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Sarkozy en un momento de la entrevista |
“Vamos a ver, di, ¿qué es eso tan terrible? Porque si lo fuera más que lo que estoy pasando, no te contradeciré”. Electra, Sófocles.
El pasado 27 de octubre, el Presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, fue entrevistado por dos periodistas para explicar los acuerdos del encuentro de Bruselas del 26 de octubre. Lo hizo en directo y en hora de máxima audiencia. La entrevista fue emitida por las dos principales cadenas de la televisión francesa, una pública y otra privada, y duró casi 74 minutos, de los cuales unos 60 fueron dedicados a la crisis económica mundial y los últimos catorce a asuntos de política nacional.
Durante la entrevista Sarkozy desgranó un discurso ortodoxo sobre la crisis, en el que abundaron las imágenes terroríficas sobre lo que les aguarda a los europeos si no aceptan sus opiniones de gran estadista.
Empezó su exposición afirmando que si en la cumbre de la UE del día anterior no se hubiera alcanzado un acuerdo, Europa habría sufrido una catástrofe que se habría extendido al resto del mundo. Dejar caer a Grecia hubiera sido mucho peor (por su tamaño y ramificaciones) que lo que hicieron los EEUU cuando abandonaron a su suerte a Lehman Brothers, decisión que fue el detonante de la peor crisis financiera desde la Gran Depresión de 1929. Sobre este particular el pronóstico de Sarkozy fue contundente: si la minúscula Grecia cae, también lo hará sus sistema bancario, con él el euro y con el euro Europa. Es de agradecer la claridad del señor Sarkozy, que reconoce, aunque no lo pretenda, que todo pende de un hilo porque la podredumbre es completa. Se deduce de sus palabras que Grecia no es el problema (¿alguien cree que un país que es el 2% del PIB de la UE puede acabar con la UE?) sino una pieza del problema, y que la raíz del mal está en la deuda privada que han acumulado los bancos de manera totalmente irresponsable. Sarkozy nos descubre que el corazón de la Unión Europea no son sus ciudadanos sino sus bancos, y que cuando éstos enferman, cosa que ahora ocurre, Europa agoniza.
Según Sarkozy, Grecia no debería haber entrado en el euro en el 2001, porque mintió y porque no estaba preparada, aunque el Presidente, tan locuaz siempre, nada dijo de quienes ayudaron a construir esa mentira (alguno de ellos, para escándalo universal, dirige hoy el Banco Central Europeo). Pero Grecia entró en la moneda única y ahora no puede devolver lo que debe, que asciende a 200.000 millones de euros. Consecuentemente, las autoridades comunitarias negociaron con la banca acreedora una quita del 50% de la deuda griega, porque en tiempos atribulados más vale cobrar la mitad que no cobrar nada. Esto significa que Grecia pagaría a los bancos acreedores, entre los cuales hay importantes bancos franceses, la mitad de lo que debe. Para hacerlo Grecia habría de someterse una vez más a la imposible disciplina impuesta por las autoridades comunitarias a cambio de recibir los créditos del Fondo de Estabilidad, formado por aportaciones y avales procedentes de los países de la moneda única. Los créditos se prestarían al 5% de interés, muy lejos del 25% que Grecia paga ahora cuando acude a los mercados internacionales y pretende colocar una deuda de la que nadie se fía. ¿A cambio, qué habrían de hacer los griegos para recibir esos fondos y expiar sus "pecados"? Según Sarkozy, trabajar mucho más, pagar impuestos y sacrificarse en un grado mayor de lo que lo vienen haciendo. La sentencia no admite apelacíón: no hay alternativa aunque Grecia desaparezca devorada por las llamas de un conflicto social que ya dura dos años y que cada día es más agudo.
A preguntas de uno de los periodistas habló de las agencias de calificación. Según Sarkozy, su poder depende de la cantidad de deuda existente. Si se debiera poco sus calificaciones pasarían inadvertidas, pero cuando se debe mucho sus notas pesan como una losa. Si Grecia paga un 25% de interés por su deuda es debido a su mala reputación, a su pésima situación económica y a su enorme deuda. Francia, en cambio, coloca su deuda al 3%, Alemania al 2’3% e Italia al 6%. Para que las agencias no tengan tanto poder hay que tener menos deuda, y para lograrlo hay que trabajar más, ser más competitivos y jubilarse más tarde, porque la esperanza de vida no cesa de subir. Advirtió a los franceses de los males del infierno si se alejan del camino recto: “que miren a Grecia, porque eso es lo que les ocurre a los países que no hacen lo que deben”. Nada dijo Sarkozy, astutamente, sobre el hecho cierto de que los trabajadores llevan perdiendo renta desde hace muchos años a favor de los más ricos, tanto en Grecia, como en Francia, en España o en los EEUU, y que el mundo es hoy mucho más desigual que hace veinte años, cuando todo era fiesta sin nubes. El Presidente de la República pensaría, quizás, que en estos tiempos decisivos más vale inocular a los ciudadanos nuevas dosis de miedo, que es el paralizante social más eficaz, no vaya a ser que despierten de su letargo y aceleren la caída de un sistema perverso que se sostiene de milagro.
