Llegó la hora, es el momento de que las cosas cambien

18 de Noviembre de 2010

UN SALUDO A TODOS LOS CIUDADANOS AZUDENSES QUE CREEN QUE LLEGÓ EL MOMENTO DEL CAMBIO

La crisis económica y social amarga nuestras vidas. No es la primera vez que ocurre algo así. En el siglo XIX, desde la primera convulsión del capitalismo allá por 1848, las crisis económicas se sucedieron con una regularidad que impresiona hasta sumar cinco episodios, uno por década. En el siglo XX el capitalismo generó otras seis grandes crisis (1906, 1920, 1929, 1973, 1992 y 2000) y una de ellas, la Gran Depresión, desembocó en la mayor carnicería de la historia de la humanidad bajo la forma de guerra mundial, totalitarismos y holocausto. En el siglo que acaba de comenzar padecemos otra crisis especialmente virulenta y equiparable en parte a la crisis del 29: la que estalló entre los años 2007-2008. El balance general que nos brinda la historia del capitalismo es, por lo tanto, muy claro: doce crisis en poco más de siglo y medio o, lo que es lo mismo, aproximadamente una crisis económica cada catorce años.

Todas estas crisis tienen puntos en común y, sobre todo, un desenlace idéntico: sus consecuencias inmediatas las pagaron siempre los más desfavorecidos.

Además de ser intrínsecamente inestable, el capitalismo ha dejado en la cuneta al 80% de la población mundial. El capitalismo, por tanto, es un sistema económicamente ineficiente porque no es capaz de sastisfacer las necesidades básicas de los seres humanos, a lo que une su condición de depredador de los recursos de un planeta que ya no aguanta más y que está comenzando a rebelarse contra la humanidad.

En la actualidad los grandes partidos nacionales se han convertido, por convicción o por impotencia, en abanderados de una visión del capitalismo singularmente dañina: el neoliberalismo. Parece que les importe más el bienestar del gran capital que el de los ciudadanos. Esos partidos aprueban paquetes multimillonarios de ayudas para una banca codiciosa e irresponsable mientras que endurecen la legislación laboral, rebajan el sueldo a los trabajadores y anuncian la reducción de las pensiones.

Para mantener sus cuotas de poder esos partidos mantienen un tinglado, el del bipartidismo, que pervierte el ideal representativo de la democracia. Para ello cuentan con la inestimable ayuda de pequeñas formaciones nacionalistas que, a cambio, reciben cuotas de poder muy por encima de la realidad social y política a la que representan. Obviamente, en este juego de suma cero, quien sale perdiendo es Izquierda Unida ya que el exceso de representación del PSOE, del PP y de los nacionalistas es el resultado del robo de la representación política que legítimamente deberíamos tener.

En Izquierda Unida de Azuqueca de Henares estamos convencidos de que el cambio no es una opción sino una obligación. El tiempo se agota y el margen se estrecha. Estamos llegando al límite físico de un sistema que atenta gravemente contra el equilibrio ecológico, la justicia, la igualdad y la paz social. El número de ciudadanos conscientes de esta realidad tan grave aumenta a diario aunque su voz no se escucha aún lo suficiente.

Por eso hemos creado este blog. En él los miembros de la candidatura de Izquierda Unida de Azuqueca de Henares y otros afiliados de nuestra organización expondremos nuestras reflexiones y propuestas para contribuir a una discusión serena sobre los graves retos a los que hemos de hacer frente, tanto a nivel general como local.

Pretendemos animar un debate social pervertido por gente que se escuda en el anonimato que proporciona internet para insultar cobardemente al adversario, por tertulias escandalosas y por mercenarios de la opinión que cobran por envenenar las conciencias. ¡Basta ya de rebuznos, de groserías, de zafiedad y de silencios cómplices!

Hay quienes considerarán que nuestros objetivos son muy ambiciosos. Cierto. Pero la urgencia de afrontarlos no es menor que la magnitud del desafío ante el que hemos de medirnos.

Concluyamos esta presentación con una frase inmortal de nuestro Francisco de Quevedo que, a pesar del tiempo transcurrido desde que se escribió, viene muy a punto: si quieres leernos "léenos, y si no, déjalo, que no hay pena para quien no nos leyere."

Consejo Político Local de IU

domingo, 20 de febrero de 2011

Rato inane


Malo es que te intenten engañar, pero que te tomen por lila no tiene pase. Esto es lo que pretende el señor Piqué, presidente de Vueling, cuando defiende a su amigo, Rodrigo Rato, ahora que el inmerecido prestigio del presidente de Caja Madrid está gravemente en cuestión a causa de una auditoría interna realizada por el mismo FMI que el señor Rato dirigió entre el 2004 y finales del 2007, años previos al colapso financiero de la economía mundial.

Dice el señor Piqué en descargo de su amigo que el FMI no fue la única institución que falló: "También lo hizo la Reserva Federal y el Banco Mundial y el Banco Central Europeo o la Comisión Europea. ¿Quién previó la crisis antes de que sucediera?

El Presidente de Vueling utiliza la manida estratagema del calamar: echar un borrón general para tapar, en este caso, la incompetencia del máximo responsable del FMI, su amigo Rodrigo Rato. No obstante, en su exculpación el señor Piqué no niega que Rato no las viera venir (es decir, su incompetencia). Sólo alcanza a afirmar que todos los que le rodeaban eran, al menos, tan torpes como él. El que no se contenta es porque no quiere.

