En ocasiones, el vértigo de los tiempos hace que pasen
inadvertidos acontecimientos de enorme trascendencia. Así acontece en la
actualidad, tan cargada de noticias, de sobreabundancia de datos
desestructurados y de ruido distorsionador.
En los últimos meses han ocurrido hechos que permiten
afirmar, sin exageración, que los mercados desregulados y el capitalismo
que los ampara han declarado la guerra a la democracia.
Quienes dominan los mercados combaten en tres frentes para
acabar con la democracia e instaurar la oligarquía del dinero: el ideológico, el
institucional y el político.
El objetivo de la batalla
ideológica, que es la madre de todas las batallas, consiste en convencer a la
gente de que es necesario volver a los tiempos de los señores de horca y
cuchillo. Se trata de extender la idea de que la única solución a la crisis son las
políticas de ajuste sobre los trabajadores, los parados y los sectores más
débiles de la sociedad. Las poblaciones son aleccionadas en la resignación y el
miedo. El común debe aceptar como inevitables las bajadas de salarios, la reducción
de derechos y, muy especialmente, que su futuro pertenece a otros. Los trabajadores, si
quieren trabajar, tienen que ser obedientes, productivos, baratos y fácilmente
sustituibles. Se pretende grabar a fuego en las mentes de los ciudadanos que
hay que rendir pleitesía a los señores del dinero, porque son la única
esperanza para una sociedad que ayer era adicta al consumo y que hoy vive asustada
por el fantasma de la pobreza. Y si con la persuasión no es bastante, se aplicará
la fuerza bruta, respaldada por leyes de conveniencia. Desde que el mundo es
mundo sabemos que al miedo se llega por dos caminos: el de las amenazas y el de
los hechos brutales.
En cuanto a la batalla
institucional, su propósito es dominar completamente los centros de decisión económica, bien
desarticulando los ya existentes o nombrando en ellos a personas de la mayor confianza
para ejercer una autoridad adulterada. Un ejemplo de lo primero es la
suplantación de las instituciones de la UE por un directorio franco-alemán en
el que, a medida que el tiempo pasa, las autoridades francesas hacen más de comparsa que
otra cosa. Tal usurpación se ha producido por la fuerza de los hechos, sin que
los ciudadanos hayan consentido tal cambio y contra lo que establecen las
normas y procedimientos de la UE. Del segundo caso tenemos no ya un ejemplo
sino todo un paradigma, el que nos brinda el nombramiento del nuevo Presidente
del Banco Central Europeo, Mario Draghi, que entre los años 2002 y 2005 fue
responsable del sector de estrategias europeas de Goldman Sachs, cuarto
banco de inversión del mundo y cooperador necesario en el falseamiento de las
cuentas públicas de Grecia, esas que ahora le escandalizan y que ayudó a confeccionar.
En el tercer frente de batalla,
el político, se persigue convertir en irrelevante la capacidad de decisión de
los ciudadanos y de los gobiernos a través del chantaje y de la amenaza. Además,
la presión puede servir para poner en los gobiernos a quien convenga. Desde el
pasado verano han menudeado los casos al respecto. En agosto, por ejemplo, ante
el regocijo alemán, los especuladores hicieron subir la prima de riesgo de la
deuda soberana española, llevando a nuestro país al borde del colapso. A cambio
de que el BCE comprara deuda pública española para reducir su diferencial con
respecto al bono alemán, el PSOE y el PP acordaron reformar en secreto la Constitución, que reputaban intocable, constitucionalizando el límite de gasto
que complacía a Merkel y a sus bancos. La reforma se hizo con nocturnidad, sin explicación y
sin consulta al pueblo, como hubiera sido preceptivo. Algo parecido ocurrió en Grecia tres
meses después, en noviembre de 2011, ante el anuncio realizado por su Primer
Ministro, Papandreu, de convocar un referéndum para que sus compatriotas se
pronunciaran sobre las condiciones del paquete de rescate de la UE aprobado el
26 de octubre. Una iniciativa tan democrática desató una campaña de
linchamiento internacional contra el Primer Ministro heleno que provocó su
dimisión y la sustitución de su gobierno por otro de concentración que, como primera medida, acordó desconvocar el referéndum previsto para diciembre. Tras este apaño tan escandaloso, el nuevo gobierno griego fue presidido por un tecnócrata del sistema,
Lucas Papademos, que fue Presidente del Banco Central de Grecia en los años en
que ayudaba a falsear, con el concurso del Goldman Sachs de Mario Draghi, las cuentas
públicas de su país. Y ayer mismo nos topamos con otro ejemplo, el último por
ahora, de esta cadena. De nuevo, ante la complacencia alemana, los especuladores hicieron subir
la prima de riesgo de la deuda soberana de Italia, forzaron la dimisión de
Berlusconi (cosa que no lograron ni las urnas ni los jueces en muchos años e intentos), dando paso a un gobierno técnico, que es lo contrario a un gobierno democrático.
Todo apunta a que la persona que presidirá ese gobierno será Mario Monti, otro
tecnócrata del sistema, que fue Director Europeo de la Trilateral, miembro de la
directiva del Club Bilderberg y asesor de Goldman Sachs en la
época en que ese banco ayudaba a ocultar las mentiras de la contabilidad nacional
de Grecia. ¿Hacen falta más datos para que los incrédulos despierten del
letargo?
¿Cómo responderían los mercados
si en un país importante de la UE llegara al gobierno una fuerza política de
izquierdas comprometida con el cambio del sistema? El boicot estaría asegurado.
A un sistema que permite esto lo llamamos democracia.
Cuál es el límite de las
exigencias de los mercados. La respuesta es simple: ninguno. Si les dejamos,
nos devoran. Hace tiempo que empezaron y ya van por nuestras rodillas.
Emilio Alvarado Pérez es Portavoz de IU en el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares