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Maestra y discípulo: Ayn Rand, la filósofa ultraliberal, y Greenspan, el Presidente de la Reserva Federal que más tiempo miró hacia otro lado |
He escuchado decir demasiadas veces que la crisis económica era impredecible, que nadie estaba en condiciones racionales de preverla y que, por tanto, sus consecuencias deben ser asumidas responsablemente por todos. Algo así como si la crisis hubiera sido un rayo caprichoso enviado a los mortales por una deidad contrariada. De todas las mentiras posibles sobre la crisis, esta es una de las más burdas. En alguna otra ocasión ya he explicado qué grado de responsabilidad recae en los especuladores, los villanos de la historia, y en los economistas oficiales, los inductores intelectuales del delito. Pero me faltaba hablar de aquellos políticos que fueron cooperadores necesarios de una calamidad social sin precedentes desde 1929.
Para hacer más clara mi exposición la compararé con un episodio de la vida cotidiana y la dividiré en seis apartados. Espero que de su lectura se deduzca con la mayor nitidez que desde hace casi treinta años algunos políticos han venido tomando voluntariamente decisiones que permitieron la crisis. Si esos políticos hubieran decidido otra cosa, hoy no estaríamos hablando de estas cuestiones y este artículo no tendría sentido. Pero, desgraciadamente, los acontecimientos discurrieron de otro modo porque la voluntad de algunos así lo quiso.
I. Políticos de derechas legalizaron que el tráfico invadiera el carril contrario en algunas ocasiones
En 1979, el gobierno conservador de Margaret Thatcher abolió los controles de cambio. Con esta decisión se impulsó enormemente la movilidad del capital a través de las fronteras (globalización de las finanzas) y se abrió la puerta a la especulación con divisas a gran escala.
Esta medida formó parte de un paquete más amplio denominado monetarismo puro, que también se aplicó por los republicanos en los EEUU, consistente en a) redistribuir los ingresos hacia el capital, b) privatizar la propiedad y los servicios públicos, c) disminuir el gasto en servicios sociales, d) aumentar artificialmente el desempleo a través de una política monetaria dura de elevación de los tipos de interés y e) intentar destruir a los sindicatos de clase para reducir los salarios y la capacidad de organización de la clase obrera. En el caso de los EEUU, la peculiaridad de su política económica consistió, junto con la aplicación de las anteriores medidas, en aumentar el gasto militar de manera brutal, lo que llevó a su economía a incrementar astronómicamente el déficit federal y los déficit comercial y por cuenta corriente.
El efecto social de la aplicación de estas medidas pronto fue evidente: tanto en Gran Bretaña como en EEUU se abrió paso una sociedad más desigual, individualista, violenta, insegura, temerosa del futuro y con mayores niveles de pobreza y exclusión. Una sociedad con peores escuelas y mejores cárceles, con más pobres y más ricos, con menos justicia y con más venganza, con menos valores y con más potencial destructivo, más inestable y sin porvenir.
Esta nueva corriente política (podemos llamarla neoliberalismo, nueva derecha o neoconservadurismo) pronto gobernó en otros países (Nueva Zelanda, por ejemplo) e impregnó el pensamiento de una gran parte de la derecha y de la socialdemocracia europea.
II. Políticos de derechas legalizaron que el tráfico por el carril contrario se convirtiera en total
En 1989 se impuso en occidente el Consenso de Washington, que no es más que un ideario político que tenían que compartir oficialmente (ya lo hacían oficiosamente) los organismos económicos internacionales con sede en Washington (Banco Mundial y FMI) al que se unían las instituciones económicas norteamericanas más importantes, el entonces G7 y los bancos internacionales más poderosos. Entre sus principios más señalados estaban el desmantelamiento de los controles de capital, la sustitución de los tipos de cambios fijos por tipos de cambio flotantes y la liberalización de los tipos de interés. Con todas estas medidas se pretendía que el movimiento mundial de capitales fuese totalmente libre. El Consenso de Washington daba el visto bueno a las deslocalizaciones empresariales y a que el capital se convirtiera en el único factor de producción globalizado y libre de regulaciones.
III. La derecha y la socialdemocracia legalizaron que el tráfico por el carril contrario se convirtiera en permanente e irreversible
En junio de 1989 se aprobó la primera fase de la Unión Económica y Monetaria. El gobierno alemán, en connivencia con la banca alemana, aceptó sustituir el marco por el euro a condición de que el futuro Banco Central Europeo (BCE) tuviera como objetivo la lucha contra la inflación en vez de la lucha contra el paro, así como que todos los Estados de las moneda única no incurrieran en un déficit superior al 3% del PIB y que el BCE, a diferencia de la Reserva Federal, no pudiera comprar deuda pública a los Estados. Estas tres medidas suponían: a) la imposición de una política económica para todos los Estados miembros con la consiguiente quiebra de su capacidad soberana y democrática de decisión sobre sus economías, muy especialmente en lo relativo al gasto público; b) que el Banco Central Europeo fuese un trasunto del Banco Central Alemán; y c) que los Estados que incurrieran en déficit quedasen sujetos a la tiranía de los mercados y que esos mercados pudieran castigarles especulando con su deuda soberana.
IV. Demócratas y republicanos aceptaron que a los coches se les quitaran los frenos y que aparecieran nuevos automóviles más veloces y peligrosos
En 1994 la administración Clinton decidió no regular las permutas de riesgo crediticio: los letales CDS o préstamos subprime. Estos nuevos instrumentos financieros pertenecientes a la familia de los derivados contenían en sí un riesgo enorme de desestabilización de las finanzas mundiales y, a pesar de ello, no quedaron sujetos a ninguna norma.
En 1999 en EEUU se revocó la Ley Glass-Steagall que databa de 1933 (aprobada en plena Gran Depresión por la administración Roosevelt, determinaba la separación entre la banca comercial y la banca de inversión). La Ley Glass-Steagall prohibía a los bancos minoristas emprender actividades inversoras tales como asegurar y vender títulos. Dicho en otras palabras, prohibía que la banca especulase con los ahorros de los ciudadanos. La Ley Glass-Steagall fue abolida por el Senado por iniciativa de tres republicanos y con el respaldo del Secretario del Tesoro, Larry Summers. La abolición de esta ley recibió el apoyo casi unánime de los senadores por 90 votos a favor de los 98 posibles. Esta derogación, aprobada por políticos republicanos y demócratas, fue un paso decisivo hacia la desregulación bancaria que permitió que los bancos dejaran de ser empresas para convertirse en casinos.
En 2004, la SEC, el equivalente norteamericano de nuestra Comisión del Mercado de Valores, permitió que los bancos aumentaran su grado de apalancamiento (relación entre el total del pasivo y el valor neto) de 10:1 hasta 30:1. Ese mismo año, la SEC, en otra decisión absolutamente irresponsable, permitió que cinco grandes bancos recortaran sus reservas de capital con el fin de que dedicaran más recursos a sus prácticas especulativas.
Gracias a la confluencia de estas tres decisiones políticas se produjo la explosión de la titulización de créditos hipotecarios que tantas desgracias acarreó poco tiempo después.
V. Los republicanos decidieron que la gasolina fuese gratis
A las anteriores medidas hay que añadir las que no tomó una Reserva Federal inane dirigida por Alan Greesnpan, que mantuvo artificialmente bajo el precio del dinero y que miró durante años hacia otro sitio mientras que aumentaba exponencialmente la inestabilidad del sistema financiero mundial. En un marco como el descrito de desregulación completa de las finanzas internacionales, y con los adelantos informáticos a su servicio, grandes cantidades de capital a precio de saldo generaron burbujas especulativas de todo tipo: empresas puntocom y la madre de todas las burbujas, la del sector inmobiliario. Al final, como en el destino de toda burbuja está el reventar, ocurrió lo inevitable.
