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Thomas Coutrot |
Por su interés hemos traducido el artículo de Thomas Coutrot publicado hoy mismo en la edición electrónica del diario Le Monde. Coutrot es economista y estadístico, creó el Barómetro de la Pobreza y de las Desigualdades en Francia (una especie de PIB a la inversa llamado BPI). Co-Presidente de ATTAC-Francia desde finales del año 2009, es uno de los autores del Manifiesto de Economistas Aterrados, obra reseñada en la sección de libros de nuestra página web.
A comienzos de 2010, la “troika” (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) impusieron a Grecia un primer plan de austeridad. Ya en aquel entonces quedó claro que se decidió aprovechar la crisis financiera para dar golpes decisivos a los compromisos sociales salidos de la Segunda Guerra Mundial.
El paréntesis keynesiano (consistente en dejar correr los déficits públicos para evitar que la caída de Lehman Brothers se transformara en un cataclismo incontrolable) ha sido cerrado y sustituido por la ofensiva decretada contra el gasto público y los derechos sociales en Europa.
España, Portugal, Italia, Francia, Gran Bretaña e, incluso, Alemania, han seguido el mismo camino: congelación de salarios y/o reducción del número de funcionarios, reforma de las pensiones, de la sanidad, puesta en cuestión de las políticas y de las prestaciones sociales, privatizaciones, etc…
Todas estas medidas (que no tienen más que una relación muy remota con los déficits y la deuda) son impuestas con idéntica urgencia: los empresarios griegos y españoles podrán despedir más fácilmente y descolgarse de los convenios colectivos, se reduce el salario mínimo en Irlanda... En una increíble carta secreta fechada el pasado 5 de agosto, Trichet sugiere a Berlusconi que reforme el sistema de negociación colectiva, reduzca la protección de los trabajadores contra el despido y ejecute “una vasta reforma de la administración pública con el fin de mejorar la eficacia administrativa para facilitar los intereses de las empresas”…
Nadie puede ignorar que en presencia de un paro masivo aproximándose o superando el 10%, reducir de manera indiscriminada el gasto público en Europa llevará necesariamente a provocar una recesión y una crisis social mayor. Todos los países de la Unión tienen como principales clientes a otros países europeos. Si cada país se aprieta el cinturón, ninguno podrá esperar compensar la caída de su demanda interna con un aumento de sus exportaciones. La recesión es ya una realidad, agravada por la crisis bancaria.
¿Es creíble que nuestros dirigentes no vean la evidencia? El impacto recesivo de estas políticas era tan previsible que no se sostiene la hipótesis de un error de apreciación. Si los gobiernos se empeñan en aplicar políticas que provocan recesión y paro es para salvaguardar algo más importante que la estabilidad económica y el bienestar de las poblaciones. El objetivo verdadero de nuestros dirigentes es salvar a cualquier precio el edificio institucional de la zona euro, que reposa en dos principios: a) los capitales y las mercancías deben circular libremente dentro de la zona euro y entre ésta y el resto del mundo, y b) los Estados deben financiar sus déficits con préstamos pedidos en los mercados financieros bajo la disciplina de las agencias de calificación. Estas dos reglas garantizan que los gobiernos y los trabajadores europeos permanecerán sumisos al control exigido por la industria financiera.
La unión monetaria se ha construido sin presupuesto común, sumisa a los mercados, abierta a todos los vientos de la especulación y con la prohibición expresa de cualquier solidaridad entre Estados. Esta última cláusula tuvo que ser abandonada por la fuerza de los acontecimientos, y va a ser necesario reformar los tratados para dar carta de permanente naturaleza a los fondos europeos de estabilidad financiera. Pero nuestros dirigentes quieren conservar lo esencial del edificio: gracias a la libre circulación de capitales y de mercancías nada limitará la competencia entre asalariados europeos, ni entre ellos y los trabajadores de los países del sur.
La crisis bancaria y financiera que se agrava de manera irremediable, sumada a la recesión y el caos económico que vendrán a continuación, permitirán reducir en los próximos años aproximadamente en un tercio la protección social y los salarios en Europa, como ya ocurre en Grecia.
La restauración de la competitividad de la vieja Europa frente a China y a los EEUU se hará a costa de grandes convulsiones sociales y políticas, mermando los derechos sociales existentes y renunciando por completo a la Europa social.
Parece que los poseedores del capital y sus aliados en las tecnocracias europeas juzgan que esta apuesta merece la pena. Ya están preparados, como en Grecia, para buscar alianzas muy a la derecha con el fin de lograr sus propósitos. Verdaderamente hay razones para indignarse.