“Los Estados no deben gastar más de lo que ingresan”. Frase lapidaria que todos entienden porque es engañosamente simple. Si lo consentimos, esta es la medicina que nos van a administrar. Los banqueros y políticos que provocaron la crisis han encontrado en este principio el antídoto del mal. El remedio para superar la crisis consiste en gastar muy poco, porque muy poco es lo que van a recaudar los Estados de una economía que de nuevo roza la depresión. Banqueros y políticos del sistema sentencian que lo contrario, gastar más, es agravar la enfermedad y llevar al paciente a la tumba. En su diagnóstico, intencionadamente, confunden consecuencias con causas, síntomas con enfermedad. Pero les da igual, porque viven encerrados de buena gana en el blindaje que les otorga un poder cada vez más ajeno a la realidad de la calle y porque gobiernan para sus intereses.
Con este lema que parece salido de un manual remilgado de urbanidad, los responsables de la crisis pretenden convencer a los ciudadanos de que renuncien a la sanidad, a la educación, al empleo digno, a sus derechos y a los derechos de sus hijos, como si la causa de la crisis fuesen los ciudadanos, la atención médica, la enseñanza o los recién nacidos..
Hay que combatir esta idea económica de saldillo, propia de un país que va directo a la ruina y acuñada por unos políticos, los del bipartito, arrodillados en posición sospechosa. Debemos hacerlo porque el principio no gastar más de lo que se tiene, que en su simplicidad parece puro sentido común, algo obvio que por evidente nos lleva a considerarlo un axioma de la naturaleza equiparable a la ley de la gravedad o a la fórmula del área del triángulo, esconde la dominación de clase, de casta o de grupo. Por eso, si se toma aislado, este lema engañoso, puro beleño, narcotiza rápidamente a quien lo escucha volviéndolo manso, poltrón, consentidor resignado de su sacrificio.
Descubramos el engaño o, como dicen los finos, deconstruyamos el principio.
Lo primero que hay que explicar es por qué se gasta más de lo que se ingresa. Las razones son, al menos, cuatro: a) porque las finanzas privadas desreguladas provocaron una crisis económica equivalente a la Gran Depresión de 1929; b) porque se regaló sin tasa dinero público a unos banqueros manirrotos, convirtiendo un problema privado, el de la deuda privada, en un problema público, el del déficit de la administración; c) porque no se recauda lo suficiente dado que a los ricos se les perdonan impuestos, se consiente que la economía sumergida no tribute y se hace la vista gorda a los paraísos fiscales; y d) porque hay que atender a las víctimas inocentes de la crisis y mantener los compromisos constitucionales del Estado social.
Sentado esto, el precepto no gastar más de lo que se tiene se despoja de su aparente sencillez y se vuelve problemático. Lejos de ser inocente, la observancia de este mandato significa abandonar en el desamparo a las víctimas de la crisis. En cambio, nada dice de los responsables de la anarquía financiera, de los que la provocaron, que siguen libres y dispuestos a provocar la siguiente catástrofe. Por tanto, esta prescripción es del todo menos inocua.
Nos vamos a permitir poner un ejemplo que ilustra mejor el caso que nos ocupa. Imaginemos una familia en la que el padre se “pule” la nómina en la taberna y no contento con ello, dado que su ansia por el juego no conoce límite, pide prestado hasta que nadie le fía. A la madre le ocurre igual, aunque su debilidad es el bingo ¿Cómo remediar esta situación tan calamitosa? Lo sensato y humano sería curar a ambos progenitores de su adicción patológica, impedirles que administraran los jornales, negociar con los acreedores de buena fe el pago de la deuda y no abandonar en la miseria a los hijos inocentes. Esto es lo digno. En cambio, lo que nos proponen los partidarios del no gastes más de lo que tienes es de una inhumanidad rampante: que los padres sigan siendo ludópatas, que continúen guardando la llave de la caja fuerte y que sean sus hijos los que paguen las deudas personales contraídas tan irresponsablemente, aunque ello les lleve a mendigar por las calles.
Con un simple ejemplo, la supuesta virtud del precepto no gastar más de lo que se tiene se esfuma. Pero nuestra tarea de desmontaje no ha terminado. Expliquemos ahora en qué consiste gastar más de lo que se tiene.
