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Autoridades muy tiesas a juego con los muebles de estilo alfonsino en el Senado |
Los que se cargaron la Constitución la celebran de manera hipócrita,
como el torero que rinde tributo al toro estoqueado que por ser de casta, vaga
por el infierno vacuno sin rabo ni orejas, boqueando sangre y oliendo a muerte.
No es que la Constitución fuese gran cosa antes de que el PSOE y el PP
se avinieran en secreto a destruirla, allá por agosto de 2011. Pero aún en su
insignificancia jurídica, molestaba al bipartito, subido desde hace tres
décadas a un tinglado que se desmorona y que amenaza con sepultar a tanto pater
patriae.
Es costumbre en nuestro país homenajear a los muertos, cuando en vida
se les niega el agua y el aire, mayormente porque los muertos son inofensivos,
tan quietos y serenos.
Seis de diciembre, fiesta de la Constitución. La endecha al difunto alcanza
lo sublime cuando quien la entona coincide con el que finiquitó al ensalzado,
por la espalda y a traición, que es lo que le hicieron las cúpulas del PSOE y
del PP a nuestra Ley Fundamental. Los optimates
del bipartito apuñalaron la Constitución que decían amar, como Casio y Bruto a
César, aunque eran hombres honorables, al igual que Casca y Cinna, Metello y
Decius, los otros magnicidas, que también eran hombres honorables, defensores
del orden, honrados, leales, patriotas, sinceros y, a pesar de todo, traidores
superlativos.
Al menos, los asesinos de César, tras coserlo a estocadas, tuvieron
el detalle de dejar que se desangrara a los pies de la estatua de Pompeyo, lo
que confirió un innegable sentido escénico a su muerte, referida después en obras
inmortales. A nuestra Constitución, imperator
legal, ni eso. Sus verdugos buscaron un crimen en secreto y sin testigos, sin
gloria ni honor. No se espera, por tanto, que nadie entone su panegírico,
no vaya a ser que el orador inflame, como hiciera Marco Antonio, a una plebe
que ya no es marmolillo sino yesca, que bulle, se agita y puede que acabe
clamando venganza.
Hace casi un siglo, Ortega y Gasset escribió su famosa España Invertebrada, en la que analizaba
la crisis de su tiempo. Hoy hace falta escribir otra obra sobre la crisis del
nuestro, que se titule España Intervenida,
que es sinónimo de país sin voluntad propia. No tenemos Constitución, ni
justicia constitucional, ni derechos garantizados por la norma suprema, ni gobierno
que nos represente, ni autoridad que la ejerza con dignidad. En la España de
los ucases, de las amnistías a los corruptos y a los torturadores, de las leyes
orgánicas destruidas y de las normas mancilladas, no hay amparo constitucional,
ni jueces que lo guarden, ni nadie que se lo crea. No hay nada que celebrar en
la España intervenida, arrodillada ante los especuladores, abierta de piernas
cuando el último sinvergüenza promete inversiones imposibles en casinos y
prostíbulos, desangrada por el paro y la desigualdad, arruinada por sus élites
y atemorizada por su futuro.
Huérfanos de Constitución, nos queda una momia que se saca de paseo
cada seis de diciembre, como imaginería que no conmueve. Y debajo de ella,
ocultos por el faldón del paso, los cofrades que sostienen la crestería y el
varal, aparatosos, que tapan lo importante, que es la defensa del garbanzo, de
su santo garbanzo nutricio.
Este año se oficia una conmemoración muy devaluada, tristona, mustia, entre
la indiferencia general y el apoyo sociológico de los que, hace treinta años, habrían votado en contra de la Constitución por ser demasiado audaz. En el acto institucional ofician un rey desnudo, políticos malquistos
que defienden su nariz, la prensa de la corte y el puñado de curiales y
poltrones de rigor, a los que abren paso una pareja de maceros con su tabardos y plumas.
El teatro elegido, apropiadísimo: el Senado, ejemplo de institución inútil, como la Constitución que no rige. Y
don Pío, cuarto conde de Badarán y séptima autoridad del Estado, ejerciendo de maestro
de ceremonias, español representativísimo de la España de la crisis, los desahucios y el paro.
Como la labor de los taxidermistas no ha sido muy fina, un año después del óbito se le apuntan al momio constitucional los signos del más allá. A la
Constitución le han puesto dos ojos de vidrio que dan repelús y una peluca barata que no tapa del todo un cráneo que ya amarillea. Es lo que tienen las confecciones
urgentes y de circunstancias, que pronto se les ve el gusano que llevan dentro.
Conmemorar la Constitución, que es puro pergamino, tiene algo de pintura
negra, de feísmo propio de tiempos pesimistas. Gran motivo para El Roto, suerte de Gutiérrez Solana de nuestros días, que
planta en sus viñetas el horror diario en un dibujo y una frase.
Los partidos del sistema celebraron este seis de diciembre un duelo y
no una fiesta. IU no asistió al acto porque dejamos las ceremonias de pega para
las políticos de pago, figurines que brindan por un muerto muy frío.
Mientras tanto, las gentes de buena fe a lo suyo, que es ponerse a la faena de
levantar un país indicando un camino nuevo.
El mundo se puede ver desde abajo. Esta es la posición del esclavo, que
se cree sombra, desde la que sólo ve gigantes y héroes. También se puede
ver de pie, a la altura de los ojos de los que gobiernan. Se percibe entonces entre los dirigentes a hombres
de carne y hueso, con sus miserias, ambiciones y virtudes, si es que las hay. También cabe
verlo desde arriba. Allí, con la perspectiva de las cumbres, se observa el movimiento de la historia.
La muerte de César trajo una nueva guerra civil. No lo olvidemos.
Emilio Alvarado Pérez es portavoz del grupo municipal de IU