El creciente miedo de los operadores económicos, la situación de estrés de los “mercados”, el abismo en el que se encuentra Grecia que puede arrastrar a Italia, España e incluso a Francia, entre otros hechos, muestran un panorama muy preocupante. Las políticas fiscales restrictivas basadas en subidas de impuestos a los más desfavorecidos y en la contención del gasto público han resultado un fracaso, al alejarnos aún más de la senda de crecimiento que abandonamos allá por el año 2007. Los continuos accesos de pánico de los mercados ante cada nuevo dato (real o no) de la economía, la desconfianza sobre la utilidad de la política y el riesgo de “empacho de crecimiento” de los países emergentes como China y Brasil, hacen que la amenaza de “recesión” mundial sea cada vez más probable.
Veamos cómo han influido estas variables en el desarrollo de los acontecimientos que un día sí y otro también nos sobresaltan sin tregua.
La volatilidad de los mercados manifiesta una total desconfianza del sistema en los órganos financieros internacionales. El FMI y el Banco Mundial, en vez de gobernar la economía mundial para capear la crisis, van a la deriva. Las instituciones económicas internacionales, al mostrar una debilidad extrema, dejan un vacío de poder que ocupan entidades privadas como las “agencias de calificación”, que difunden rumores interesados sobre la situación de las economías nacionales a los que los “mercados” conceden total credibilidad, generando olas de pánico con un contenido fuertemente especulativo que ponen en graves apuros a los Estados. La respuesta de los Gobiernos nacionales a la crisis también ha sido decepcionante. Lejos de proteger a los ciudadanos a los que se supone que representan, han acometido reformas con el único objetivo de mantener el sistema, abrazando sin pudor las posiciones más conservadoras (neoliberales), las mismas que nos han sumido en la crisis.
Uno de los grandes pretextos oficiales para justificar este proceso de involución económica ha sido la necesidad de frenar el avance imparable del índice de la Deuda Pública Soberana, a lo que se une la dificultad de recaudar impuestos en una sociedad en la que el número de desempleados es cada vez más elevado. En el caso de nuestro país, los que así argumentan pasan por alto un hecho que resulta muy importante y que representa nada menos que un 25% de nuestro PIB (por cierto, uno de los más altos de los países desarrollados). Se trata de la “economía sumergida”, cuyo desmantelamiento supondría unos ingresos del mismo calibre para las arcas del Estado, y que haría innecesarias las medidas de recorte social que se aplican con máxima diligencia por el bipartidismo allá donde gobierna. Está visto que a los gobiernos del turno político (hoy PSOE, mañana PP y viceversa) les resulta más fácil recortar en educación y en sanidad que destinar recursos para desenmascarar el fraude y a quienes están detrás. En consecuencia, el bipartito español es, en tanto que consentidor necesario, partícipe del fraude fiscal y de llevar a la sociedad española, con sus recortes, a un callejón sin salida.
Desafortunadamente y a pesar de los pasos que los gobiernos han dado para satisfacer a los mercados, éstos desconfían de que las disposiciones adoptadas por los primeros sean eficaces, debido fundamentalmente a que están basadas en la austeridad de las cuentas públicas. Paradójicamente, los prestamistas internacionales exigen garantías cada vez mayores para la devolución de sus préstamos, lo cual lleva a los gobiernos a asegurar que su gasto prioritario será, por encima de cualquier otra consideración, pagar las deudas contraídas, aunque ello suponga poner en grave riesgo la garantía más sólida con la que podían contar los acreedores: el crecimiento económico.
No es un misterio que la demanda interna está sumida en una profunda depresión agravada por los recortes del gasto público, y todo a pesar de que el índice de precios (la tasa de inflación) se ha mantenido relativamente estable durante todos estos años de crisis. El consumo privado ha caído a niveles muy preocupantes, lo cual provoca cierre de empresas y desempleo que, a su vez, causa contracciones ulteriores de la demanda privada y así hasta el infinito. Es un hecho evidente que los gobiernos se han olvidado de la lucha contra el desempleo al suponer que el objetivo prioritario es hoy la disminución del déficit, y que en su decisión, quizás inadvertidamente, están erosionando el consumo, que es una de las bases sobre las que se sostiene el capitalismo. En conclusión, si no hay estímulos a través de políticas fiscales expansivas mediante un gasto público eficiente que genere una demanda agregada que facilite el crecimiento, difícilmente crearemos los medios adecuados para salir de la crisis. ¿Sería imaginable un capitalismo sin consumidores? Evidentemente, no.
Otro de los motivos que también siembra el pánico en los “mercados” es el excesivo crecimiento de las economías emergentes tales como China y Brasil, que están manteniendo la economía mundial a base de sostener una gran porción de la oferta global. Todos los analistas advierten de la necesidad de una desaceleración controlada de estos países, puesto que es obvio que no pueden crecer indefinidamente a un ritmo del 10%. Si estos países no controlan la inflación y la llegada masiva de capitales que hinchan burbujas especulativas (como la burbuja inmobiliaria española), un accidente económico sobre cualquiera de ellos podría sumir al mundo en una “Gran Recesión”, y la imagen de supermercados con las estanterías vacías sería una realidad. A este panorama se une otro problema: el temor a que las grandes economías emergentes monopolicen el consumo privando, desplazando a los llamados países desarrollados de su posición de dominio en el orden mundial.
Sabemos que los recursos del planeta son limitados y que de la producción total destinada al consumo sólo se beneficia un 10% de la población mundial, quedando el resto sumida en la más absoluta pobreza. En definitiva, el sistema capitalista, lejos de pretender un reparto equitativo, favorece las desigualdades y la existencia de países de segunda y tercera, lo que se viene en llamar el Tercer Mundo y los países olvidados.
No creo que existan “recetas milagrosas” que nos permitan volver a periodos económicos estables y de crecimiento. La crisis ha llegado y viene para quedarse, sobre todo gracias a la pasividad y el error de los gobiernos empeñados en contener el gasto público por la vía de reducir y eliminar los servicios públicos a petición de los mercados, lo que da a lugar a la paradoja que antes describíamos: a menor demanda por parte del Estado (menor gasto público) en periodos de estancamiento de consumo privado, mayor dificultad para el crecimiento privado.
Hoy más que nunca son necesarias políticas fiscales eficaces y contrarias a las que se están aplicando, que generen riqueza y disminuyan el desempleo, acompañadas por una fiscalidad progresiva que “incremente la contribución de las rentas más altas al esfuerzo nacional para salir de la crisis, así como un plan serio contra la economía sumergida”.
Miguel Ángel Márquez Sánchez es militante de IU de Azuqueca de Henares