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Mato "haciendo un perfil" ante los periodistas |
El gobierno del PP nos juró que
el sistema sanitario público, el mismo que malbarata y destruye a conciencia,
estaba preparado para recibir a los enfermos españoles contagiados por el virus
del Ébola. Nos mintió.
Debido a los recortes del PP, el
hospital Carlos III estaba siendo desmantelado en cuanto único hospital de
referencia especializado en enfermedades infecciosas en España.
Quiere esto decir que Rajoy y su
gobierno ingresaron a enfermos infectados de Ébola en un hospital que ellos
mismos habían convertido en un centro de media y larga estancia, especialmente
para personas mayores y crónicos, al que le habían cerrado los laboratorios de
microbiología, los cuidados intensivos y las urgencias.
Se instaló a los enfermos en una
planta del hospital que hasta la víspera había permanecido cerrada y acumulando
polvo, una más de las que el PP ha clausurado en todo el país mientras que los
pacientes se hacinan en pasillos y salas de espera.
A la vez que la enferma y los que guardan cuarentena son atendidos, en otras habitaciones
contiguas aún se ejecutan a la carrera algunas chapucillas con llana, taloja y
paletín, por si las cosas se ponen feas.
Esta es la consecuencia de tener
un gobierno sumiso a la doctrina que sostiene que es mejor rescatar a los
banqueros y demás sinvergüenzas (especialmente si son amigos o camaradas del
partido) que atender a los enfermos como se merecen o estar listos ante
contingencias y alertas sanitarias que se nos vienen encima por la miseria
rampante, la presión demográfica, la degradación del medio ambiente y el aumento
exponencial del tráfico de personas y de bienes por todo el mundo.
Pero el PP no sólo cometió la
temeridad de llevar a enfermos de fiebres hemorrágicas a un hospital sin
condiciones, aumentando exponencialmente el riesgo de contagio. Los médicos y
demás personal sanitario han denunciado hasta el cansancio que se no se les
proporcionaron trajes de aislamiento adecuados y suficientes, que no recibieron
la formación para utilizarlos de manera segura y que las instalaciones del
hospital no cumplían los requisitos para realizar su trabajo como mandan las
reglas de la medicina y el sentido común.
Hasta el más simple barrunta que
sin medios ni entrenamiento no hay lucha que valga contra el virus del Ébola, ni contra la gripe u otra enfermedad contagiosa, porque tan importante como curar a los infectados es evitar que se propague la
enfermedad.
Se suma a las temeridades y
mentiras anteriores la demolición que sufre la sanidad pública a manos del PP.
La relación de hachazos sofoca y va desde el despido de miles de sanitarios al
recorte brutal de los presupuestos, pasando por los repagos o la retirada de la
asistencia sanitaria a las criaturas que no tienen regularizada su situación
administrativa, lo cual ha provocado muertes evitables y puesto en peligro a la
población, que es ahora más proclive a contagios tanto de enfermedades nuevas
como emergentes y reemergentes, algunas de ellas mortales, gravísimas y que
dejan secuelas de por vida.
Se completa la memoria de
puñaladas con el tajo practicado a las partidas de cooperación, con la ideación malintencionada de que las desgracias que ocurren a miles de kilómetros no nos
conciernen y que las causas humanitarias son un despilfarro, porque o se
combate al Ébola en Liberia, Sierra Leona o Guinea o, si no, lo tendremos en
nuestra casa descontrolado y rabioso.
Como las mentiras del PP eran tan
burdas, sus dirigentes se agarraron a la letanía del protocolo y al fallo
humano para librarse de la acusación que les apuntaba. Repitieron
machaconamente que aplicaron las normas (lo cual tampoco es cierto porque una
enferma sospechosa de Ébola no puede subirse a una ambulancia que luego
utilizan otros pacientes sin haber sido desinfectada) y que la sanitaria
contagiada era culpable de la desgracia, cuando en verdad el contagio se pudo
producir por una mezcla de tensión, impericia, falta de medios y de órdenes
claras, es decir, por la desorganización organizada por un gobierno
incompetente.
Esta vez la realidad pesó más que
las mentiras del poder. El Consejero de Sanidad de Madrid, en el que
descubrimos la figura del rinoceronte encelado metido en política, hubo de
recular excusando sus cornadas y otras coces. Para salvarse, Rajoy decidió
cargarle el mochuelo a la Ministra
de Sanidad, efigie ya amortizada por escándalos varios tocantes siempre al
uso y disfrute de dinero sucio, exponiéndola a la calcinación rápida en la hoguera
de su incapacidad. Terminada la combustión de la ministra y convertida ya en puro
carboncillo, Rajoy nombró a su segunda para mejorar lo presente, lo cual era
tarea fácil porque es imposible no hermosear lo previo si tal cosa es un
descalabro completo, una ruina.
Afortunadamente, la sanitaria
contagiada parece vencer a la enfermedad, aunque no se descartan más casos
porque la epidemia en África está desbocada.
Demasiadas mentiras para una sociedad harta de la mentira. Pocas mentiras, en cambio, para un gobierno adicto al engaño al que no le importa poner en riesgo la salud y la vida de todos. ¿Hasta cuándo?
Emilio Alvarado Pérez es portavoz del grupo municipal de IU de Azuqueca de Henares