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Sin historia, la sociedad es incomprensible. La Ciudad de George Grosz |
Uno de los rasgos de nuestro tiempo es el adanismo, que es una suerte de prejuicio, muy extendido socialmente, que consiste en presumir que cada día que vivimos es el primero de la historia de la humanidad. Este sentimiento no es el fruto de una superioridad histórica felizmente lograda, ni la prueba de que la conciencia humana hubiera alcanzado el saber absoluto, o de que la conciencia individual encontrara su identidad con la vida del todo. Bien al contrario, la creencia jactanciosa de que cada jornada alumbra un mundo nuevo es el resultado de la confusión que producen el continuo avance tecnológico y nuestra ignorancia olímpica del pasado.
De una parte, presenciamos a diario novedades tecnológicas ante las que tenemos que adaptarnos y que nos dan una falsa imagen de primicia, de vivir permanentemente un tiempo nuevo que anula un pasado que se nos antoja caduco e inservible. Y, de otra, embaucados por falacias interesadas, dejamos de leer a los clásicos, despreciamos el estudio riguroso de la historia, rechazamos el pensamiento y la reflexión propios de las humanidades, postergamos la filosofía y las explicaciones generales y completas. En suma, echamos por la borda una forma de saber social que fue muy importante hasta que algunos irresponsables decretaron su intrascendencia.
La combinación entre un saber tecnológico que no cesa y el rechazo del conocimiento del pasado no nos hace mejores, sino que nos convierte, por principio, en ignorantes e irresponsables. Además, la alianza entre el frenesí de la técnica y el olvido de lo que ocurrió nos deja indefensos ante los manipuladores profesionales de la historia, que tanto abundan últimamente en tertulias y televisiones digitales, empeñados en que nos falten las referencias que nos permitan interpretarnos correctamente y, por extensión, que nos habiliten para construir explicaciones racionales del devenir social.
Al no reconocer ninguna herencia intelectual o histórica suponemos ingenuamente que podemos hacer lo que nos venga en gana o, peor aún, que no debemos hacer nada ante las calamidades y los desafíos sociales porque carecemos de la perspectiva necesaria para calibrar nuestros actos y los ajenos. Creemos no estar sujetos a un pasado que otros han decidido que ignoremos, y suponemos también que no nos afecta la responsabilidad de nuestros actos que tendrán repercusión en un futuro impredecible sobre el que no podemos proyectar experiencias anteriores que otros desterraron, muy astutamente, de nuestra memoria.
Esta sensación ficticia de independencia nos lleva a sentimos importantes y, lo que es más grave, felizmente superiores porque creemos hallar a cada paso una teoría fragmentaria o una explicación novedosa que, a poco que cultiváramos la memoria, descubriríamos que no es ni nueva ni útil.
Por mucho que queramos engañarnos y por más que la tecnología parezca arroparnos, esta situación de desnudez es desazonadora. El hombre actual, sin lazos con su época y desorientado con respecto al lugar que ocupa en el tiempo histórico que le ha tocado en suerte, busca su sentido personal y social dando un valor inmerecido a proyecciones falsas: el consumismo, el entretenimiento banal, el mito de la eterna juventud, etc. Y si con esto no bastara, en tiempos de tribulaciones, el hombre desorientado se aferra a trascendentalismos arcaicos como la religión, el nacionalismo, el tribalismo o cualquier otro aglutinante grupal del que extraer, muy equivocadamente, las referencias sociales que le faltan.
No lo olvidemos nunca: el pasado es un campo de debate político y quienes desde las cavernas pretenden escamotearlo siguen móviles políticos tan burdos como peligrosos. Suponer, erradamente, que cada día que amanece es la aurora de la humanidad conduce a impedir que la humanidad pueda inaugurar, alguna vez y de verdad, un nueva aurora.
Con este equipaje de cartón vamos viajando en una huida sin rumbo que probablemente desemboque, a no mucho tardar, en un fracaso colectivo absoluto.
Emilio Alvarado Pérez, Primer Teniente de Alcalde, Concejal de Cultura y otros Servicios y candidato de IU a la Alcaldía de Azuqueca de Henares