Una economía capitalista que entra en barrena necesita del apoyo público para cambiar el rumbo. El gasto público mantiene la paz social, incrementa la demanda, genera riqueza y tiene un efecto multiplicador si es bien empleado. Si en momentos de depresión de la economía privada se practica la abstinencia pública el resultado es evidente: más abatimiento, más desigualdad, menos ingresos, más pobreza, más paro y más inestabilidad social: es decir, más crisis. Mantener el déficit cero en una situación como la actual es administrar al paciente la receta de Molière, que en su Enfermo imaginario decía: “dar un enema, luego sangrar y enseguida purgar”. Con estas medidas, el enfermo, en vez de recuperar la salud, corre peligro de ir al cementerio. No extraña que en la época de esplendor de estas prácticas bárbaras, los pacientes temían mucho a las sangrías y a los vesicatorios, porque era más fácil morir en brazos del practicante que por la enfermedad. Como ellos, haríamos bien en temer la receta del déficit cero, que es el enema que nos quieren aplicar aquellos que se dieron el atracón y andan aún empachados y eructantes. Con la excusa de que les sobra bilis nos quieren sacar los higadillos.
Pongamos otro ejemplo que ilustre lo dicho. Volvamos a nuestra familia, aunque ya con padres ejemplares. ¿Quién criticaría que se endeudara para proporcionar una mejor educación a sus hijos, o que gastara un poco más de lo que ingresa con el fin de tener una vida más saludable, siendo más frugal en lo accesorio? Seguro que nadie. Hay ocasiones, por tanto, en las que resulta no sólo necesario sino virtuoso gastar más de lo que se tiene si se quiere progresar o crear riqueza futura. Y en cuanto a las deudas, pueden aplazarse, renegociarse o, incluso, algunas de ellas pueden prescribir, porque hasta los crímenes más horrendos acaban caducando.
Caído el velo de la obviedad cabe preguntarse si es posible otra política distinta a los remedios de botica medieval que nos quieren administrar el PSOE y el PP. Y la respuesta es afirmativa. Por ejemplo, ¿por qué no se equilibran los gastos y los ingresos regulando con mano de hierro a la banca privada para evitar que vuelva a ocurrir otra crisis financiera?; ¿no sería mejor que la economía real se beneficiara del crédito para generar actividad y empleo productivo y socialmente útil?; ¿hasta cuándo habrá que esperar para que se imponga la justicia contributiva y pague más el que más tiene?; ¿por qué no ponemos toda nuestra inteligencia, medios y tecnología para construir un mundo más justo en el que desaparezcan el hambre y las guerras?; en definitiva, ¿por qué no nos atrevemos a ser libres?
Terminemos nuestra tarea deconstructora. El político que afirma que los Estados no deben gastar más que lo que ingresan parece que dice algo sensato, pero no. Es como el médico que afirma que si se tiene frío lo mejor es taparse, porque si el frío es consecuencia de unas fiebres muy altas tanto abrigo puede producir daños irreparables.
Pudiera ser que estuviéramos equivocados en nuestros razonamientos. Hay que admitirlo. Pero sentimos alguna seguridad en lo afirmado al saber lo que los dichosos mercados han opinado sobre el principio salvador, subiendo la prima de riesgo de la deuda soberana española al punto más alto desde el pasado 5 de agosto.
Hora es de concluir. ¿No habíamos quedado en que la crisis estalló por un problema de deuda privada contraída por la banca, también privada, para alimentar la especulación urbanística que también tenía una naturaleza privada? ¿Se nos ha olvidado ya que sólo hace tres años los bancos en apuros exigían a los Estados que gastasen a paletadas el dinero de los contribuyentes para salvar sus balances? ¿No recordamos ya que el entonces presidente de la patronal española, Díaz Ferrán, pidió la suspensión temporal del capitalismo y que Sarkozy exigía su refundación, con la ayuda económica de las administración pública? ¿Es que no nos acordamos de que los mismos políticos que hoy recortan los derechos de los ciudadanos, hace tres años mostraron una generosidad sin límites con los desvergonzados que nos han conducido a la ruina?
Nuestras sociedades no tienen un problema de recursos. No vivimos en la Edad Media, ni la crisis económica actual es resultado de una calamidad natural. En realidad, nuestras sociedades soportan una distribución inadecuada y una asignación errónea de recursos y preferencias. A eso se le llama capitalismo y eso es lo que hay que cambiar.
Emilio Alvarado Pérez, es Portavoz del Grupo Municipal de IU