Un paseo por Valdeluz prueba que la economía española ha vivido instalada en una locura especulativa basada en el endeudamiento privado, el crédito temerario, el “pelotazo” recalificador, la corrupción política, el bipartidismo intolerable, la vivienda por las nubes, el empleo de muy baja cualificación y los planes urbanísticos disparatados que se vienen abajo. Puro desvarío neoliberal aderezado con gotas de genio patrio.
La historia de Valdeluz comenzó el día en que el Gobierno de Aznar decidió llevar el tren de alta velocidad a la luna, ubicando una estación del AVE Madrid-Lérida en un páramo del término municipal de Yebes, pueblecito de unos 300 habitantes gobernado también por el PP, del que muy pocos habían oído hablar antes. Los terrenos en los que se iba a construir la estación eran propiedad de Fernando Ramírez de Haro, consorte de Esperanza Aguirre, que experimentaron una revalorización astronómica al pasar de secarrales a la condición de suelo residencial. El alcalde de Yebes dio el visto bueno al negocio jugosísimo ordenado por sus jefes políticos de la calle Génova. Se suponía que al calor del AVE, como en el salvaje oeste, iba a florecer en medio del páramo una ciudad de más de 30.000 habitantes, en la que se mezclarían a partes iguales la tranquilidad, el lujo contenido, los equipamientos avanzados, un parque temático y un veloz sistema de transportes hacia Madrid. Una parte del desarrollo afectaba también al término municipal de la ciudad de Guadalajara, por lo que se necesitaba la aprobación de la capital, que se logró con el acuerdo del PP y del PSOE. La única fuerza política que denunció la insensatez de todo este enjuague fue IU, que ya advirtió por aquel entonces, julio del año 2007, que este proyecto era pura especulación, un negocio para los familiares de Aguirre y una idea urbanística apócrifa e insostenible que había que paralizar inmediatamente. Por desgracia, las advertencias proféticas de IU no fueron atendidas y el bipartidismo se impuso una vez más cometiendo su enésima fechoría. Román y Alique acordaron embutirse e ir juntos apoyando la infamia, mientras que IU defendía la dignidad y el sentido común. Sobra decir que en aquel momento IU sufrió las invectivas del PP, del PSOE y de sus promotores amigos. Fue acusada de ir en contra de la creación de miles de puestos de trabajo, del bienestar de los futuros vecinos de Valdeluz y del progreso económico general. Como la memoria selectiva es frágil, hoy nadie se acuerda de este episodio. El PP revalidó el gobierno de Guadalajara con una mayoría absoluta aún más amplia, y Alique fue premiado por sus jefes socialistas con un cómodo escaño en el Congreso de los Diputados. A la inversa, a IU nadie le reconoció su integridad ni su capacidad de acierto, quizás porque sus denuncias fueron censuradas por los medios de comunicación provinciales y regionales, todos en manos de constructoras y promotoras o atrapados en la red clientelar de la Junta de Comunidades.
¿Qué hay en Valdeluz cuatro años después?. Para empezar, que la profecía de IU se cumplió punto por punto. Lo visible es una ciudad fantasma formada por edificios vacíos, calles desiertas, accesos cortados con barricadas, solares abandonados, esqueletos de hormigón y habitantes solitarios. Valdeluz, ciudad postnuclear, patria de Salicio y Nemoroso en la que componer bonitas églogas, risco olvidado donde habita el silencio, negocio malogrado, sueño de grandeza convertido en pesadilla, gatillazo urbanístico de proporciones siderales, pecio varado en la playa y petardazo de fin de fiesta en la que corrían sin tasa los billetes de 500 euros, los trapicheos, los notarios y las nóminas en B.
Pero hay otros estratos de la ciudad fallida que no por invisibles son menos reales. Valdeluz es también esperanzas truncadas, las de sus escasos pobladores, a los que les prometieron una ciudad habitable, con personas, con sonrisas y con vida en sus calles y parques. La realidad es bien diferente. Hay en Valdeluz un aire a melancolía que lo impregna todo, de lo que no pudo ser porque era imposible. El poblador de Valdeluz ha adquirido un aire de colono. Ha aguzado el oído debido al silencio que lo envuelve. También tiene la vista más desarrollada, porque se ve en la obligación de otear al congénere ocasional que camina a lo lejos por una avenida desierta.
En un estrato más profundo, Valdeluz es también una losa. Para los vecinos de Yebes, también para los de Guadalajara y, sobre todo, para sus propios habitantes. ¿Cómo sostener los servicios municipales en una ciudad proyectada para más de 30.000 personas en la que viven como mucho unas mil, de las cuales están empadronadas la mitad? ¿Quién va a pagar el mantenimiento de una ciudad vacía y qué servicios se podrán sostener sin que resulte una carga insoportable para los vecinos que no viven allí?. Aunque la construcción es muy reciente, comienzan a observarse en la ciudad los primeros signos del paso del tiempo y de la ausencia de un mantenimiento adecuado: baldosas rotas, plantas sin podar, una fachada de la que se cae el enfoscado, un solar en malas condiciones, carteles sin retirar que ya no anuncian nada. Con el tiempo, el deterioro irá agravándose y, a la par, las quejas de los habitantes de Valdeluz, que denunciarán el desamparo en el que viven. Estas peticiones irritarán a los ciudadanos de Yebes y de Guadalajara, que argumentarán que no se sienten responsables fiscalmente de la suerte de quienes decidieron voluntariamente irse a vivir a un páramo. Así que el abandono de Valdeluz es ya palpable. Por eso menudean en sus fachadas las cámaras de videovigilancia que todo lo observan. A falta de otros medios ahí están para limitar el pillaje y la patada en la puerta. Ya sabemos que la naturaleza tiene horror al vacío.