El señor Piqué pregunta de manera retórica “¿quién previó la crisis antes de que sucediera?” para que nuestro subconsciente fabrique automáticamente la respuesta que le conviene: nadie. Pues no es así señor Piqué. Exactamente sucedió lo contrario, aunque fuera de los circuitos y despachos oficiales que usted frecuenta. Mal que le pese, numerosas voces advirtieron que vivíamos sentados en una bomba de relojería. Lo que ocurre es que personas como usted y su querido amigo, el señor Rato, hicieron todo lo que estuvo en su mano para mofarse de los que advertían de la inminencia de la calamidad, cuando no, simplemente, usted y gente como usted censuraron los informes incómodos y tiraron a la basura los avisos prudentes que pedían una rectificación, como los de Edward Gramlich, miembro del consejo de la Reserva Federal de los Estados Unidos, o los de Claudio Boro y William White del Banco de Pagos Internacionales de Basilea, por no citar los internos del FMI. Tampoco escucharon las advertencias del financiero George Soros, o a Stephen Roach de Morgan Stanley o a Robert Wescott, del Consejo Económico Nacional de los EEUU. Para que se sepa, economistas muy prestigiosos, algunos de ellos clásicos del pensamiento económico, advirtieron de los peligros e inconsistencias de un sistema basado en la ausencia de regulación sobre el mercado. Por ejemplo, Kalecki, Steindl, Pigou (Cambridge), Keynes (Cambridge), Bator (Harvard), Akerlof (premio Nobel), Stiglitz (premio Nobel), Krugman (premio Nobel), Kaneman (Standford), Tversky (Standford), Thaler (Standford) y Minsky (Washington). Además, hubo numerosos académicos que anunciaron la crisis, pero no pertenecían a los círculos oficiales que ustedes alimentaban: por citar a algunos, Bellamy Foster de la Universidad de Oregon, H. Magdoff, Paul M. Sweezy, Paul A. Baran de la Universidad de Stanford, Susan Strange y John Gray de la London School of Economics and Political Science, Robert Schiller de Yale, Robert Brenner de la Universidad de California-Los Ángeles y Nouriel Roubini de la Universidad de Nueva York, por citar sólo a los más relevantes.

Abundaron también presagios que, bien ponderados, señalaban con claridad la inminencia de un desplome económico mundial, pero ustedes los obviaron interesadamente: desplome bursátil de 1987, depresión japonesa en 1991 resultado de la especulación inmobiliaria, devaluaciones en cadena de divisas europeas en 1993, crisis de la deuda externa mexicana en 1994-95, crisis monetaria y crediticia de Asia Oriental en 1997, crisis bursátil internacional en 1998, crisis bursátil de la empresas puntocom en el año 2000, etc. Y, por último, hubo muchas señales políticas que indicaban de los peligros que se cernían en el horizonte, pero ustedes las despreciaron: llamamientos de los partidos y movimientos de izquierdas contra la globalización salvaje y a favor de regular el casino en el que se habían convertido las finanzas mundiales. Señor Piqué, hay preguntas, olvidos y silencios que lo revelan todo.

Durante los cuatro años en que Rodrigo Rato fue Director Gerente del FMI se encendieron todas las alarmas que anunciaban una crisis económica mundial de proporciones desconocidas. ¿Recuerda alguien que el señor Rato hiciera por entonces alguna advertencia, denuncia, aviso, formulase alguna sospecha o mostrara la más mínima inquietud sobre el futuro de la economía mundial? La respuesta es negativa y no porque tengamos una memoria frágil sino porque el señor Rato ni dijo ni hizo nada. Más bien alentó las perversidades de un sistema imposible y ruinoso. Explicar tamaña irresponsabilidad es fácil: o el Director Gerente vivía subido en la higuera de la inopia o, lo que es peor, ocultaba deliberadamente las evidencias incómodas al encarnar él mismo todo aquello que había que denunciar. Sea como fuere, esto debería acarrear su inhabilitación a perpetuidad para tratar asuntos económicos. Pero como en el mundo de hoy se premia antes la adhesión que la inteligencia y la sinceridad, el señor Rato, tras su fracaso estrepitoso en el FMI, fue recompensado por los mismos que provocaron la crisis, la banca especulativa, al ser nombrado director gerente de inversiones del Banco Lazard, después Consejero del Banco de Santander y, posteriormente, ya por sus cofrades de partido, Presidente de Caja Madrid.

El informe interno elaborado por el FMI que acaba de hacerse público desvela asuntos tan graves como que el FMI de Rato ponía como ejemplo de solvencia a los bancos norteamericanos e islandeses que, como todos sabemos, fueron los que originaron la crisis y los primeros que se hundieron cuando se levantó el vendaval. La auditoría también acusa al FMI dirigido por Rato de perpetrar otras fechorías como marginar análisis críticos que anunciaban que la economía mundial se sostenía sobre bases imposibles. En resumen, Rato ensalzó el error y ocultó la verdad.

Dirigentes como Rato (Greenspan es otro caso preclaro) alimentaron los desórdenes y amplificaron las consecuencias de la crisis económica. No hicieron nada para atajarla a pesar de que las señales que la anunciaban eran claras. Su ideología a favor del capitalismo desregulado les cegó. Desempeñaban tan altas responsabilidades económicas precisamente porque abrazaban el neoliberalismo, la ideología perversa que nos ha llevado a la ruina social. Como advirtiera Upton Sinclair, “es difícil que un hombre entienda algo cuando su sueldo depende de que no lo entienda.”

Ni con la intercesión de Piqué el señor Rato se librará de pasar a la historia como el Director del FMI que no se enteró (o no se quiso enterar) de la mayor crisis económica planetaria desde la Gran Depresión. Le pasó lo que a Hoover, aquel Presidente norteamericano que poco antes del crac del 29 pronosticó un período de prosperidad general y que, aplicando una política de clase, ahondó las consecuencias de la crisis hasta proporciones catastróficas llevando a su país a la ruina.

El caso de Rato es como el de aquel jefe de vulcanólogos que, advertido por las fumarolas de azufre de que el volcán está a punto de estallar, autoriza el día anterior a la catástrofe que la población evacuada regrese a sus hogares en la falda de la montaña. Como es fácil suponer, al día siguiente la erupción se lleva por delante al paisaje y al paisanaje recién instalado. En justa recompensa por su perspicacia, el jefe de vulcanólogos resulta elevado a un puesto de mayor responsabilidad para seguir amplificando catástrofes futuras.

Todo denuncia aquí la mayor sordidez intelectual y política.

Queda claro. El señor Rato no es una roca Tarpeya de la economía. Más bien, se acerca a la condición de guijarrillo, eso sí, en zapato ajeno. Si nada lo remedia, que este señor apunte para Ministro de Economía o cabeza pensante en un futurible Gobierno del PP muestra el nivel al que vamos a tener que acostumbrarnos.

Terminemos que ya es hora. Cuando se siguen las andanzas de ciertos personajes públicos, especialmente de la derecha, asombra su capacidad de flotación y su facilidad para la ósmosis entre lo público y lo privado. Qué pericia tienen algunos para desempeñar eternamente elevados y ubérrimos destinos mientras tantos otros quedan sentenciados, por culpa de caballeros como el señor Rato, a vivir al pelo.

