad, otorgándole un nombre adecuado.

Nota bene: el mismo día de la muerte de Thatcher, referencia ideológica del PP, fallecía José Luis Sampedro, referencia del humanismo, de una economía a la medida de las personas y de la izquierda. El profesor y agitador de conciencias dejó este mundo conservando la sabiduría y la lucidez. Fue incinerado en la más absoluta intimidad, por deseo suyo para evitar circos mediáticos a los cuales era alérgico. El profesor Sampedro nos dejó humildemente, sin pompa ni circunstancia. Vivió sin dañar a nadie explicando a los dañados el mejor modo de liberarse del dolor que otros les producían. Al contrario que Thatcher, a la que admira la derecha iletrada que se refleja en un espejo de vergüenza que clama a las nubes.

Margaret Thatcher y José Luis Sampedro, dos vidas opuestas que por paradojas del destino acabaron el mismo día y cuyas trayectorias demuestran que los valores inclusivos de la izquierda son moralmente superiores a los valores excluyentes de la derecha.

Emilio Alvarado Pérez es portavoz del grupo municipal de IU en el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares

lunes, 8 de abril de 2013

Qué hacer con los diputados del PP

Si todos votan lo mismo, con uno solo vale, como muestra el diputado que alza la mano

¿Qué atenciones se han ganado los diputados del PP que mintieron sin tasa para ganar las elecciones y que, ahora, mancillando su palabra y ciscándose en sus promesas, hacen lo contrario de lo acordado?

¿Qué trato dispensar a los diputados del PP que aplican con sadismo una Constitución mutada y distinta a la que votaron los ciudadanos en 1978, con la que se justifican todos los atropellos imaginables, pasados, presentes y futuros?

¿Qué consideración quieren los diputados del PP que deciden, sin tener derecho a ello, la suspensión del Parlamento como órgano legislativo y de control, y que sostienen a un gobierno que usurpa las funciones de las cámaras al legislar por decreto?

¿Qué clase de contemplaciones precisan los diputados del PP que van contra el sistema constitucional, el sistema educativo, el sistema sanitario y el sistema de relaciones laborales, en ejemplo nítido y completo de actitud antisistema?

¿Qué cortesía se debe a los diputados del PP que se niegan a cambiar las leyes hipotecarias que provocan el sufrimiento de cientos de miles de personas cuando, además, tales leyes han sido declaradas ilegales por el Tribunal de Luxemburgo?

¿Qué deferencias precisan los diputados del PP que se niegan a escuchar, recibir o trasladar al Parlamento las demandas de los ciudadanos a los que representan?

¿Qué respeto conviene a los diputados del PP que ponen por encima de la conciencia, el honor, la verdad, el sentido común, la palabra dada y su mandato legal como representantes de la nación toda, sus intereses partidistas y la disciplina de voto?

¿Qué acatamiento merecen los diputados del PP que disculpan al gobierno cuando no da la cara o al presidente que no comparece ante la opinión pública ni admite preguntas ni contesta a los periodistas, como es su obligación en un sistema democrático?

¿Qué reverencias esperan los diputados del PP que jalean a los gobiernos que acosan a los ciudadanos que discrepan y que ejercen su derecho a manifestarse o a hablar en la vía pública de lo que les venga en gana, con multas, violencia, acusaciones infundadas, insultos, infamias y penas de cárcel?

¿Qué protocolos y etiquetas hay que seguir con los diputados del PP que sostienen una política que nos lleva al empobrecimiento, la ruina, la quiebra y el conflicto social?

¿Qué miramientos son de rigor para con los diputados del PP que no trabajan, que se limitan a votar lo que se les ordena, que no responden de sus actos, que cobran la asignación por estar en Madrid aun cuando tienen casa en la capital, que insultan a los parados, que se ríen de los que sufren y que creen que sus hijos merecen más respeto que los hijos de los demás?

¿Qué tolerancia es justa para los diputados del PP que amparan y tapan a sus camaradas corruptos en otras administraciones o a sí mismos cuando recogen sobres en secreto que guardan corruptoras cantidades de dinero?

¿Qué mercedes aguardan los diputados del PP que aplauden a sus colegas y amigos que privatizan los servicios públicos, para luego quedarse con ellos y explotarlos a costa de los más necesitados?

En resumen, ¿qué hacemos con los diputados del PP que son sordos, mudos y ciegos, que se pasan por el entresuelo el deber de dar la cara, que no les da la realísima atender a los electores olvidando que esa es su obligación principal y no otra, que pervierten el mandato imperativo al convertirlo en coartada de cobardías y que han tomado el camino de la traición que, no se olvide, siempre es empinado y amargo?

No es violencia sino humillación buscar hasta en el mismísimo infierno al responsable de la desgracia propia, al que debe rendir cuentas y no lo hace porque no quiere, al que tiene el poder para establecer el bien y se junta con el mal, al que procura el sufrimiento y trae el desastre, al que gobierna a favor del poderoso contra el débil, al que roba a los pobres para dárselo a los ricos, al que destruye la sociedad desmoronando sus muros y defensas, al que convierte a sus semejantes en desterrados, forasteros, extraños en su propia casa, al sepulturero de las esperanzas ajenas, al que trae la desdicha sin necesidad, por gusto y en beneficio personal.

Otros diputados de otros grupos políticos, por un centésimo de lo anterior, acabaron en la picota muy justamente.

Al que así obre, sea diputado, rey o plebeyo, desprecio absoluto, repudio, rechazo, baldón y señalamiento con el dedo índice o con el foco. 

Emilio Alvarado Pérez es portavoz del grupo municipal de IU



lunes, 1 de abril de 2013

ERES y pactos



Para hablar sobre los demás primero hay que hacerlo sobre uno mismo, sin miedo, con espontaneidad y sencillez, porque como decía Gracián, lo que es natural, como el pan, nunca enfada. Además, quién mejor que uno mismo para saber cómo es el alma propia, en qué falla y traiciona, porque el engaño más difícil es al juicio interno, tribunal severo y justo si se pone en marcha, que es lo oportuno.

Se suele echar en cara a IU el pacto de gobierno con el PSOE en Andalucía, al igual que se le afea lo contrario, el no pacto con el PSOE en Extremadura, que permite que el PP gobierne en minoría en esa Comunidad.

Ambas opciones se pueden criticar, faltaría más, pero no por las mismas razones, porque es ilógico defender lo uno y su contrario con idéntico argumento.

Con la aritmética parlamentaria se es oposición o gobierno, sin matices ni escalas, a partir de los resultados electorales. En política no hay cifra que dé la ubicuidad excepto la mayoría absoluta, que en este sistema que padecemos degenera en absolutismo.

Aceptado lo anterior, mal haremos si nos tomamos en serio las críticas que nos vienen de las cúpulas del PSOE y del PP según acordemos con uno, con el otro o con ninguno de ambos estar en el gobierno o en la oposición, porque el juicio de estos partidos es esclavo de sus intereses. Para los jefes del PSOE ejercemos de pinza cuando no pactamos con ellos y para los del PP somos una muleta del PSOE si no les permitimos gobernar en minoría. En cambio, si determinamos algo que les beneficia, ambos partidos nos tratan con más consideración, de donde se deduce que nos juzgan según su conveniencia, en un juicio que carece de valor.

Lo único cierto del bipartidismo es que las direcciones del PSOE y del PP buscan la desaparición de IU y, por extensión, de otros partidos nacionales que les alteran el tinglado bipartidista, sistema que tanto daño ha hecho a este país y sobre el que aún no se ha escrito el último capítulo. Por tal razón, el PSOE y el PP sostienen leyes electorales injustas en acuerdo sin fisuras, que consienten el robo de la representación del débil para dársela al más fuerte: bolchevismo para los de arriba, así se llama.

En cambio, obraremos bien atendiendo las críticas que proceden de la ciudadanía, de movimientos y de grupos sociales, de nuestros votantes y de la militancia, cuando se analizan nuestros pactos de gobierno o la labor en la oposición. Hay que escuchar con atención todo lo que nos tengan qué decir, guste o no, escueza o agrade, porque en esos mensajes hay siempre un valor, el de la sinceridad.

Lo primero que hay que recordar sobre la situación política de Andalucía es que los electores, a pesar de las leyes adulteradoras que construyen mayorías ficticias, no concedieron el favor absoluto a nadie, dejando en manos de los diputados alcanzar o no acuerdos de gobierno. IU optó por consultar a sus asambleas qué camino seguir, desechando las fórmulas jerárquicas y cupulares que son identidad de otros partidos, escogiendo las asambleas la opción de constituir un gobierno. A lo anterior se añade que IU no es elegida para hacer lo mismo que hace el bipartito, ni para compadrear con la corrupción, y que nuestro programa electoral es un contrato de obligado cumplimiento que liga a los representantes con los representados.

A partir de estas consideraciones, por tanto, debe evaluarse la conveniencia de nuestra posición política en Andalucía.

Sobre el procedimiento elegido para tomar la decisión, no hay nada que objetar. Se hace lo que han decidido las asambleas y no una cúpula de líderes sabios y justos, igual que en Extremadura, por cierto, aunque con resultado contrario.

En cuanto a los logros de la coalición, hay luces y sombras, porque los recortes han llegado a Andalucía, si bien mitigados si se comparan con el salvajismo de otras Comunidades Autónomas. Se puede argumentar nuestra presencia en el gobierno andaluz echando mano de la tesis del mal menor, aunque es una justificación muy débil para quien se encomienda a la tarea de superar un sistema que considera injusto y que condena a la injusticia a la inmensa mayoría.

Y sobre nuestra doctrina contra la corrupción cabe decir dos cosas. La primera, que hemos de tener una idea clara sobre el momento en que un político sospechoso de corrupción debe dimitir, con el propósito de que tal regla se aplique siempre, afecte a quien afecte, cosa que, por desgracia, hoy no ocurre. Sobre este asunto no caben más aplazamientos o titubeos. Además, hemos de ver cuál es el punto en el que se ha de romper un acuerdo de gobierno si sobre el otro socio se cierne una atmósfera de sospecha y de connivencia con la corrupción cada vez más densa. Ambas cuestiones, la dimisión de los cargos públicos y la ruptura de acuerdos de gobierno, están muy relacionadas, de modo que lo que se determine sobre una afecta a la otra.

IU promovió una comisión de investigación sobre el escándalo de los ERES en el parlamento de Andalucía, cosa muy de agradecer e impensable sin su presencia. La dirección de la comisión recayó en IU y, por tanto, también la responsabilidad de redactar el informe que debía ser votado por los parlamentarios. En el informe, el ponente de IU llegaba a dos conclusiones muy importantes: la primera, que el sistema de control de los ERES era defectuosísimo, por lo que daba pie a toda clase de chanchullos y maquinaciones, en consonancia con lo que advertían los informes de la intervención general autonómica; la segunda, que la responsabilidad del fraude no debía recaer sólo en el exDirector General de Empleo, Francisco Javier Guerrero, sino, también, porque así lo señalaban todos los indicios, en el exConsejero de Empleo, José Antonio Vera (que en la actualidad es diputado) y en dos exViceconsejeros, Antonio Fernández y Agustín Barberá.

Tanto el PSOE como el PP votaron en contra del informe, tumbándolo. El PSOE porque no quería admitir más culpables que Francisco Javier Guerrero, poniendo el cortafuegos de la responsabilidad política en el nivel de los Directores Generales, y el PP porque en casos de corrupción, cuando afectan a otros, nada le parece bastante excepto un final a lo Tito Andrónico, con abundancia de mutilaciones, antropofagias y otros descuartizamientos.

IU no debió aceptar que el PSOE tachara verdades de un informe elaborado con rigor y honestidad, y que ha sido ratificado por las actuaciones judiciales sobre los ERES que aún continúan. Los exViceconsejeros de Empleo, Antonio Fernández y Agustín Barberá, han ido a prisión por orden de la jueza que lleva el caso, y sobre el exConsejero de Empleo, que disfruta hoy de la condición de diputado, don José Antonio Viera, la Guardia Civil afirma tener pruebas de su “papel esencial” en la concesión de ciertas ayudas fraudulentas, que podrían desembocar en la petición de un suplicatorio en fechas próximas.

El problema de los ERES ilegales no es sólo de presunta corrupción continuada (una década) y a gran escala (136 millones de euros, por ahora). Lo es también de credibilidad de un gobierno del que es parte IU, porque el actual presidente de la Junta, el señor Griñán, estuvo en los ejecutivos en los que se produjo este escándalo, primero como Consejero (desde 2004), después como Vicepresidente (desde 2008) y, finalmente, como Presidente (desde 2009). Por tanto, se arrastra a esta legislatura la figura de un presidente que tuvo las máximas responsabilidades en gobiernos anteriores salpicados por un caso de presunta depredación durante aproximadamente una década, sin que tal persona haya explicado algo de interés sobre el particular excepto la media verdad de afirmar que se puso al frente de la denuncia cuando se enteró de lo que pasaba, frase que oculta dos hechos para nada irrelevantes, a saber, que actuó así sólo cuando la prensa destapó este asunto tan feo y que su gobierno hizo caso omiso a los informes de la intervención general que denunciaban un procedimiento de concesión de ayudas que permitía el abuso.

La ciudadanía está muy harta, y con razón, de la sinvergonzonería y el engaño, y pide ejemplaridad a los políticos que aún identifica como honrados. Es tiempo de desarraigar las hierbezuelas, que eso es rejacar, empezando por las propias filas.

Y si no, siempre queda abierta otra puerta, la que canta el poeta Horacio, el vate de Roma, invitación a vivir la vida rústica dejando atrás un sistema que huele a muerto: "a mí el fresco bosque y los coros ligeros de ninfas y sátiros me separan del vulgo ... con poco vive bien aquel para el que brilla sobre la parca mesa el salero de sus padres, y no le quitan el ligero sueño el temor o la sórdida codicia."

Terminemos que es hora. Llama mucho la atención que la jueza del caso de los ERES haya enviado a prisión a siete sospechosos e imputado a otros siete, no descartándose el aumento inminente del número de procesados, y eso a pesar de sus bajas médicas y neuralgias, mientras que el juez Ruz, que cada día parece más tristón, sólo ha sido capaz de citar a Bárcenas para que dé el paseo matutino de su casa al juzgado y vuelta a empezar, en trayecto que ya resulta cargante. ¿Hasta cuándo?

Emilio Alvarado Pérez es portavoz del grupo municipal de IU