Conocemos las causas de la crisis: un cóctel explosivo de finanzas desreguladas, dinero artificialmente barato, banqueros avariciosos, gestores sin escrúpulos, reguladores corruptos, doctrinas descabelladas, negocios especulativos imposibles y políticos y medios de comunicación cómplices o, en el mejor de los casos, inanes. Ingredientes muy apropiados para una novela de Tom Wolfe.
También sabemos que esta crisis, la peor desde la Gran Depresión de 1929, es una crisis de acumulación del sistema capitalista, que hace aguas por todas partes y que, en sus sucesivos descalabros y batacazos, es muy capaz de llevarse por delante al común de los mortales.
Finalmente, y esto clama al cielo, sabemos que los que están pagando la factura de tanta infamia son los de siempre: los trabajadores, los pensionistas, los jóvenes (estamos a punto de destruir las posibilidades de desarrollo de toda una generación), los parados, los precarios y los inmigrantes; esto es, el pueblo llano, el que siempre se carga al costillar el peso de los abusos ajenos.
¿Cómo ha actuado nuestro gobierno en esta coyuntura tan desgraciada?
Primero, negando la evidencia, perdiendo el tiempo y tratando al respetable con muy poco respeto. Ilustraré estas afirmaciones con algunos ejemplos.
No tiene pase que el Sr. Zapatero dijera en julio de 2007 que en la “próxima legislatura se alcanzará el pleno empleo en España”, cuando era ya una evidencia que en EEUU se había inflado la mayor burbuja de la historia alrededor del precio de la vivienda, y que en nuestro país se daba una situación pareja e igualmente peligrosa. Como antes de la erupción de un volcán, en la primera parte del año 2007 había signos más que preocupantes de lo que se avecinaba. Por ejemplo, en marzo, una filial del banco británico HSBC, enfangada hasta el pescuezo en el negocio de las hipotecas basura, registró pérdidas millonarias. En abril una operadora hipotecaria norteamericana, New Century Financial, también metida en esas turbiedades, se declaraba en quiebra. Además, por entonces corrían informes económicos que advertían de los riesgos de implosión de las finanzas mundiales, que eran despreciados por la economía ortodoxa instalada en la inopia. Por lo visto, para nuestro Presidente y sus asesores todos estos indicios carecían de importancia.
Es imperdonable que el Sr. Zapatero afirmara en agosto, coincidiendo con el anuncio del BNP Paribas de que tres de sus fondos de inversión se habían evaporado, que “España está a salvo de la crisis financiera”, cuando un mes antes, para él, la palabra crisis no figuraba ni en el diccionario. Contra el optimismo basado en la nadería del señor Zapatero, agosto fue un mes abundante en fumarolas, temblores y olor a azufre: al anuncio del BNP se sumó el rescate con fondos públicos y privados del banco alemán Sachsen LB, y la quiebra en Londres del fondo especializado en hipotecas basura Cheyne Capital. En cualquier caso, con crisis o sin ella, nuestro Presidente auguraba en agosto de 2007 que la crisis no haría mella en España, como si nuestro país no estuviera en este mundo y sus bancos no se alimentaran del mismo combustible que el resto: con dinero enloquecido.
En septiembre de ese mismo año, coincidiendo con la suspensión de pagos del banco británico Northern Rock, el Sr. Zapatero tuvo la osadía de afirmar que “no habrá ninguna repercusión directa en el mercado inmobiliario y en el sistema financiero español” ya que “la crisis de EEUU no afectará a España en absoluto”.
La temeridad del Presidente del Gobierno no se arrugó a pesar de que en el año 2007 el mundo presenció atónito las intervenciones de los bancos centrales de los EEUU, Japón y la Unión Europea para frenar el pánico desatado por las pérdidas multimillonarias de instituciones financieras globales como Bear Sterns, Morgan Stanley, Merrill Lynch, Citigroup, Wachovia, el IKB alemán, el USB suizo o la quiebra del británico Northern Rock Bank.
Seguidor del principio que sostiene que los demás no te ven si te tapas bien los ojos, el Sr. Zapatero se acostó el 31 de diciembre del 2007 asegurándonos que eso de la crisis era una pamema y que, de haberla, no tendría que preocuparnos puesto que España sería inmune a sus consecuencias.
El Presidente del Gobierno comenzó 2008 con idéntico optimismo y con el ánimo enhiesto. Qué más daba si trece fondos y bancos de inversión, algunos de ellos de dimensiones colosales, se hundían y amenazaban con arrastrar también al abismo a todo lo que tenían a su alrededor. Qué irrelevante debía de ser para el Sr. Presidente que los bancos centrales hubieran inyectado cantidades astronómicas de dinero a los mercados privados para evitar que la corriente de préstamos interbancarios, que es como la corriente del golfo financiera, se paralizara y, con ella, se congelase la economía mundial. No ha de sorprender, en consecuencia, que el Sr. Zapatero comenzara el año 2008 afirmando en una entrevista concedida al diario El Mundo que “es una falacia que España se encuentre en crisis económica; es puro catastrofismo” y que, “una vez superada Italia en términos de renta per cápita, podremos superar a Francia en el 2013.” Por cierto, y advierto en ello algo de maldad por su partido, dicha entrevista puede consultarse aún en la página web del PSOE.
De los augurios de botica del presidente, allá por 2008, se deducían al menos tres consecuencias: la primera, que a nuestro país, la crisis, ni fu ni fa; la segunda, que alrededor del 2013 España alcanzaría una situación de pleno empleo; la tercera, que en ese año nuestro país estaría en condiciones de superar a Francia en PIB por habitante. Sería fácil hacer un chiste de tanta predicción errada si es que la cosa tuviera gracia. Además, la prudencia aconseja que no sigamos desenredando este hilo para no tener que arrepentirnos después por lo que pudiéramos escribir.
La realidad no se dejaba intimidar por las bienaventuranzas del Presidente. En el año 2008, a pesar de los anuncios beatos del Sr. Zapatero, se desbocaron las furias. La banca de inversiones Goldman Sachs entró en una situación muy delicada. Carlyle Capital, uno de los mayores fondos de inversión privados del mundo, se derrumbó. Lehman Brothers anunció la bancarrota. Fannie Mae y Freddi Mac, dos grandes sociedades hipotecarias estadounidenses, advirtieron que su situación era límite y acabaron nacionalizadas. Islandia se fue a pique que es igual que decir que el sistema financiero británico atravesó momentos críticos, mientras que la libra esterlina caía en picado. La Reserva Federal rescató a la aseguradora AIG nacionalizándola también. El Congreso de los EEUU otorgó al Departamento del Tesoro la autorizacion para gastar hasta 700.000 mil millones de dólares (un 5% del PIB nacional) en la compra de activos tóxicos. No bastando con ello, la Corporación de Seguros del Depósito Federal acordó garantizar deudas emitidas por grandes instituciones financieras privadas, transfiriendo el riesgo de los inversores a los contribuyentes, con lo que la administración republicana de Bush impuso en EEUU la mayor intervención económica desde la Segunda Guerra Mundial, si bien bajo la forma de socialismo para ricos: lo que gane para mí, lo que pierda para ti. El resto de los bancos centrales, por su parte, no eran capaces de aplacar la furia desatada por un mercado en quiebra por más dinero que destinaban a comprar activos ruinosos. La puntilla a tanta catástrofe la dio en diciembre un timador llamado Madoff, cuando se hizo público que había volatilizado 50.000 millones de dólares de inversores avariciosos y deshonestos de la buena sociedad neoyorquina a través del viejo truco del esquema Ponzi. La estafa, la mayor cometida desde que los homínidos caminan erguidos, dejó con el trasero al aire a sus clientes y contaminó con más desechos a una banca que ya no respiraba. El “fin del mundo” pronosticado por los aztecas para el 2012 estuvo a punto de producirse en el 2008.
Tanto desfalco y bancarrota acarrearon lo inevitable: la recesión de la economía mundial que, como era previsible, afectó con especial gravedad a la economía española, muy dependiente del turismo, del ladrillo y del crédito asociado a la construcción privada. La cosa se puso tan fea para nuestro país que el entonces presidente de la patronal, Díaz Ferrán, propuso la suspensión temporal del capitalismo en España, implorando al Gobierno ayudas y una intervención al estilo de los planes quinquenales. Algo parecido hizo el Presidente de Francia, aunque con mucha más retórica y con algo del mensaje antiglobalizador que, años atrás, había intentado reprimir a base de estacazos en ese berceau de l’eau minérale naturelle que es el balneario de Evian.
Aunque no se trata de disculpar los dislates del Sr. Zapatero, que son infinidad y notables, muchos otros sostuvieron por entonces lo que el Presidente decía, cada uno a su manera, desde su tribuna y para su parroquia. Ministros, catedráticos, fundaciones, partidos políticos comprometidos con el neoliberalismo, medios de comunicación, institutos de investigación, eclesiásticos, ecónomos, bancos centrales y demás cultivaron las mismas engañifas. Lo que ocurre, y aquí estriba la diferencia, es que estos otros tuvieron la habilidad de ocultar mejor que nuestro Presidente sus yerros y desvaríos, con el fin de redimirse y aparecer ahora ante la opinión pública como gentes de criterio en quienes confiar.
Dijimos antes que el primer error del Sr. Presidente fue negar la evidencia. El segundo error, aún más grosero e imperdonable, fue aliarse con los responsables de la crisis al aplicar en el 2010 la política más antisocial de la historia de nuestra democracia.
En el año que acaba de terminar, el Sr. Zapatero decidió abandonar las políticas de estímulo keynesiano y aplicar una política brutal de recortes que afectan especialmente a los trabajadores, aduciendo que era preciso reducir el déficit, y todo ello después de haberle perdonado impuestos a los más ricos y de haber entregado sin garantías unos 30.000 millones de euros a una banca irresponsable. Por vez primera en la historia de la democracia se rebajó el sueldo de los trabajadores públicos un 5%, lo que provocó una huelga general de la función pública en junio, a lo que se añadió la decisión de congelar las pensiones. Además, impuso una reforma laboral consistente en abaratar el despido, socavar la negociación colectiva y debilitar la tutela judicial en los litigios laborales, que nos llevó, el pasado mes de septiembre, a la primera huelga general del siglo en nuestro país. Y no satisfecho con todo esto, el Sr. Zapatero anuncia que hay que subir la edad de jubilación de los 65 a los 67 años, alargando además el cómputo de la vida laboral para el cálculo de la pensión (lo que, en la práctica, significará reducir de una manera muy significativa lo que cobrarán los pensionistas) y que la ayuda de los 426 euros, la última tabla de salvación a la que se agarran cientos de miles de ciudadanos que no disponen de ingresos y que impide que caigan en la marginalidad, desparecerá el próximo mes de febrero. El Sr. Presidente, en el año 2010, ha decidido que de la crisis se sale aplastando a los trabajadores y amparando a los culpables que la provocaron. Obviamente, la vieja receta neoliberal.
La enésima crisis financiera del capitalismo nos ha dejado tres años después con más de un 20% de parados, con una economía en recesión, con más precariedad, exclusión social, pobreza y desigualdad. La crisis ha dañado gravemente los mecanismos sociales de cohesión, ha deteriorado nuestra legislación laboral y las cuentas públicas, ha inoculado en nuestra sociedad el virus del miedo y de la desconfianza y, como consecuencia de todo lo anterior, la ha dejado más desprotegida ante la demagogia del populismo y de la extrema derecha. Nos ha ocurrido lo mismo que a México, Brasil, Argentina, Chile, Filipinas, Tailandia y Polonia tras la crisis financiera de 1995, o que a Indonesia, Malasia, Filipinas, Tailandia, Taiwan, Singapur, Corea del Sur, Argentina, Australia, Nueva Zelanda, Turquía y Rusia tras la crisis de 1997, o que a Grecia, Portugal, Irlanda, Bélgica, Italia o Reino Unido hoy. Menos mal que, según el Sr. Zapatero, España iba a quedar al margen de las consecuencias de la crisis.
Reconstruir lo dañado va a resultar muy difícil. Pero, sea como fuere, cualquier ensayo creíble de recuperar lo perdido pasa por abolir el estado de cosas que hizo posible la crisis y por castigar a los culpables. En resumen, 2010 pasará a los anales de la infamia como el año en el que se perpetró la mayor agresión contra los trabajadores y contra los fundamentos sociales de nuestro país y de nuestras leyes, al menos desde que tenemos uso de razón democrática. El Gobierno del Sr. Zapatero decidió que las cosas fuesen así. Ni siquiera tuvo el detalle de explicarle a los ciudadanos las razones por las que era necesario atropellarlos socialmente primero para, supuestamente, proceder a salvarlos después, o que la democracia es una pantomima porque los que de verdad deciden no son elegidos por los ciudadanos, siendo los que gobiernan malos actores de un drama escrito por otros.
Que en la conciencia de este gobierno quede el peso de la culpa cometida. Por otra parte, no tengo ninguna duda de que el PP, de haber gobernado, lo habría hecho aún peor, aplicando con más saña y entusiasmo los ajustes dictados por otros más allá de nuestras fronteras. En eso consiste su idea de patriotismo.
Así fue el año 2010. No deberíamos olvidarlo nunca y menos aún cuando ejerzamos el derecho al voto en unas elecciones.
Emilio Alvarado Pérez, Primer Teniente de Alcalde, Concejal de Cultura y otros Servicios y candidato a la Alcaldía de Azuqueca de Henares