VI. El tráfico colapsó y tanto la derecha como la socialdemocracia acordaron que la factura del desastre la pagaran los peatones en forma de atropellos y de indemnizaciones a los conductores más irresponsables
En resumen, a lo largo de casi treinta años se eliminaron los controles de cambio, se aplicó una política monetarista pura, se impuso el Consenso de Washington, se creó una moneda única en la UE sobre la base de considerar que el paro no es el problema más grave de la economía, se prohibió que el Banco Central Europeo comprara deuda pública, se decidió no regular los préstamos subprime, se revocó la Ley Glass-Steagall, se autorizó que los bancos aumentaran sus ratios de apalancamiento y que redujeran sus dotaciones y, finalmente, se determinó que el precio del dinero fuese artificialmente bajo en un período de inestabilidad financiera sin precedentes.
El resultado de todas estas decisiones disparatadas es bien conocido: una crisis económica equiparable a la Gran Depresión, ayudas públicas inmensas a una banca irresponsable, millones de desempleados y recortes de derechos sociolaborales sin precedentes.
La ínfima minoría que provocó la crisis es hoy más poderosa que antes y los que no la provocaron (trabajadores, pensionistas, jóvenes que buscan emanciparse, mujeres, inmigrantes, etc.) han pagado los platos rotos perdiendo su trabajo, viendo disminuir el valor de su patrimonio, perdiendo derechos o trabajando más por un salario más bajo.
Conclusión
No pasó desapercibido para el fino olfato de Tom Wolfe que el cambio de las reglas del juego económico de la década de los ochenta le daría argumentos para una buena novela. Así, en 1987, en pleno auge de los Reaganomics, Tom Wolfe publicó La hoguera de las vanidades, en la que se relatan las desgracias de un vendedor de bonos neoyorquino y en la que se pone al descubierto el cinismo de una sociedad sin principios. Los cambios económicos de la década de los noventa fueron aprovechados nuevamente por Tom Wolfe. En pleno aquelarre del capitalismo norteamericano escribió otra gran novela, Todo un hombre, publicada en 1998, en la que el autor relata la caída de un promotor inmobiliario de Atlanta y los infortunios de uno de sus empleados cuando es despedido. Una vez más, el arte con unas gotas de ficción imitando a la vida. Paradójicamente, ha sido un escritor norteamericano defensor de George Bush el que ha mostrado con la mayor claridad cómo funciona la economía y la sociedad norteamericana. Sin miedo y sin reparos porque Tom Wolfe cree a pies juntillas en los EEUU y en las bondades del capitalismo.
Fin
No era obligatorio que los políticos tomaran esas decisiones políticas; pero lo hicieron. No estaba escrito en las estrellas que el futuro tenía que ser así; pero eso fue lo que ocurrió.
Los políticos y los partidos que tomaron esas decisiones no pueden alegar ahora, a la vista de los calamitosos resultados obtenidos, desconocimiento o impericia. Habría bastado con que hubieran leído dos novelas de un escritor muy conocido, traducidas a todas las lenguas y que, en edición de bolsillo, no cuestan juntas más de 25 euros, o que hubieran visto un par de películas de éxito proyectadas en las pantallas de todos los cines del mundo, para que los acontecimientos hubieran sido muy distintos. Pero, por lo visto, los políticos que nos han gobernado desde hace treinta años no sabían nada de economía, no leían ni una triste novela ni tampoco iban al cine. En consecuencia, me pregunto: ¿en manos de qué políticos hemos dejado los asuntos públicos?
Este artículo fue publicado en la página web de IU de Azuqueca de Henares el 9 de diciembre de 2010: www.iuazuqeca.org
Emilio Alvarado Pérez, Primer Teniente de Alcalde, Concejal de Cultura y otros Servicios y candidato a la Alcaldía de Azuqueca de Henares