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Ejemplo de institución inútil y dañina. ¿Quién será ese señor que sale de ella con aire tan flamenco? |
La historia se repite: un país con una fiscalidad de broma
(un impuesto de sociedades del 10%, por ejemplo) y opaco (un paraíso fiscal) capta inversiones extranjeras multimillonarias (de mafiosos, banqueros y demás
ralea) que se derivan al ladrillo y a comprar
deuda soberana de riesgo, con la que obtiene una remuneración muy alta que se traslada a los ahorradores, locales y foráneos, mediante tasas de interés también muy
apetitosas.
Mientras el circuito se alimenta con la llegada de capitales
anónimos atraídos por el secreto bancario y el beneficio fácil, el PIB nacional crece, el precio de la vivienda sube sin parar, mucha gente hace negocios sin esfuerzo, la prosperidad se extiende y, sobre todo, el dinero se blanquea, preparado para volar a otras plazas según convenga. El cuento nos resulta bastante familiar.
Con la llegada de tantos
capitales, la parte financiera de la economía aumenta enormemente con respecto
al PIB productivo, al que multiplica en tamaño por ocho, convirtiendo a ese país en una
plaza financiera de primer orden (como Islandia, Irlanda, las islas del canal, Luxemburgo, Malta y demás pozos), paradigma de la globalización neoliberal,
sociedad moderna que se anuncia en las páginas del Financial Times para
atraer nuevas inversiones, lavadero del dinero sucio mundial y ejemplo de
solvencia para las agencias de
calificación.
Para completar un paisaje tan idílico, el Banco Central del
país, autoridad encargada teóricamente de la vigilancia del sistema financiero y
guardián de los equilibrios macroeconómicos, redacta informes elogiosos y
tranquilizadores sobre la economía nacional. Igual consideración le dispensa la troika, que en premio a una ejecutoria tan brillante le permite el ingreso, junto con Malta (otro
paraíso fiscal) en el euro en el 2008, precisamente el año de la quiebra de
Lehman Brothers.
Pareciera que en ese país se hubiera descubierto la piedra
filosofal de la prosperidad, el móvil perpetuo generador de riqueza, del negocio sin fin, del maná
milagroso, alcanzándose el ideal del hedonismo capitalista: crear dinero de la nada, moverlo de un cajón a otro para blanquearlo, cuentas numeradas, juergas
nocturnas, playas de póster y más de 300 días de sol al año. Un conjunto imbatible.
Pero nada es para siempre y menos
la felicidad que se alcanza sin dar golpe, ni siquiera en la tierra de
Afrodita, en la isla del amor. Una de las fuentes milagrosas de la riqueza de
ese país, la inversión en deuda soberana de alto riesgo, se secó. De repente,
sus bancos (muchos de ellos extranjeros) descubrieron que una porción muy importante
de sus activos eran polvo, a lo que se unió el reventón del
ladrillo, quedando al descubierto una deuda privada bancaria de tamaño
descomunal que no podía absorber una economía productiva encanijada (es lo que
tiene dedicarse en exclusiva al sector servicios) y un Estado sin capacidad de
reflejos y de recaudación (es lo que trae un sistema fiscal sumiso al capital
cuando vienen mal dadas).
Para salvar a los bancos
quebrados, ese país que, no lo olvidemos, está en la moneda única, negoció un
crédito con una potencia ajena y rival de la UE, préstamo concedido pero no suficiente para tapar el boquete de su deuda privada. El acercamiento a una potencia
foránea inquietó a la OTAN, porque en ese país hay dos bases militares
británicas con 3.000 soldados, una estación de escucha de la red Echelon, unas
reservas de gas natural a la espera de ser explotadas y una posición
geoestratégica muy relevante que no se va a abandonar por las buenas.
Descubierto el agujero de la
deuda privada, el gobierno alemán se remanga para rescatar a la
banca de ese país, no por razones altruistas sino porque en el rescate se la juegan sus propios bancos, que
tienen apalancados casi 8.000 millones de dólares en deuda incobrable, sólo mil
millones menos que los pérfidos bancos rusos, a los que Merkel les quiere cargar el mochuelo del problema. La estrategia de Alemania no sorprende por repetida: que la UE
conceda un crédito para salvar a una banca corrupta e inservible que, así, devolverá
a los bancos alemanes, holandeses (2.569 millones de dólares) y británicos
(2.057 millones de dólares) lo que no cobrarían de otro modo.
Pero en esta propuesta hay una
novedad, que se fija como condición para que se conceda el crédito: que el
gobierno del paraíso fiscal confisque una parte de los depósitos de sus impositores hasta alcanzar
una recaudación de 6.000 millones de euros, a lo que se une consentir la destrucción del país por aplicación de recortes y privatizaciones sin tasa.
Dicho en otras palabras, Merkel exige que el gobierno de esa nación legalice el
robo de las cuentas corrientes para que los bancos alemanes cobren las deudas y
abandonen la plaza sin daño ni menoscabo. Robar a los impositores para salvar a los bancos, bolchevismo contra los de abajo. De no hacerse, afirma el gobierno
alemán, el petardazo de Santorini quedaría tamañito.
Para justificar el robo con escala, que viola toda la legalidad de la UE y el derecho a la
propiedad privada que es seña de identidad de la CDU, las autoridades alemanas
esparcen una vez más el discursito de que el país deudor está arruinado por corrupto,
despilfarrador y vago, correspondiéndole ahora purgar sus penas, expiar sus
faltas, sufrir por sus pecados, pagar las deudas y
hundirse en el mar en un solo acto.
Hay que decir que el mensaje
luterano sobre el esfuerzo y la responsabilidad ya no cala como antes, porque a Frau Merkel se le ve el penacho de
plumas desde lejos. Mucho truena la cancillera sobre las irresponsabilidades de otros mientras calla sobre las suyas, mayormente porque sus bancos han de cobrar en efectivo sus especulaciones ruinosas así se hunda el mundo. Es lo que tiene ser cancillera, que lo mismo se está para dar un mitin que para llevar las aguas sobrantes a la huerta del vecino aunque estén envenenadas de pesticidas.
No perdamos el norte. Lo que ocurre
en nuestro querido paraíso fiscal es también un experimento, porque es una islita irrelevante en el que ya abundaban las ruinas, aunque de Apolo y de otros dioses del
panteón. Berlín cree que unos cascotes más en un paisaje desolado pasarán desapercibidos.
En España acontece algo similar y aún
seguimos roncando.
Por cierto, en ese país
condenado por la troika y por sus pecados, en el que pululan muchos rusos de mirada torva que tienen metidos 19.000 millones de euros en cuentas de toda clase, resulta que también
viven 25.000 súbditos de su graciosa majestad que no sólo toman el sol y beben
licor de anís, siendo cosa comprobada que muchos de ellos emulaban a su paisano, el escocés John Law.
Si es que la avaricia no sabe de patrias.
Emilio Alvarado Pérez es portavoz del grupo municipal de IU