Emilio Alvarado Pérez, Portavoz de IU de Azuqueca de Henares, Concejal de Cultura y otros Servicios y candidato a la Alcaldía por IU

martes, 15 de febrero de 2011

La ayuda de 400 euros a los desempleados


Tras el anuncio de la desaparición del programa temporal de protección por desempleo e inserción (PRODI), más conocido por todos como la “ayuda de los 426 euros”, el ejecutivo no ha parado de dar tumbos de un lado a otro para aprobar, según nos informa, una nueva alternativa que tendría como objetivo la formación de los desempleados sin ingresos.

Primeramente, el Gobierno anunció una propuesta que consistía en conceder una ayuda de 350 euros, restando sin ninguna explicación 76 a la ya exigua cantidad de 426 euros, a aquellos desempleados que se sometieran a un programa de formación. A partir de aquí todo apuntaba a que el nuevo programa no era más que el enésimo recorte de derechos sociales que debían sufrir resignadamente los trabajadores, pero “maquillado” con la insistencia en la formación.

Después de que la propuesta de los 350 euros fuese abandonada, el Consejo de Ministros aprobó el Programa de Recualificación Profesional, dirigido a los parados que carecen de la prestación por desempleo. A partir del 16 de febrero, los desempleados de larga duración que agoten su prestación por desempleo o subsidio podrán solicitar la nueva ayuda de 400 euros hasta un máximo de seis meses. El subsidio estará vinculado a la formación y contará con una dotación de 400 millones de euros con cargo a los presupuestos generales del Estado. La ayuda, que sustituirá a los 426 euros, beneficiará a unos 80.000 desempleados, muchos menos que los 198.000 beneficiarios del PRODI registrados en el último periodo de su vigencia.

A esto se reduce la “genial” alternativa que nos propone el ejecutivo: un recorte por partida doble, tanto en el NÚMERO DE BENEFICIARIOS como en LA CANTIDAD A PERCIBIR. A las claras, una auténtica humillación a los desempleados que carecen de unos ingresos mínimos.

Con la excusa de afirmar que se trata de un programa vinculado a la formación se va a dejar fuera del mismo a muchos desempleados que, desgraciadamente, tan sólo contaban con la limosna de los 426 euros para mantener a sus familias y poder seguir cargando sobre sus espaldas con la lacra del desempleo.

Los beneficiados del nuevo programa serán jóvenes, mayores de 45 años en desempleo de larga duración, personas procedentes de la construcción y otros afectados por la crisis que tengan una baja cualificación profesional. No hay nada que objetar sobre la obligación de ayudar a estos grupos que lo están pasando muy mal. Pero el señor Ministro de Trabajo y Asuntos Sociales parece haber olvidado que España cuenta con casi cinco millones de desempleados y que el paro, lamentablemente, afecta a muchos otros colectivos laborales como, por ejemplo, los mayores de 30 años en desempleo de larga duración, las personas que engrosan las listas del paro procedentes de muchas otras profesiones y quienes cuentan con una alta cualificación, como los universitarios, que no encuentran ninguna salida laboral. Si todos los sectores han sido golpeados duramente por el desempleo, entonces ¿qué alternativas hay para los excluidos de este programa?

Para que los colectivos del nuevo programa puedan percibir la ayuda deben cumplir una serie de requisitos tales como:

A. Haber agotado la prestación por desempleo a partir del 16 de Febrero de 2011.

B. Las rentas en la unidad familiar del desempleado no podrán superar el 75% del Salario Mínimo Interprofesional (fijado en este año 2011 en 641,40 euros).

C. Las personas que ya cobraron los 426 euros del anterior programa (PRODI), estarán excluidas de esta nueva ayuda.

Fruto de un “pacto antisocial” suscrito por el Gobierno, los empresarios y los sindicatos mayoritarios, este nuevo “plan de choque”, unido a los recortes sociales y laborales, constituye una ofensa para los desempleados y una agresión a las clases populares. Una crisis económica sin precedentes, agravada por las decisiones neoliberales de gobiernos que hace mucho que olvidaron incluso sus principios socialdemócratas, nos está llevando a una situación en la que, sin ningún escrúpulo, esos gobiernos arremeten contra los más desfavorecidos para, según dicen, aplacar las furias de los mercados.

Dejemos de creer en la posibilidad de que el Gobierno actual vaya a responder a la crisis con políticas generadoras de empleo y defensoras de una cierta idea de justicia social, porque no tienen cabida en el programa socialista y mucho menos en el de su opositor popular.

Tanto al PSOE como al PP el gran capital “les ha domado, les ha doblado y les va a domesticar”. Esa es la gran diferencia con IU, porque como bien dijo Marcelino Camacho, a nosotros ni “nos domaron, ni nos doblaron ni nos van a domesticar”.

María José Pérez Salazar es militante de Izquierda Unida de Azuqueca de Henares

jueves, 10 de febrero de 2011

Memoria y sociedad

Sin historia, la sociedad es incomprensible. La Ciudad de George Grosz

Uno de los rasgos de nuestro tiempo es el adanismo, que es una suerte de prejuicio, muy extendido socialmente, que consiste en presumir que cada día que vivimos es el primero de la historia de la humanidad. Este sentimiento no es el fruto de una superioridad histórica felizmente lograda, ni la prueba de que la conciencia humana hubiera alcanzado el saber absoluto, o de que la conciencia individual encontrara su identidad con la vida del todo. Bien al contrario, la creencia jactanciosa de que cada jornada alumbra un mundo nuevo es el resultado de la confusión que producen el continuo avance tecnológico y nuestra ignorancia olímpica del pasado.

De una parte, presenciamos a diario novedades tecnológicas ante las que tenemos que adaptarnos y que nos dan una falsa imagen de primicia, de vivir permanentemente un tiempo nuevo que anula un pasado que se nos antoja caduco e inservible. Y, de otra, embaucados por falacias interesadas, dejamos de leer a los clásicos, despreciamos el estudio riguroso de la historia, rechazamos el pensamiento y la reflexión propios de las humanidades, postergamos la filosofía y las explicaciones generales y completas. En suma, echamos por la borda una forma de saber social que fue muy importante hasta que algunos irresponsables decretaron su intrascendencia.

La combinación entre un saber tecnológico que no cesa y el rechazo del conocimiento del pasado no nos hace mejores, sino que nos convierte, por principio, en ignorantes e irresponsables. Además, la alianza entre el frenesí de la técnica y el olvido de lo que ocurrió nos deja indefensos ante los manipuladores profesionales de la historia, que tanto abundan últimamente en tertulias y televisiones digitales, empeñados en que nos falten las referencias que nos permitan interpretarnos correctamente y, por extensión, que nos habiliten para construir explicaciones racionales del devenir social.

Al no reconocer ninguna herencia intelectual o histórica suponemos ingenuamente que podemos hacer lo que nos venga en gana o, peor aún, que no debemos hacer nada ante las calamidades y los desafíos sociales porque carecemos de la perspectiva necesaria para calibrar nuestros actos y los ajenos. Creemos no estar sujetos a un pasado que otros han decidido que ignoremos, y suponemos también que no nos afecta la responsabilidad de nuestros actos que tendrán repercusión en un futuro impredecible sobre el que no podemos proyectar experiencias anteriores que otros desterraron, muy astutamente, de nuestra memoria. 

Esta sensación ficticia de independencia nos lleva a sentimos importantes y, lo que es más grave, felizmente superiores porque creemos hallar a cada paso una teoría fragmentaria o una explicación novedosa que, a poco que cultiváramos la memoria, descubriríamos que no es ni nueva ni útil.

Por mucho que queramos engañarnos y por más que la tecnología parezca arroparnos, esta situación de desnudez es desazonadora. El hombre actual, sin lazos con su época y desorientado con respecto al lugar que ocupa en el tiempo histórico que le ha tocado en suerte, busca su sentido personal y social dando un valor inmerecido a proyecciones falsas: el consumismo, el entretenimiento banal, el mito de la eterna juventud, etc. Y si con esto no bastara, en tiempos de tribulaciones, el hombre desorientado se aferra a trascendentalismos arcaicos como la religión, el nacionalismo, el tribalismo o cualquier otro aglutinante grupal del que extraer, muy equivocadamente, las referencias sociales que le faltan.

No lo olvidemos nunca: el pasado es un campo de debate político y quienes desde las cavernas pretenden escamotearlo siguen móviles políticos tan burdos como peligrosos. Suponer, erradamente, que cada día que amanece es la aurora de la humanidad conduce a impedir que la humanidad pueda inaugurar, alguna vez y de verdad, un nueva aurora.

Con este equipaje de cartón vamos viajando en una huida sin rumbo que probablemente desemboque, a no mucho tardar, en un fracaso colectivo absoluto.

Emilio Alvarado Pérez, Primer Teniente de Alcalde, Concejal de Cultura y otros Servicios y candidato de IU a la Alcaldía de Azuqueca de Henares

miércoles, 9 de febrero de 2011

Decisiones políticas que permitieron la crisis económica

Maestra y discípulo: Ayn Rand, la filósofa ultraliberal, y Greenspan, el Presidente de la Reserva Federal que más tiempo miró hacia otro lado

He escuchado decir demasiadas veces que la crisis económica era impredecible, que nadie estaba en condiciones racionales de preverla y que, por tanto, sus consecuencias deben ser asumidas responsablemente por todos. Algo así como si la crisis hubiera sido un rayo caprichoso enviado a los mortales por una deidad contrariada. De todas las mentiras posibles sobre la crisis, esta es una de las más burdas. En alguna otra ocasión ya he explicado qué grado de responsabilidad recae en los especuladores, los villanos de la historia, y en los economistas oficiales, los inductores intelectuales del delito. Pero me faltaba hablar de aquellos políticos que fueron cooperadores necesarios de una calamidad social sin precedentes desde 1929.

Para hacer más clara mi exposición la compararé con un episodio de la vida cotidiana y la dividiré en seis apartados. Espero que de su lectura se deduzca con la mayor nitidez que desde hace casi treinta años algunos políticos han venido tomando voluntariamente decisiones que permitieron la crisis. Si esos políticos hubieran decidido otra cosa, hoy no estaríamos hablando de estas cuestiones y este artículo no tendría sentido. Pero, desgraciadamente, los acontecimientos discurrieron de otro modo porque la voluntad de algunos así lo quiso.

I. Políticos de derechas legalizaron que el tráfico invadiera el carril contrario en algunas ocasiones

En 1979, el gobierno conservador de Margaret Thatcher abolió los controles de cambio. Con esta decisión se impulsó enormemente la movilidad del capital a través de las fronteras (globalización de las finanzas) y se abrió la puerta a la especulación con divisas a gran escala.

Esta medida formó parte de un paquete más amplio denominado monetarismo puro, que también se aplicó por los republicanos en los EEUU, consistente en a) redistribuir los ingresos hacia el capital, b) privatizar la propiedad y los servicios públicos, c) disminuir el gasto en servicios sociales, d) aumentar artificialmente el desempleo a través de una política monetaria dura de elevación de los tipos de interés y e) intentar destruir a los sindicatos de clase para reducir los salarios y la capacidad de organización de la clase obrera. En el caso de los EEUU, la peculiaridad de su política económica consistió, junto con la aplicación de las anteriores medidas, en aumentar el gasto militar de manera brutal, lo que llevó a su economía a incrementar astronómicamente el déficit federal y los déficit comercial y por cuenta corriente.

El efecto social de la aplicación de estas medidas pronto fue evidente: tanto en Gran Bretaña como en EEUU se abrió paso una sociedad más desigual, individualista, violenta, insegura, temerosa del futuro y con mayores niveles de pobreza y exclusión. Una sociedad con peores escuelas y mejores cárceles, con más pobres y más ricos, con menos justicia y con más venganza, con menos valores y con más potencial destructivo, más inestable y sin porvenir.

Esta nueva corriente política (podemos llamarla neoliberalismo, nueva derecha o neoconservadurismo) pronto gobernó en otros países (Nueva Zelanda, por ejemplo) e impregnó el pensamiento de una gran parte de la derecha y de la socialdemocracia europea.

II. Políticos de derechas legalizaron que el tráfico por el carril contrario se convirtiera en total

En 1989 se impuso en occidente el Consenso de Washington, que no es más que un ideario político que tenían que compartir oficialmente (ya lo hacían oficiosamente) los organismos económicos internacionales con sede en Washington (Banco Mundial y FMI) al que se unían las instituciones económicas norteamericanas más importantes, el entonces G7 y los bancos internacionales más poderosos. Entre sus principios más señalados estaban  el desmantelamiento de los controles de capital, la sustitución de los tipos de cambios fijos por tipos de cambio flotantes y la liberalización de los tipos de interés. Con todas estas medidas se pretendía que el movimiento mundial de capitales fuese totalmente libre. El Consenso de Washington daba el visto bueno a las deslocalizaciones empresariales y a que el capital se convirtiera en el único factor de producción globalizado y libre de regulaciones.

III. La derecha y la socialdemocracia legalizaron que el tráfico por el carril contrario se convirtiera en permanente e irreversible

En junio de 1989 se aprobó la primera fase de la Unión Económica y Monetaria. El gobierno alemán, en connivencia con la banca alemana, aceptó sustituir el marco por el euro a condición de que el futuro Banco Central Europeo (BCE) tuviera como objetivo la lucha contra la inflación en vez de la lucha contra el paro, así como que todos los Estados de las moneda única no incurrieran en un déficit superior al 3% del PIB y que el BCE, a diferencia de la Reserva Federal, no pudiera comprar deuda pública a los Estados. Estas tres medidas suponían: a) la imposición de una política económica para todos los Estados miembros con la consiguiente quiebra de su capacidad soberana y democrática de decisión sobre sus economías, muy especialmente en lo relativo al gasto público; b) que el Banco Central Europeo fuese un trasunto del Banco Central Alemán; y c) que los Estados que incurrieran en déficit quedasen sujetos a la tiranía de los mercados y que esos mercados pudieran castigarles especulando con su deuda soberana.

IV. Demócratas y republicanos aceptaron que a los coches se les quitaran los frenos y que aparecieran nuevos automóviles más veloces y peligrosos

En 1994 la administración Clinton decidió no regular las permutas de riesgo crediticio: los letales CDS o préstamos subprime. Estos nuevos instrumentos financieros pertenecientes a la familia de los derivados contenían en sí un riesgo enorme de desestabilización de las finanzas mundiales y, a pesar de ello, no quedaron sujetos a ninguna norma.

En 1999 en EEUU se revocó la Ley Glass-Steagall que databa de 1933 (aprobada en plena Gran Depresión por la administración Roosevelt, determinaba la separación entre la banca comercial y la banca de inversión). La Ley Glass-Steagall prohibía a los bancos minoristas emprender actividades inversoras tales como asegurar y vender títulos. Dicho en otras palabras, prohibía que la banca especulase con los ahorros de los ciudadanos. La Ley Glass-Steagall fue abolida por el Senado por iniciativa de tres republicanos y con el respaldo del Secretario del Tesoro, Larry Summers. La abolición de esta ley recibió el apoyo casi unánime de los senadores por 90 votos a favor de los 98 posibles. Esta derogación, aprobada por políticos republicanos y demócratas, fue un paso decisivo hacia la desregulación bancaria que permitió que los bancos dejaran de ser empresas para convertirse en casinos.

En 2004, la SEC, el equivalente norteamericano de nuestra Comisión del Mercado de Valores, permitió que los bancos aumentaran su grado de apalancamiento (relación entre el total del pasivo y el valor neto) de 10:1 hasta 30:1. Ese mismo año, la SEC, en otra decisión absolutamente irresponsable, permitió que cinco grandes bancos recortaran sus reservas de capital con el fin de que dedicaran más recursos a sus prácticas especulativas.

Gracias a la confluencia de estas tres decisiones políticas se produjo la explosión de la titulización de créditos hipotecarios que tantas desgracias acarreó poco tiempo después.

V. Los republicanos decidieron que la gasolina fuese gratis

A las anteriores medidas hay que añadir las que no tomó una Reserva Federal inane dirigida por Alan Greesnpan, que mantuvo artificialmente bajo el precio del dinero y que miró durante años hacia otro sitio mientras que aumentaba exponencialmente la inestabilidad del sistema financiero mundial. En un marco como el descrito de desregulación completa de las finanzas internacionales, y con los adelantos informáticos a su servicio, grandes cantidades de capital a precio de saldo generaron burbujas especulativas de todo tipo: empresas puntocom y la madre de todas las burbujas, la del sector inmobiliario. Al final, como en el destino de toda burbuja está el reventar, ocurrió lo inevitable.

VI. El tráfico colapsó y tanto la derecha como la socialdemocracia acordaron que la factura del desastre la pagaran los peatones en forma de atropellos y de indemnizaciones a los conductores más irresponsables

En resumen, a lo largo de casi treinta años se eliminaron los controles de cambio, se aplicó una política monetarista pura, se impuso el Consenso de Washington, se creó una moneda única en la UE sobre la base de considerar que el paro no es el problema más grave de la economía, se prohibió que el Banco Central Europeo comprara deuda pública, se decidió no regular los préstamos subprime, se revocó la Ley Glass-Steagall, se autorizó que los bancos aumentaran sus ratios de apalancamiento y que redujeran sus dotaciones y, finalmente, se determinó que el precio del dinero fuese artificialmente bajo en un período de inestabilidad financiera sin precedentes.

El resultado de todas estas decisiones disparatadas es bien conocido: una crisis económica equiparable a la Gran Depresión, ayudas públicas inmensas a una banca irresponsable, millones de desempleados y recortes de derechos sociolaborales sin precedentes.

La ínfima minoría que provocó la crisis es hoy más poderosa que antes y los que no la provocaron (trabajadores, pensionistas, jóvenes que buscan emanciparse, mujeres, inmigrantes, etc.) han pagado los platos rotos perdiendo su trabajo, viendo disminuir el valor de su patrimonio, perdiendo derechos o trabajando más por un salario más bajo.

Conclusión

No pasó desapercibido para el fino olfato de Tom Wolfe que el cambio de las reglas del juego económico de la década de los ochenta le daría argumentos para una buena novela. Así, en 1987, en pleno auge de los Reaganomics, Tom Wolfe publicó La hoguera de las vanidades, en la que se relatan las desgracias de un vendedor de bonos neoyorquino y en la que se pone al descubierto el cinismo de una sociedad sin principios. Los cambios económicos de la década de los noventa fueron aprovechados nuevamente por Tom Wolfe. En pleno aquelarre del capitalismo norteamericano escribió otra gran novela, Todo un hombre, publicada en 1998, en la que el autor relata la caída de un promotor inmobiliario de Atlanta y los infortunios de uno de sus empleados cuando es despedido. Una vez más, el arte con unas gotas de ficción imitando a la vida. Paradójicamente, ha sido un escritor norteamericano defensor de George Bush el que ha mostrado con la mayor claridad cómo funciona la economía y la sociedad norteamericana. Sin miedo y sin reparos porque Tom Wolfe cree a pies juntillas en los EEUU y en las bondades del capitalismo.