En cuanto a la responsabilidad de los bancos, Sarkozy afirmó que en el año 2008 hacían lo que les daba la gana (aunque no los bancos franceses, mucho más formales) y que en el sistema financiero valía todo. Advirtió que hay que regular las finanzas, que los banqueros no pueden ganar lo que les venga en gana, que no hay una sola razón para que los contribuyentes pongan un céntimo para cubrir los errores de las entidades financieras y que éstas necesitan una recapitalización con recursos propios, por ejemplo con cargo a dividendos y remuneraciones de directivos. Aquí el discurso de Sarkozy abandonó el tono sombrío y apocalíptico. Tocaba regalar el oído a los ciudadanos, y en eso el Presidente destaca. Pero lo que dijo fue retórica vulgar, porque en su soflama se cuidó mucho de dar cifras sobre la exposición de la banca francesa y alemana a la deuda griega, pasó por alto la contradicción que supone decir que los contribuyentes no deben poner ni un euro para cubrir los errores de la banca cuando el Fondo de Estabilidad se nutre de las aportaciones de los presupuestos públicos de los países de la moneda única, obvió decir que no se ha hecho nada desde el año 2008 para embridar al sistema financiero y, sobre todo, calló sobre lo elemental: el Fondo de Estabilidad no tiene como fin salvar a Grecia, que ya está condenada, sino salvar a una banca asfixiada por una deuda privada gigantesca que puede llevarse por delante a Italia, a España y, de paso, también a Francia.
Después tuvo tiempo para reflexionar sobre cuestiones de más altura. Afirmó Sarkozy que entramos en un mundo nuevo. Que hay grandes potencias emergentes que conquistan los mercados gracias a sus salarios muy bajos, a que destruyen el medio ambiente y a que no tienen que sostener ningún sistema de protección o de derechos sociales. China, la India, México o Brasil crecen vertiginosamente porque nos venden unas mercancías más baratas gracias a esas prácticas. Mientras tanto, los europeos no han subido su productividad y han mantenido un bienestar ficticio endeudándose. Y esto se acabó. Si no quieren ser devorados por una deuda inasumible y si quieren defender su nivel de vida, los europeos en general y los franceses en particular deben cumplir siete reglas: 1) jubilarse más tarde; 2) trabajar más, ser más productivos o ambas cosas a la vez; 3) pagar impuestos; 4) que los Estados no gasten más de lo que ingresan; 5) devolver la deuda; 6) crecer económicamente, lo cual significa reconquistar mercados perdidos y, llegado el caso 7) aplicar el principio de la reciprocidad comercial, que es otra forma de llamar al proteccionismo, aunque con más finura.
La fórmula de Sarkozy, que es la de los abogados de este orden caduco, consiste en que hay que trabajar más, esperar menos del Estado y luchar comercialmente contra los chinos o los indios que venden barato porque cobran una miseria, arrebatándoles los mercados que ya dominan, y todo bajo las reglas de un sistema económico que destruye el planeta a un ritmo pavoroso y que no satisface las necesidades verdaderas de las personas. Como futuro de salvación el planteamiento de Sarkozy resulta espeluznante.
Finalmente, Sarkozy aseveró que a Europa le vienen muy bien los excedentes monetarios chinos (aunque poco antes insinuara, con poca convicción, que habría que limitar la entrada de algunos de sus productos, todo por mantener la retórica de la grandeur de la France), y que para Europa es buena noticia que China compre deuda en euros y que invierta en el viejo continente antes que en EEUU. En este punto, Sarkozy incurrió en una contradicción flagrante, porque no se pueden reclamar unos excedentes que se han amasado como consecuencia de la capacidad de exportación y del ahorro de una dictadura en la que el obrero es tratado como un esclavo. Este último deseo, aunque muy adornado, pone de manifiesto que Europa y la civilisation européenne (como le gusta decir a los franceses) hace tiempo que se fue a hacer puñetas.
A veces ocurre que la sinceridad de alguien que cree en una locura puede ser muy subversiva. Eso pasa con Sarkozy. Cuanto más habla más descubre la miseria que nos atrapa. Sus discursos nos ponen en mejor disposición para liberarnos del dogal que nos sujeta. Que el Presidente de Francia siga hablando con entera libertad (además, tal cosa le va bien a su ego) y que su ejemplo cunda entre el resto de los mandatarios europeos.
La crisis es tan grave que la última defensa que la queda al sistema es el silencio. Ahora entendemos la razón por la que Zapatero y Rajoy nunca explican lo que ocurre. Luego pretenderán que les creamos cuando digan representar a los españoles.
Emilio Alvarado Pérez es portavoz de IU en el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares