Los datos cuantitativos lo sentencian. Tras varios años de austericidio tenemos 6.202.700 parados (27'16%), de los cuales casi tres millones son de larga duración, dos millones de hogares en los que no trabaja nadie, un paro juvenil que roza el 60%, una tasa de actividad del 59%, un número de activos igual al de hace una década (16'6 millones) y trece millones de pobres.
Con Rajoy la población decae, los jóvenes se marchan, los cerebros huyen, los derechos se evaporan, los salarios se hunden, las prestaciones desaparecen, los ricos engordan, las colas en los comedores sociales aumentan, los bancos de alimentos se vacían y la gente humilde rebaña en la basura.
Rajoy prometió crear tres millones y medio de puestos de trabajo en la legislatura y en sólo quince meses nos ha regalado un millón más de parados, alcanzándose una marca inédita, desconocida, descontrolada.
Así que, Rajoy, en poco más de un año en el cargo nos debe ya cuatro millones y medio de puestos de trabajo, deuda que aumentará en los próximos trimestres, con empeño y buena letra, la de Bárcenas, el tesorero muñidor de la calle Génova, si hemos de creer las previsiones del inquilino de la Moncloa.
Estas son las torpes credenciales de un presidente del gobierno en minúsculas, del campeón del paro, del hombre sin ocurrencias, de la efigie de plasma, del perfil esquivo y cobarde que huye por los garajes, del don Tancredo de la obviedad, del mentiroso sin tasa que engañó al pueblo para alcanzar un cargo que ni merece ni entiende.
Con Rajoy superamos marcas, rompemos barreras, viajamos a lo desconocido, al corazón de las tinieblas, al más allá, al fondo abisal, a la isla del Carajo.
Rajoy vino a cumplir un recado y bien que se aplica. Cuando su obra llegue a término será recompensado. A quien sirve siempre paga y con generosidad.
El discurso de Rajoy, que escriben los poderes financieros y las multinacionales, es una pamema, el anestésico con el que tapar una confiscación monumental de derechos y de rentas a los pobres y a las clases medias, es el humo que amodorra las conciencias de los agraviados, por eso hay que desmontarlo, sacarle las vergüenzas, abrirle las tripas.
La lógica lleva a la conclusión de que basta con que el impacto del recorte en el PIB sea superior al peso del recorte en sí para que la magnitud de la deuda y del déficit aumenten, lo que significa que después de los recortes una economía puede estar peor que al principio y, además, con una sociedad devastada, empobrecida y rota por diferencias insalvables entre ricos y pobres, germen del que tarde o temprano brotarán la violencia y la lucha.
Igual que a un anémico no se le roba el hierro de la dieta, de la crisis no se sale con más pobreza. Si el comienzo de la salud es conocer la dolencia del enfermo, con estos gobernantes estamos lejísimos de enfilar un camino viable, una salida, una esperanza, aunque sea remota. Sépase de una vez: los que nos gobiernan no vinieron a curarnos sino a rematarnos.
Para lograr el engaño masivo los manipuladores no han escatimado en medios, además de los clásicos como el ocultamiento y la coacción (salarial y económica) sobre quienes disentían. Los tergiversadores crearon un nuevo vocabulario destinado a taponar las mentes y coartar el pensamiento de los ciudadanos, con el fin de hacernos creer que la realidad es cosa muy distinta de lo que percibimos.
Los magos de la comunicación crearon otra Lingua Tertii Imperii, que es idioma del poder para ser leído del derecho. Cinco años después del comienzo de la crisis contemplamos un intento a gran escala de, con el lenguaje, invertir las pruebas, de darle la vuelta a lo que es, de travestir la mentira, de desustantivizar la verdad, de impedir que la sucia realidad sea nombrada, de desviar la atención, de marear la perdiz, de vivir en una simulación, en un mundo paralelo en el que, a pesar de todos los espejos, propagandas y deformaciones, hace frío y se pasa hambre.
Más a lo llano: Rajoy y lo suyos nos atracan de píldoras azules para encadenarnos al sueño de Matrix, a una realidad virtual, a una modorra que entontece y resigna, porque necesitan un pueblo que pique la migaja en el puño que le golpea.
Pero esto se acabó.
La realidad se impone y las incomodidades vitales despiertan a los durmientes. No hace falta que nadie administre la pastilla roja de la verdad para que el ciudadano sienta el dolor en su piel.
En un país con casi seis millones y cuarto de parados ya no cuela el discursito de los acreedores sobre la deuda y el déficit, por mucho que lo cante el coro de afines al gobierno, que es un orfeón situado en la derecha reaccionaria y traidora, unida a la cleptocracia estructural.
La crueldad de la crisis nos muestra que los harapos no son sedas, que los sueldos devaluados no son un privilegio, que el paro no es una desgracia natural, que los desahucios no son hijos de la irresponsabilidad del deudor, que los ricos no son infelices, que los parásitos son eso, parásitos, que los trabajadores no son vagos y que las condiciones paupérrimas que soporta el común no son mercedes, dádivas y promesas para alcanzar un futuro radiante sino sólo lo que aparentan: miseria y cadenas.
No hay telón, adjetivo, capa, pildorita, sigla, consigna, barba o bigote que tape a 6.202.700 parados, porque son muchos más que demasiados. Ni argucia de Floriano, chascarrillo de Pujalte, gracieta de Pons o simulación tartamudeante de Cospedal que excuse el daño que este gobierno le está haciendo a un país que, desarbolado y sin soberanía, va a la deriva contra los acantilados.
En la España de hoy los que más agitan la bandera son los que menos defienden la soberanía, que es alboreo de dignidad. Fantoches.