Fin

No era obligatorio que los políticos tomaran esas decisiones políticas; pero lo hicieron. No estaba escrito en las estrellas que el futuro tenía que ser así; pero eso fue lo que ocurrió.

Los políticos y los partidos que tomaron esas decisiones no pueden alegar ahora, a la vista de los calamitosos resultados obtenidos, desconocimiento o impericia. Habría bastado con que hubieran leído dos novelas de un escritor muy conocido, traducidas a todas las lenguas y que, en edición de bolsillo, no cuestan juntas más de 25 euros, o que hubieran visto un par de películas de éxito proyectadas en las pantallas de todos los cines del mundo, para que los acontecimientos hubieran sido muy distintos. Pero, por lo visto, los políticos que nos han gobernado desde hace treinta años no sabían nada de economía, no leían ni una triste novela ni tampoco iban al cine. En consecuencia, me pregunto: ¿en manos de qué políticos hemos dejado los asuntos públicos?

Este artículo fue publicado en la página web de IU de Azuqueca de Henares el 9 de diciembre de 2010: www.iuazuqeca.org


Emilio Alvarado Pérez, Primer Teniente de Alcalde, Concejal de Cultura y otros Servicios y candidato a la Alcaldía de Azuqueca de Henares

domingo, 6 de febrero de 2011

Mentira y política

Mariano Rajoy en su escaño del Congreso de los Diputados

Poco ha progresado el arte del engaño desde que Aristóteles escribiera el Libro II de la  Retórica, en el que nos advertía de los quiebros sofistas. Efectivamente, en la actualidad siguen perennes y muy vigorosas todas las formas de embaucamiento y charlatanería que denunciara Aristóteles, especialmente en el ámbito del discurso político.

La lista que ofrece Aristóteles de las marañas dialécticas goza de buena salud. Menciona en su obra, al menos, diez ardides miserables con los que engatusar al crédulo y enredar a personas de buena fe, a saber: las insinuaciones torpes, las acusaciones a partir de los errores propios, las medias mentiras, los silogismos incompletos, las exageraciones sin cuento, el tomar por causa lo que no es tal y el presentar como consecuencia lo que tampoco es, la omisión deliberada del cuándo y del cómo, el transformar lo improbable en seguro y lo cierto en imposible, el traer como ejemplo lo que no viene al caso y, finalmente, la amplificación de lo que conviene y el demérito de lo que no.

Todos estos ardides son usados por los nuevos sofistas de la política con total prodigalidad. Porque, como ya dijo Aristóteles en sus Refutaciones Sofísticas, éstos “se proponen ante todo parecer que refutan, en segundo lugar mostrar que se dice alguna falsedad, en tercero conducir a la paradoja, en cuarto lugar hacer hablar incorrectamente (…y) por último, hacer decir varias veces lo mismo.” En resumen, el sofista de hoy, como el de antaño, sigue dedicándose a mentir, enredar e inquietar al público, bien por gusto, por dinero o por ansia de notoriedad y poder, manejando el discurso de una forma canallesca y granuja con el objeto de ganarse la consideración favorable de una opinión pública que quisiera totalmente desarmada.

Traigo aquí estas citas clásicas para mostrar que en lo tocante al engaño a mansalva poco ha cambiado desde hace dos milenios, excepto que se ha amplificado su poder. Y para demostrarlo pondré un ejemplo patrio en el que se mezclan, a partes iguales, el esperpento y lo grotesco: el del señor Rajoy.

D. Mariano Rajoy Brey es el máximo representante del PP y aspirante a convertirse en Presidente del Gobierno de España. Además, es un ciudadano que cobra 9.000 euros mensuales del erario público por dedicarse a sus labores políticas. Debería suponérsele, por tanto, un mínimo de coherencia en sus planteamientos, así como la obligación de saber de qué habla en cada momento. Veamos si ambas presunciones son ciertas.

Empecemos por la crisis económica. Un estadista que se precie debe tener las ideas claras sobre sus causas y remedios. Comprobemos de qué sustancia están hechos los argumentos de Rajoy al respecto. El mantra del señor Rajoy para sacarnos de la crisis es perdonarles impuestos a los que más tienen, lo que sin duda está relacionado con su presunción, falsa de todo punto, de que la crisis es un asunto puramente español. Esta visto que no le importan las consecuencias de tales rebajas impositivas en los demás que, por cierto, son la inmensa mayoría de los ciudadanos. Condonar impuestos a los más pudientes es volver a la ley de la jungla, a que el fuerte pisotee al débil, a que la promoción social se congele, a que el ciudadano en situación de necesidad caiga en la marginación social, a que la explotación se incremente y, con ella, que el trabajador quede preso del miedo y sumiso a las condiciones unilaterales del empleador. Además, rebajar impuestos significa poner en peligro de muerte servicios públicos básicos como la sanidad, la educación, las pensiones y el seguro de desempleo, pilares del Estado social que consagra nuestra Constitución. Por ello, al ser preguntado por una presunción tan torpe, el señor Rajoy se pone nervioso, balbucea, es incapaz de calcular siquiera la cuantía de lo que se dejaría de recaudar de aplicarse las rebajas que propone y, cuando se le avanza la cifra estimada, dice que él no está para menudencias propias de tesorero de comunidad de vecinos. Para llegar a tanto juicio desnortado, incurre Rajoy en varios enredos dialécticos a la vez: el silogismo incompleto o defectuoso, el tomar por causa lo que no es y el suponer como consecuencia lo que no viene al caso. Vergonzoso.

Continuemos con las pensiones. El señor Rajoy formó parte de un Gobierno, el de la primera legislatura del PP, que ya redujo las pensiones en 1997 por la vía del aumento del tiempo de cálculo para determinar su cuantía, que pasó de 8 a 15 años. Hoy, en cambio, olvidando este precedente incómodo, afirma que está en contra de una nueva reducción de las pensiones, eso sí, más brutal que la que avaló entonces siendo Ministro de Educación y Cultura. ¿En qué quedamos señor Rajoy, bajamos las pensiones pero estamos en contra de que otros también lo hagan? ¿Qué modo de razonar es este que consiste en que si otros hacen lo que yo haría han de ser linchados, mientras que si yo hago lo que otros harían debo ser elogiado? En el caso de las pensiones, el señor Rajoy nos quiere llevar al error previa administración general de dos embrollos dialécticos: la acusación a partir de errores propios y la omisión deliberada.