En otro nivel de profundidad, Valdeluz es un gran agujero de la economía nacional. Impresiona ver la cantidad de horas de trabajo, de materias primas, de riqueza y de deuda que yacen bajo la forma de edificios vacíos y de calles desiertas. Montañas de capital despilfarrados de una manera completamente improductiva. Cuesta imaginar cuánto habría progresado nuestro país si este esfuerzo baldío se hubiera empleado en mejores causas. Cada inmueble parece un moái que anuncia el colapso general de un sistema. Banqueros irresponsables prestaron dinero para cubrir apuestas inmobiliarias temerarias porque se las prometían felices. Ahora, tras la explosión de la burbuja, esos banqueros exigen a los ciudadanos que paguen sus descubiertos porque ellos han venido al mundo sólo para ganar. En esto consiste la deuda privada que ahoga la economía nacional. En una estimación moderada, los Valdeluz de toda España se han comido un 7% del PIB y ahora toca que devolvamos los capitales a los bancos que concedieron los créditos fallidos que permitieron su construcción. Según nuestros gobernantes, cada inmueble abandonado, cada calle vacía y cada parque sin uso equivale a decenas de profesores, de médicos, de pensiones o de becas públicas a los que hay que renunciar. No aceptemos esta infamia. Impongamos la razón: en vez de recortes, pico y pala para los culpables.
Y en el estrato más bajo, Valdeluz refuta uno de los axiomas de la Escuela de Chicago: que la competencia del mercado impide la irracionalidad de sus actores. En la realidad, la burbuja inmobiliaria, como cualquier otra que se produce en la economía capitalista, se basa en la expansión de la irracionalidad fruto de las decisiones en el mercado. Esta es una idea muy vieja que ya apuntó en 1841 el periodista escocés Charles Mackay en su obra Delirios multitudinarios. La manía de los tulipanes y otras famosas burbujas financieras. Tal y como nos explica John Cassidy al hablar del caso, la burbuja de los Mares del Sur de 1720 se basaba en la promesa de riquezas sin fin producidas por el comercio ultramarino. Muchos de los inversores que ponían en riesgo su dinero sabían a ciencia cierta que las expectativas se habían exagerado y que numerosas sociedades que emitían acciones en el mercado londinense eran fraudulentas, pero a pesar de todo aprovecharon la oportunidad de conseguir algo de dinero rápido en la esperanza de que abandonarían a tiempo el barco antes de su hundimiento. Se cuenta que un banquero le llegó a decir a Mackay que “cuando todo el mundo está loco, debemos imitarlo en cierto modo.” Porque, efectivamente, eso es lo que ocurre cuando hay una burbuja especulativa: casi todos pierden el norte. Una minoría que domina la información alienta la demencia general espoleando la avaricia y el egoísmo individuales. En la medida en que se van cumpliendo las promesas de beneficio, muchos otros son infectados por el virus de la irracionalidad invirtiendo su dinero, que automáticamente provoca el efecto de aumentar aún más las rentas esperadas. A partir de ese momento la alienación es completa y los inversores entran en un estado de euforia que les lleva a pedir prestado para sostener sus apuestas temerarias. Al final, los que incitaron la locura, conocedores de que no hay burbuja eterna, abandonan sus posiciones recogiendo enorme beneficios. Entonces, el castillo de naipes se viene abajo, dejando a la mayoría de los inversores en la ruina y al país, si la burbuja que se pincha es muy grande, en una situación muy comprometida. A todos los efectos, aquello con lo que se especula es indiferente: acciones, tulipanes, empresas puntocom, viviendas, alimentos, materias primas o divisas, sin importar que algunas de estas mercancías sean bienes básicos para la vida. Esta historia, tan vieja como el capitalismo, ocurrió en Valdeluz porque el ser humano, cuando ha de elegir entre la avaricia y la racionalidad, si ve que sus congéneres eligen la avaricia desprecia la racionalidad. Es la ética del rebaño.
En definitiva, Valdeluz es a la vez confirmación de una profecía, ciudad deshabitada, losa insostenible, agujero en la economía nacional, refutación de un tiempo y de unas ideas, sueños traicionados y epítome de la locura. Basta mirar la ciudad con algo de atención para comprender la magnitud de lo que simboliza.
Valdeluz forma parte de la geografía fallida de la España del pelotazo. Junto con Seseña, Costa Miño, La Muela, El Toyo, Costa Escuri, La Torre Golf Resort, etc., es una parada más en la ruta de la especulación. Es un museo al aire libre que nos recuerda las secuelas de sufrir la demencia de la fiebre del ladrillo. El testimonio que brindan los miles de edificios casi vacíos de estas ciudades fantasmas es igual al de los mamuts que fueron sorprendidos por el último cataclismo mientras pastaban tranquilamente.
Valdeluz, exteriores de la España retratada por Bigas Luna en Huevos de Oro, en la que dominaban la codicia, la ordinariez y lo hortera, y que en su estrepitoso crecimiento llevaba encadenada, fatalmente, la penitencia de su caída. Valdeluz, símbolo de una época que nos ha conducido a la bancarrota y que debemos impedir que resucite para siempre jamás.
Emilio Alvarado Pérez es Portavoz de IU en el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares