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Mariano Rajoy en su escaño del Congreso de los Diputados |
Poco ha progresado el arte del engaño desde que Aristóteles escribiera el Libro II de la Retórica, en el que nos advertía de los quiebros sofistas. Efectivamente, en la actualidad siguen perennes y muy vigorosas todas las formas de embaucamiento y charlatanería que denunciara Aristóteles, especialmente en el ámbito del discurso político.
La lista que ofrece Aristóteles de las marañas dialécticas goza de buena salud. Menciona en su obra, al menos, diez ardides miserables con los que engatusar al crédulo y enredar a personas de buena fe, a saber: las insinuaciones torpes, las acusaciones a partir de los errores propios, las medias mentiras, los silogismos incompletos, las exageraciones sin cuento, el tomar por causa lo que no es tal y el presentar como consecuencia lo que tampoco es, la omisión deliberada del cuándo y del cómo, el transformar lo improbable en seguro y lo cierto en imposible, el traer como ejemplo lo que no viene al caso y, finalmente, la amplificación de lo que conviene y el demérito de lo que no.
Todos estos ardides son usados por los nuevos sofistas de la política con total prodigalidad. Porque, como ya dijo Aristóteles en sus Refutaciones Sofísticas, éstos “se proponen ante todo parecer que refutan, en segundo lugar mostrar que se dice alguna falsedad, en tercero conducir a la paradoja, en cuarto lugar hacer hablar incorrectamente (…y) por último, hacer decir varias veces lo mismo.” En resumen, el sofista de hoy, como el de antaño, sigue dedicándose a mentir, enredar e inquietar al público, bien por gusto, por dinero o por ansia de notoriedad y poder, manejando el discurso de una forma canallesca y granuja con el objeto de ganarse la consideración favorable de una opinión pública que quisiera totalmente desarmada.
Traigo aquí estas citas clásicas para mostrar que en lo tocante al engaño a mansalva poco ha cambiado desde hace dos milenios, excepto que se ha amplificado su poder. Y para demostrarlo pondré un ejemplo patrio en el que se mezclan, a partes iguales, el esperpento y lo grotesco: el del señor Rajoy.
D. Mariano Rajoy Brey es el máximo representante del PP y aspirante a convertirse en Presidente del Gobierno de España. Además, es un ciudadano que cobra 9.000 euros mensuales del erario público por dedicarse a sus labores políticas. Debería suponérsele, por tanto, un mínimo de coherencia en sus planteamientos, así como la obligación de saber de qué habla en cada momento. Veamos si ambas presunciones son ciertas.
Empecemos por la crisis económica. Un estadista que se precie debe tener las ideas claras sobre sus causas y remedios. Comprobemos de qué sustancia están hechos los argumentos de Rajoy al respecto. El mantra del señor Rajoy para sacarnos de la crisis es perdonarles impuestos a los que más tienen, lo que sin duda está relacionado con su presunción, falsa de todo punto, de que la crisis es un asunto puramente español. Esta visto que no le importan las consecuencias de tales rebajas impositivas en los demás que, por cierto, son la inmensa mayoría de los ciudadanos. Condonar impuestos a los más pudientes es volver a la ley de la jungla, a que el fuerte pisotee al débil, a que la promoción social se congele, a que el ciudadano en situación de necesidad caiga en la marginación social, a que la explotación se incremente y, con ella, que el trabajador quede preso del miedo y sumiso a las condiciones unilaterales del empleador. Además, rebajar impuestos significa poner en peligro de muerte servicios públicos básicos como la sanidad, la educación, las pensiones y el seguro de desempleo, pilares del Estado social que consagra nuestra Constitución. Por ello, al ser preguntado por una presunción tan torpe, el señor Rajoy se pone nervioso, balbucea, es incapaz de calcular siquiera la cuantía de lo que se dejaría de recaudar de aplicarse las rebajas que propone y, cuando se le avanza la cifra estimada, dice que él no está para menudencias propias de tesorero de comunidad de vecinos. Para llegar a tanto juicio desnortado, incurre Rajoy en varios enredos dialécticos a la vez: el silogismo incompleto o defectuoso, el tomar por causa lo que no es y el suponer como consecuencia lo que no viene al caso. Vergonzoso.
Continuemos con las pensiones. El señor Rajoy formó parte de un Gobierno, el de la primera legislatura del PP, que ya redujo las pensiones en 1997 por la vía del aumento del tiempo de cálculo para determinar su cuantía, que pasó de 8 a 15 años. Hoy, en cambio, olvidando este precedente incómodo, afirma que está en contra de una nueva reducción de las pensiones, eso sí, más brutal que la que avaló entonces siendo Ministro de Educación y Cultura. ¿En qué quedamos señor Rajoy, bajamos las pensiones pero estamos en contra de que otros también lo hagan? ¿Qué modo de razonar es este que consiste en que si otros hacen lo que yo haría han de ser linchados, mientras que si yo hago lo que otros harían debo ser elogiado? En el caso de las pensiones, el señor Rajoy nos quiere llevar al error previa administración general de dos embrollos dialécticos: la acusación a partir de errores propios y la omisión deliberada.
Sigamos porque no queda aquí el asunto. En el año 2007, afirmaba Rajoy que Irlanda, el “tigre celta”, crecía mucho más que la media de la UE y que lo hacía de manera sana. Ponía Rajoy a Irlanda como ejemplo de las bondades del neoliberalismo (impuestos de risa para las empresas y el capital, especulación inmobiliaria aún más feroz que la española y “financiarización” de la economía a niveles extremos), para desprestigiar el intervencionismo estatal sobre la economía. Sólo tres años después, en el 2010, el “tigre celta” de Rajoy, convertido ya en gato escaldado, estaba en bancarrota y era intervenido por el FMI y por la UE con el dinero de los impuestos de los ciudadanos. El tigrecillo irlandés de Rajoy nos va a costar a los españoles 7.000 millones de euros en avales, en lo que es una intervención pública como la cúpula del Escorial sobre una economía enferma. Aún no hemos oído que el señor Rajoy se disculpara o que nos dijera que estaba equivocado y que ha cambiado de opinión sobre Irlanda, el neoliberalismo, el intervencionismo público sobre la economía o los tigres y demás felinos. Lo que sí sabemos es que continúa afiliado al PP y aspira a ser presidente de gobierno. En el asunto de Irlanda, Rajoy comete el engaño de tomar como ejemplo lo que no vienen al caso y, una vez manifiesto el error estrepitoso de la elección, omitir deliberadamente toda alusión al ejemplo.
Concluyamos con un último testimonio. En el año 2007, sostenía Rajoy que el Reino Unido, cuna del neoliberalismo al que tanto aprecio le dispensa, tiraba de Europa con gran brío, mucho más que las anquilosadas Francia y Alemania, ejemplos de economías en las que el Estado pesa, según su particular criterio, más de la cuenta. Tres años después, su querido Reino Unido, de la mano de sus camaradas conservadores y liberales, sufría el mayor recorte del Estado del Bienestar desde la Segunda Guerra Mundial (reducción de todas las prestaciones sociales, subida de las tasas universitarias, menos gasto educativo, supresión de 500.000 empleos públicos, etc.) Rajoy no reaccionó ante la paradoja que consiste en celebrar una cosa y su contraria. Para él, el Reino Unido era un ejemplo de buen funcionamiento económico antes de los recortes brutales, de donde se deduce que no los necesitaba y, a la vez, los recortes sociales que destruyen el Estado del Bienestar son admirables aunque se lleven por delante a la mayoría de los británicos. Por ello, en octubre de 2010 pudo decir sin sonrojarse que “el plan de Cameron da confianza: yo haría lo mismo en España.” Todavía no tenemos noticia de que el señor Rajoy haya pedido perdón por sostener a la vez que lo bueno es malo y que lo adecuado es igual que lo inconveniente. Incongruencias al margen, estamos seguros de que el señor Rajoy, si llega al gobierno, sacrificará totalmente a los españoles en el altar de los mercados. Recordemos una vez más sus palabras que pueden convertirse en proféticas si nada lo remedia: “yo haría lo mismo en España” que el señor Cameron. La celada del señor Rajoy a propósito de Gran Bretaña es igual que la cometida con Irlanda: aportar ejemplos que no vienen al caso y omitir deliberadamente el error después.
Si la coherencia del señor Rajoy en materia económica es tan precaria, sorprendente sería que despuntase en otros temas. Comprobémoslo también.
Preguntado por la continuidad del matrimonio homosexual allá por 2008, cuando las encuestas no le eran tan favorables, afirmó no saber lo que haría en el caso de ser Presidente del Gobierno. La misma pregunta formulada dos años después, con encuestas mucho más propicias, desencadenó en su cerebro una respuesta completamente distinta: “lo suprimiré”. Tal actitud por parte de Rajoy es un modelo claro de una de las marañas dialécticas más socorridas: ocultar lo que no conviene para amplificarlo cuando convenga. Este ejemplo, por minúsculo que parezca, pone de manifiesto a qué juega el señor Rajoy y, en general, todo el PP: oculta sus intenciones al respetable cuando cree que le harán perder votos, porque lo que desea es, por encima de lo demás, llegar al poder para ejecutar un programa que no tiene agallas de presentar previamente ante el tribunal de la opinión pública. El hecho de que los posibles gobernantes escondan su opinión para imponerla después es, en un sistema democrático, un insulto a la confianza de los ciudadanos y una traición a un sistema que se basa, no lo olvidemos, en la opinión libremente expuesta y sujeta a la critica general. No hay democracia si se hurtan los debates, se esconden los programas y se silencian las discrepancias. Del mismo modo que en el Derecho Penal el encubrimiento es un delito y, en consecuencia, merece un castigo, en política la acción de escamotear deliberadamente asuntos de interés general con fines ilegítimos debería acarrear una sanción, además de la censura de la opinión pública.
Hay un asunto en el que afloran con la mayor transparencia los vicios sofistas del señor Rajoy: la corrupción que atenaza al PP. El espectáculo es seguro cuando se le interpela sobre este asunto. Después de haber sido preguntado decenas de veces sobre el particular, el señor Rajoy aún no ha sabido explicar si conoce o no a Correa (el de las 25 fincas, los 22 coches, las 30 casas, los 18 garajes y los dos barcos). Tampoco ha explicado por qué no puso una denuncia ante la Fiscalía Anticorrupción contra toda la maraña de sinvergüenzas que, según él, se aprovecharon durante años del “buen nombre del PP” para saquear el presupuesto público (la trama Gürtel supuso el robo, al menos, de 120 millones de euros de los impuestos de los trabajadores). Además, no ofreció explicaciones por haber llevado a Génova, en calidad de tesorero nacional del partido, al señor Bárcenas, acusado por la policía de haber cobrado casi un millón y medio de euros en sobornos, además de 300.000 euros anuales de sueldo con cargo al presupuesto público. Y en el caso de las responsabilidades políticas de los imputados por casos de corrupción, los juicios y pareceres de Rajoy han pasado por todos los puntos de la rosa de los vientos, dependiendo de si el día de la interpelación era nublado o no, dando respuestas para todos los gustos: que los imputados deben dimitir, que no deben hacerlo hasta no ser condenados en firme, que unos sí y otros no, y que él no es quien para decir nada sobre este asunto porque desconoce cuántos imputados hay, cómo se llaman y a qué se dedican. El ramillete de traspiés cometidos por Rajoy sobre este particular es singularmente florido: aquí se mezclan las medias mentiras, las omisiones deliberadas y la conversión de lo cierto en imposible. Capítulo aparte merecerían los meandros de su pensamiento en lo relativo al 11-M. Pero créanme, ya estoy cansado de escribir sobre tanta fullería. Es fuerza que repose, especialmente porque estimo acreditado lo que pretendía demostrar.
Al señor Rajoy le molesta sobremanera que le recuerden sus contestaciones. No es de extrañar. A cualquiera que se comportase como él le pasaría lo mismo. Por eso una vez dijo, en frase perenne que pasará a la historia: “mire, las cosas no se pueden hacer así. Ir viendo lo que dice uno, lo que dice otro ...” Efectivamente señor Rajoy. Qué más quisiera usted que nadie le viera ni le oyera, para no hacerle pasar la vergüenza de escucharse. Pero, por suerte, las declaraciones del señor Rajoy quedan archivadas y se le podrán recordar siempre que sea menester. Ahora se entiende mejor el afán que tiene este señor de que los ciudadanos seamos olvidadizos, singularmente de aquello que le resulta embarazoso.
Todos estos atropellos contra el sentido común y el buen razonar acontecen cuando el señor Rajoy se digna contestar a las preguntas que se le hacen, porque lo habitual en él es callar o salirse por la tangente cuando la cuestión le incomoda o no tiene respuestas plausibles que presentar ante una audiencia estupefacta. La condición natural del señor Rajoy es practicar el tancredismo político, que consiste en no moverse, en no hablar, en no pronunciarse, en pasar desapercibido, en decir “esto no va conmigo”, mientras se fuma un puro, silba o mira hacia el tendido, no vaya a ser que el miura de la política le enfile desde la salida de toriles.
D. Mariano Rajoy, el hombre que confundió el tiempo con el clima, el que afirmó que no entendía ni su propia letra, el que dice que no se entera de lo que pasa cuando lo que pasa no le conviene, el que se trabuca al hablar cuando el tema le disgusta, el de las brillantes metáforas y el que nos abruma con una sarta de mojigangas para explicarnos lo inexplicable. Sin duda, un gran líder para un gran país, si atendemos a la opinión de sus admiradores.
Lo extraordinario del caso es que, aparentemente, haya tantos dispuestos a confiar en la palabra de un señor que tiene por divisa tomarle el pelo a todos los que se le ponen por delante.
Terminemos donde empezamos. No necesitamos a Aristóteles para interpretar a Rajoy. Exactamente ocurre lo contrario: tras escuchar a Rajoy tenemos que leer a Aristóteles para preservar el equilibrio y la salud de nuestra mente.
NB: en Azuqueca de Henares contamos con una copia diminuta del señor Rajoy, en calidad de Portavoz del Grupo Popular.
Emilio Alvarado Pérez, Primer Teniente de Alcalde, Concejal de Cultura y otros Servicios y candidato a la Alcaldía de Azuqueca de Henares