Sigamos porque no queda aquí el asunto. En el año 2007, afirmaba Rajoy que Irlanda, el “tigre celta”, crecía mucho más que la media de la UE y que lo hacía de manera sana. Ponía Rajoy a Irlanda como ejemplo de las bondades del neoliberalismo (impuestos de risa para las empresas y el capital, especulación inmobiliaria aún más feroz que la española y “financiarización” de la economía a niveles extremos), para desprestigiar el intervencionismo estatal sobre la economía. Sólo tres años después, en el 2010, el “tigre celta” de Rajoy, convertido ya en gato escaldado, estaba en bancarrota y era intervenido por el FMI y por la UE con el dinero de los impuestos de los ciudadanos. El tigrecillo irlandés de Rajoy nos va a costar a los españoles 7.000 millones de euros en avales, en lo que es una intervención pública como la cúpula del Escorial sobre una economía enferma. Aún no hemos oído que el señor Rajoy se disculpara o que nos dijera que estaba equivocado y que ha cambiado de opinión sobre Irlanda, el neoliberalismo, el intervencionismo público sobre la economía o los tigres y demás felinos. Lo que sí sabemos es que continúa afiliado al PP y aspira a ser presidente de gobierno. En el asunto de Irlanda, Rajoy comete el engaño de tomar como ejemplo lo que no vienen al caso y, una vez manifiesto el error estrepitoso de la elección, omitir deliberadamente toda alusión al ejemplo.

Concluyamos con un último testimonio. En el año 2007, sostenía Rajoy que el Reino Unido, cuna del neoliberalismo al que tanto aprecio le dispensa, tiraba de Europa con gran brío, mucho más que las anquilosadas Francia y Alemania, ejemplos de economías en las que el Estado pesa, según su particular criterio, más de la cuenta. Tres años después, su querido Reino Unido, de la mano de sus camaradas conservadores y liberales, sufría el mayor recorte del Estado del Bienestar desde la Segunda Guerra Mundial (reducción de todas las prestaciones sociales, subida de las tasas universitarias, menos gasto educativo, supresión de 500.000 empleos públicos, etc.) Rajoy no reaccionó ante la paradoja que consiste en celebrar una cosa y su contraria. Para él, el Reino Unido era un ejemplo de buen funcionamiento económico antes de los recortes brutales, de donde se deduce que no los necesitaba y, a la vez, los recortes sociales que destruyen el Estado del Bienestar son admirables aunque se lleven por delante a la mayoría de los británicos. Por ello, en octubre de 2010 pudo decir sin sonrojarse que “el plan de Cameron da confianza: yo haría lo mismo en España.” Todavía no tenemos noticia de que el señor Rajoy haya pedido perdón por sostener a la vez que lo bueno es malo y que lo adecuado es igual que lo inconveniente. Incongruencias al margen, estamos seguros de que el señor Rajoy, si llega al gobierno, sacrificará totalmente a los españoles en el altar de los mercados. Recordemos una vez más sus palabras que pueden convertirse en proféticas si nada lo remedia: “yo haría lo mismo en España” que el señor Cameron. La celada del señor Rajoy a propósito de Gran Bretaña es igual que la cometida con Irlanda: aportar ejemplos que no vienen al caso y omitir deliberadamente el error después.

Si la coherencia del señor Rajoy en materia económica es tan precaria, sorprendente sería que despuntase en otros temas. Comprobémoslo también.

Preguntado por la continuidad del matrimonio homosexual allá por 2008, cuando las encuestas no le eran tan favorables, afirmó no saber lo que haría en el caso de ser Presidente del Gobierno. La misma pregunta formulada dos años después, con encuestas mucho más propicias, desencadenó en su cerebro una respuesta completamente distinta: “lo suprimiré”. Tal actitud por parte de Rajoy es un modelo claro de una de las marañas dialécticas más socorridas: ocultar lo que no conviene para amplificarlo cuando convenga. Este ejemplo, por minúsculo que parezca, pone de manifiesto a qué juega el señor Rajoy y, en general, todo el PP: oculta sus intenciones al respetable cuando cree que le harán perder votos, porque lo que desea es, por encima de lo demás, llegar al poder para ejecutar un programa que no tiene agallas de presentar previamente ante el tribunal de la opinión pública. El hecho de que los posibles gobernantes escondan su opinión para imponerla después es, en un sistema democrático, un insulto a la confianza de los ciudadanos y una traición a un sistema que se basa, no lo olvidemos, en la opinión libremente expuesta y sujeta a la critica general. No hay democracia si se hurtan los debates, se esconden los programas y se silencian las discrepancias. Del mismo modo que en el Derecho Penal el encubrimiento es un delito y, en consecuencia, merece un castigo, en política la acción de escamotear deliberadamente asuntos de interés general con fines ilegítimos debería acarrear una sanción, además de la censura de la opinión pública. 

Hay un asunto en el que afloran con la mayor transparencia los vicios sofistas del señor Rajoy: la corrupción que atenaza al PP. El espectáculo es seguro cuando se le interpela sobre este asunto. Después de haber sido preguntado decenas de veces sobre el particular, el señor Rajoy aún no ha sabido explicar si conoce o no a Correa (el de las 25 fincas, los 22 coches, las 30 casas, los 18 garajes y los dos barcos). Tampoco ha explicado por qué no puso una denuncia ante la Fiscalía Anticorrupción contra toda la maraña de sinvergüenzas que, según él, se aprovecharon durante años del “buen nombre del PP” para saquear el presupuesto público (la trama Gürtel supuso el robo, al menos, de 120 millones de euros de los impuestos de los trabajadores). Además, no ofreció explicaciones por haber llevado a Génova, en calidad de tesorero nacional del partido, al señor Bárcenas, acusado por la policía de haber cobrado casi un millón y medio de euros en sobornos, además de 300.000 euros anuales de sueldo con cargo al presupuesto público. Y en el caso de las responsabilidades políticas de los imputados por casos de corrupción, los juicios y pareceres  de Rajoy han pasado por todos los puntos de la rosa de los vientos, dependiendo de si el día de la  interpelación era nublado o no, dando respuestas para todos los gustos: que los imputados deben dimitir, que no deben hacerlo hasta no ser condenados en firme, que unos sí y otros no, y que él no es quien para decir nada sobre este asunto porque desconoce cuántos imputados hay, cómo se llaman y a qué se dedican. El ramillete de traspiés cometidos por Rajoy sobre este particular es singularmente florido: aquí se mezclan las medias mentiras, las omisiones deliberadas y la conversión de lo cierto en imposible. Capítulo aparte merecerían los meandros de su pensamiento en lo relativo al 11-M. Pero créanme, ya estoy cansado de escribir sobre tanta fullería. Es fuerza que repose, especialmente porque estimo acreditado lo que pretendía demostrar.

Al señor Rajoy le molesta sobremanera que le recuerden sus contestaciones. No es de extrañar. A cualquiera que se comportase como él le pasaría lo mismo. Por eso una vez dijo, en frase perenne que pasará a la historia: “mire, las cosas no se pueden hacer así. Ir viendo lo que dice uno, lo que dice otro ...” Efectivamente señor Rajoy. Qué más quisiera usted que nadie le viera ni le oyera, para no hacerle pasar la vergüenza de escucharse. Pero, por suerte, las declaraciones del señor Rajoy quedan archivadas y se le podrán recordar siempre que sea menester. Ahora se entiende mejor el afán que tiene este señor de que los ciudadanos seamos olvidadizos, singularmente de aquello que le resulta embarazoso.

Todos estos atropellos contra el sentido común y el buen razonar acontecen cuando el señor Rajoy se digna contestar a las preguntas que se le hacen, porque lo habitual en él es callar o salirse por la tangente cuando la cuestión le incomoda o no tiene respuestas plausibles que presentar ante una audiencia estupefacta. La condición natural del señor Rajoy es practicar el tancredismo político, que consiste en no moverse, en no hablar, en no pronunciarse, en pasar desapercibido, en decir “esto no va conmigo”, mientras se fuma un puro, silba o mira hacia el tendido, no vaya a ser que el miura de la política le enfile desde la salida de toriles.

D. Mariano Rajoy, el hombre que confundió el tiempo con el clima, el que afirmó que no entendía ni su propia letra, el que dice que no se entera de lo que pasa cuando lo que pasa no le conviene, el que se trabuca al hablar cuando el tema le disgusta, el de las brillantes metáforas y el que nos abruma con una sarta de mojigangas para explicarnos lo inexplicable. Sin duda, un gran líder para un gran país, si atendemos a la opinión de sus admiradores.

Lo extraordinario del caso es que, aparentemente, haya tantos dispuestos a confiar en la palabra de un señor que tiene por divisa tomarle el pelo a todos los que se le ponen por delante.

Terminemos donde empezamos. No necesitamos a Aristóteles para interpretar a Rajoy. Exactamente ocurre lo contrario: tras escuchar a Rajoy tenemos que leer a Aristóteles para preservar el equilibrio y la salud de nuestra mente.

NB: en Azuqueca de Henares contamos con una copia diminuta del señor Rajoy, en calidad de Portavoz del Grupo Popular.

Emilio Alvarado Pérez, Primer Teniente de Alcalde, Concejal de Cultura y otros Servicios y candidato a la Alcaldía de Azuqueca de Henares

sábado, 5 de febrero de 2011

Moral y política

Un planeta, una humanidad

Allá por los años ochenta del pasado siglo, la izquierda europea (la española no es una excepción) abandonó irresponsablemente a la derecha la definición de la moral y de la comunidad política. En cierto modo lo hizo pensando, equivocadamente, que el de la moral es un terreno donde sólo fructifica la carcunda, y que las cuestiones relacionadas con la comunidad política trascienden a religiosidad. Vamos, que supuso que en esas aguas no iba a pescar nada bueno, equivocándose completamente.

El error cometido por la izquierda fue mayúsculo y lo estamos pagando muy caro. Abandonadas a su suerte, la moral y la comunidad política acabaron siendo definidas por la derecha, lo que implicó que los valores y los principios generales de la sociedad quedaran sometidos, en régimen de monopolio, a un ideario conservador. La izquierda pensó que hablar de moral era anticuado y burgués, cuando lo burgués era permitir que los curas definieran la moral. En otras palabras, la izquierda, por un prurito de purismo, dejó que las conciencias fuesen moldeadas por la derecha.

Aunque con un sentido políticamente distinto, esto que pasó en Europa ocurrió antes en los EEUU, cuando se produjo el desmoronamiento del New Deal. Tal hecho explicaría algo que a simple vista resulta incomprensible: la fuerza y el grado de penetración que tienen en aquel país las ideas de derechas y cómo el sentido común (al modo en que lo entendía Gramsci) de los norteamericanos es tan retrógrado. El éxito de Roosevelt consistió en unir bajo un todo coherente la definición de una comunidad nacional, unos ideales morales y una política económica intervencionista de regulación del capitalismo para salvarlo de sus propios excesos. Dicho de otro modo, Roosevelt jugó en todos los terrenos y ganó todos los partidos, ayudado por el esfuerzo bélico de la Segunda Guerra Mundial. Cuando sus herederos ideológicos comenzaron a abandonar voluntariamente esos frentes, comenzaron a perder batallas decisivas.

La izquierda hace bien en denunciar que en cuestiones culturales el conservadurismo disfruta de una hegemonía muy cómoda, reforzada sin duda por el control que ejercen las grandes corporaciones sobre los medios de comunicación. Pero se queda corta si su discurso se dedica a la mera denuncia de un orden de cosas tan parcial. La izquierda no debe oponerse a la avalancha cultural de la derecha con un discurso que sólo hable de cómo repartir mejor los incrementos del PIB si es que se producen. Este modo de abordar la controversia política con la derecha lleva anticipada la derrota por muchas razones. Para empezar, porque si sólo se habla de cómo repartir mejor el excedente dejamos de pensar sobre lo más importante: cómo producir y para qué, que es el meollo de cualquier sistema económico, especialmente si está en cuestión. Pero, además, el discurso sobre el reparto es sólo una trinchera, una línea de resistencia, no emociona y no lleva a defender lo más importante: una concepción del mundo alternativa a la actual.

Es necesario que la izquierda se plantee en serio definir qué entiende por comunidad política así como hablar de moral y de valores, presentando batalla a una derecha a la que nunca se le debió dejar ningún espacio vacío. Y lo debe hacer sin complejos, con convicción, porque puede ofrecer propuestas sobre lo que son la comunidad y los buenos valores infinitamente mejores que la derecha, especialmente ahora que las contradicciones y las limitaciones de la derecha son tan evidentes.

Emilio Alvarado Pérez, Primer Teniente de Alcalde, Concejal de Cultura y otros Servicios y candidato a la Alcaldía de Azuqueca de Henares